31/12/09

Una furgoneta llamada Aventura


Es entonces cuando me contaste que subiste aquella montaña de casi ocho mil metros, los pies entumecidos, la cabeza abotargada por la presión de la altitud, tu pie derecho le daba vueltas al izquierdo pues para reservar las pocas fuerzas que te quedaban tenías la conciencia enjaulada en un recuerdo, en un escenario que tenía vida propia y un oasis tibio para mantener tu corazón a un ritmo diferente a la circulación de la sangre de tu cuerpo, que sentías congelarse. ¿Y cómo se despertaron tus deseos de viajar? Recordabas aquel puente que unía los edificios cercanos al Polígono donde vivía tu madre y el gimnasio donde te preparabas a conciencia para una dura prueba que todavía no sabías cual era. Casi con obstinación te movías cada día en aquel circuito cerrado aunque tu imaginación te trasladase a miles de espacios brillantes. Sabías que hacer ejercicio para mantener en forma tu cuerpo te iba a salvar la vida en un futuro extraño, pero todavía no confiabas demasiado en tus posibilidades y a veces sólo presentías naufragios. Pues bien cruzabas el puente dos veces al día, pero día tras día, día tras día, los coches pasaban veloces despreciando tu lentitud y tú te animabas pensando que aportabas granitos de arena para una montaña mayor, siempre venciendo con tu locura de caminante a cualquier coche por dura que fuese su carrocería. La rutina se te hacía dura porque una acción repetida constantemente si no era trabajo, si no recibías beneficio material o emocional a cambio, era dura de llevar, pero en cada tránsito llevabas una canción en la cabeza, un rock and roll por ejemplo si ese día estabas eufórico y tus pasos abarcaban más, una balada melancólica si estaba desanimado o el sol no te daba la energía y la felicidad suficiente porque estaba nublado. El camino rutinario se hizo algo inconsciente como el respirar o el latir del corazón hasta que un día una furgoneta llamada Aventura paró a tu vera y te pidió que le ayudases con los bártulos en su vuelta al mundo. Si no hubiera habido canción, como me contabas sobre la cama del motel, habrías desistido y no estarías allí conmigo, enseñándome tu medio mundo. Me levanté al instante y puse en marcha la pequeña radio. ¿Qué haces? Buscar nuestra canción ¿Por qué para los dos, no tienes una? La tenía pero la fundí para soportar ocho mil días de encierro en mi habitación hasta que pude salir a tu encuentro…

Nunca hay que perder la esperanza, hasta la suerte o el azar nos puede traer un cambio feliz y definitivo en el año venidero. Espero que se cumplan vuestros mejores deseos. El mío creo que será no dejar de desear la aventura y conservar intacta la capacidad de sorpresa. Feliz año!!!

22/12/09

Moonlight


La luna apareció perfectamente redonda aquella noche, flotando con una tranquilidad majestuosa, y deseamos habitarla. No habría hogar más bello ni más solitario, satélite muerto que nos haría disfrutar de la locura. Nos hicimos lunáticos desde aquella noche, un amor selenita nos bañó pintando de plateado los perfiles de la piel desnuda. Interpretamos movimientos lentos y pausados, nos contoneábamos a gravedad cero, intensamente profundos los vaivenes. Todo era un sí, todo tan brillantemente presente. Rudamente apasionados firmamos un pacto de sangre en un delicado pergamino, sellamos un vínculo con trazos finos y delicados dibujando dos nuevos rostros de luz de luna en la oscuridad, deformadamente bellos por el placer. Al gritar de alegría subieron los decibelios en el puro silencio de la noche, nuestras risas chocaban contra el cañón de la montaña. Entre negros y grises las rocas quisieron alzarse para refugiarnos formando la cúpula vaticana a nuestro alrededor. Riscos ascendentes adquiriendo la dimensión divina y abajo, tan pequeño, el amor encarnado en el roce humano, carne tibia anaranjada frente al frío gris veteado de albosos destellos, luz de luna para unos lobos salvajes que daban dentelladas a la vida presente ¿Para qué, para qué queríamos medirnos si estábamos alcanzando aquellas latitudes? Aquella noche sólo había dos estrellas bajo el cielo raso, tú y yo. Pero ante el magnífico y deslumbrante satélite muerto cómo no podíamos sentirnos llenos de gozosa actitud, interpretando aquella coreografía de lunáticos salvajes, adoradores de las fuerzas primigenias de la historia humana. Cogiste una manta y en tu desnudez iniciaste una danza que levantaba el polvo del terreno, miles de partículas plateadas flotaban en suspensión, el rayo de luna las atravesaba, seguía la estela tus giros como si fuera anillos de un planeta. Era tan bella la imagen bailando la Gran Polonesa, dando saltitos aquí y allá, levantando corrientes que me ponían los vellos de punta, respirar tanta belleza por los ojos me erizaba la piel. Me levanté y seguí tu locura, parecíamos dos demonios desnudos en medio del campo o dos ángeles que, bajo el hechizo de flujo lunático, hubieran decidido quitarse las alas por un momento para saborear una tierna noche lunar. No eran precisamente los pensamientos los que corrían libres pues entramos en una suerte de estado de hipnosis que nos dejó la mente como mar en calma y así era propicio sentirnos. Propicias eran las vibraciones del alma y que toda la sangre nos subiera hirviendo, todo como esa roca que nos apuntaba, todo bien alto como el aleteo plateado de dos ángeles que vuelven a volar una vez que se han emborrachado de paraíso terrenal. Formábamos integridad con el suelo hasta que despertamos y nos dimos cuenta que estábamos revolcándonos desnudos creyendo que la tierra era un mar plateado. El polvo levitando, los sonidos de la noche más irracional, brazos y piernas agitándose como luciérnagas mareadas, decidimos serenarnos. Fuimos animales puros y nos quedamos exhaustos, tristes por tener que volver a la realidad, Ah pero el camino estaba allí, otra vez materializado, y había que seguir avanzando…

