Me pasó como a la cigarra, tras meses de sol, de complacida
independencia, de paseos solitarios al aire libre, de creerme eternamente joven
y con todo el tiempo por delante, el frío me recorrió la nuca por sorpresa, y me
di cuenta de que me había olvidado de buscar la protección de unos brazos ardientes
en vista de que el invierno llega. Lo confié todo a la suerte del último
momento, a la coincidencia mágica y, ahora, reflexionando, extraño la compañía
más intima a deshoras, cuando ya no quedará ningún hornito disponible en la
ciudad que me estimule. ‘Bueno –pensé- … un invierno más en la caverna’. Eché
la culpa del olvido de procurarme víveres para el espíritu (como los besos, la
ternura y los abrazos) a que me había relajado por un inesperado sentimiento de
independencia y por haberme entregado a los deseos del ‘ahora’. Intenté
recordar qué había estado haciendo todo aquel tiempo, a dónde me había llevado
mi distracción tantas noches seguidas, desde cuándo había dejado de ser el
enamoradizo expectante. Sencillamente había atravesado la inercia del círculo
vicioso, resistiendo sotto voce el
descrédito del romance, porque me distraje con cosas bellas que parpadeaban
brillantes en aquellos mismos instantes. Caminaba a solas por el barrio en
aquellas noches de intenso calor reflexionando y poniendo atención sobre las cosas
que me decía, que antes pasaban desapercibidas entre el maremágnum de los
pensamientos del vivir, y logré encontrarme y retenerme. Llegué a sentir que no necesitaba
a nadie, me sentí completo. ¡Me entendí! Y entonces pude oír cristalinamente
todo lo que me rodeaba, pude hasta sentir, pues la voz del pensamiento había
caído enmudecida. Y así estuve unos cuantos días merodeando ensimismado, hasta
que debí despertarme o volverme a dormir pues en un paseo nocturno, mientras planeaba
mis primeras cosas como persona autónoma, recuperé el recuerdo de la incómoda
dependencia del cariño extraño, pero también recordé las ganas de dar que se
pierde a solas y renació un deseo de compartirme. Y sintiendo que me quedaba
sin tiempo volví a zambullirme en otro proceloso mar de nuevas ilusiones.