14/12/09

Venciendo resistencias


Te dejé que durmieses, con la preocupación de que estuvieses viajando a tu bola me fui a dar un paseo por el campo. Seguí un sendero con precaución, no podía alejarme mucho en terreno desconocido porque un temor difuso a no saber volver tiraba de mis piernas. Entonces suspiré, se me abrieron los pulmones, las venas, los ojos y el corazón. Y sentí por primera vez el fulgor rojo dorado del sol abatiéndose sobre la superficie de la tierra, en un horizonte que se mostraba en toda su plenitud, tan pocos obstáculos había que podía apreciar la curvatura del planeta. La visión se perdía en la lejanía, todo parecía infinito, no estaba acostumbrado a abarcar con libertad miles de millas sin paredes, podía extender los brazos y prolongarlos en el cielo todo lo que la imaginación podía. Chillé con todas mis fuerzas hasta descargar toda la furia contenida de decenas de años y el aire me devolvió mi voz como si hubiera rebotado en las nubes bajas de bronce. No existía camino allí, el sendero había desaparecido, sólo había desperdigados matorrales aquí y allá. Empecé a correr en todas las direcciones, sin límite de paredes, me paré a escudriñar entre las ramas de la pobre vegetación y siguiendo una hilera de hormigas gigantes, ssss, una serpiente de cascabel frenó en seco mi osadía. Nos miramos fijamente y el aterrador reptil me venció pues tuve que retirarme con el corazón en un puño. Aunque me volví para responderle con un corte de manga corrí para volver a cruzar el límite de la carretera y, como una exhalación, entré en la habitación y me abracé en tu refugio y el cobijo tembloroso terminó venciendo tus resistencias. Como una serpiente me enrosqué en tu cuerpo atándote en la cama para morderte sin piedad. El rumor de la televisión me devolvió al mundo conocido y escuchando lo que me había pasado te enterneciste y con una sincera carcajada te burlaste de mi fobia de urbanita. Acababa de adentrarme en la naturaleza salvaje y todo de sopetón era demasiado. Acordamos que la próxima noche íbamos a dormir en el coche, recogeríamos el techo para sentirnos libres bajo el manto de estrellas, rodeados de ruidos de los animales nocturnos. Sólo pasando esa prueba me daría cuenta de que nada me comería pues en la naturaleza salvaje el hombre está en la cima de la pirámide. Grillos, coyotes, pumas, serpientes y ratas nos avisarían de su acecho pero serían incapaces de atacarnos porque estaríamos subidos en un ingenio mecánico y los animales con sus ojillos serían vencidos por un rojo y frío acero metalizado...

9/12/09

Nos fundimos en un motel de carretera


Lo que si sé es que siempre iré unido a este pensamiento analítico hasta que la muerte me separe el alma del cuerpo. Por eso miro tanto las flores, los insectos, los pájaros, la tierra, por intentar que un mundo de sensaciones erosione los pensamientos más rocosos, por aflorar los sentidos maleables para disfrutar de los instantes fugaces del presente. Lo de las emociones residentes en el alma iba a ser tarea de modularlas en el viaje. Con una presencia continua de otras personas, que transmitirían sentimientos incontrolados e inesperados hacia mí, iba a ser fácil que el hábito de la resistencia no dejara que las influencias benefactoras operaran el cambio urgente que necesitaba, pero las cosas profundas poco a poco... Y las gotas de rocío y el relente de la noche, el sofocante calor de cuando nos acompañe el sol en vertical sobre nuestras cabezas protegidas por unos gorros de vaquero que nos compramos entre risitas, lo más idóneo para un viaje por el medio Oeste, nos iban a ayudar a que le abriésemos los brazos al mundo. Algún día recibiríamos con una sonrisa las emociones inesperadas de las personas que nos íbamos a encontrar por el camino, más sordas quizás a nuestro radar porque la conexión con los desconocidos pasa por un filtro muy fino que no deja adivinar más que indicios, tan cerrados estábamos ante los extraños. Sería cuestión de la interpretación de los gestos, como esa ceja enarcada con la que nos recibe el recepcionista del motel que iba a resguardarnos de una gran tormenta que se nos había echado encima. De las de rayos y truenos y cielo negro. Nos dijo aquel hombre extraño, desarrapado, que vestía camiseta blanca sucia y pantalones negros como el betún, que un huracán se aproximaba a la costa y que iba a ser cosa de un par de días que mejorase el tiempo. Bien, pensamos, será cuestión de comprar una par de botellas de alcohol y ulular a salvo dentro de una habitación cochambrosa, imitando al llanto de los lobos salvajes. Tu eras quien tiraba de mí y parecías no tener miedo pero yo pensaba que íbamos a salir volando dentro de un tifón, pero lo pensaba con complacencia pues aceptaba cualquier destino que me deparase el viaje siempre que estuviese acompañado y sintiéndome tan protegido en tus brazos. Tendríamos tiempo de escribir, de hacer el amor salvajemente para no oír los ruidos inquietantes del exterior y de la habitación contigua, de la que sólo nos llegaba televisión y jadeos de profunda resonancia. ‘Qué extraños vecinos’ pensamos, hasta que no nos dimos cuenta que nos comportábamos igual, pues tuvimos que dejar encendido el televisor al ver que retransmitían en directo el gran espectáculo de un huracán inundando calles, la furia de la naturaleza que barría las ciudades costeras, y nos abrazamos tanto para disimular que estábamos tiritando de miedo que terminamos fundiéndonos. Y aunque la noche protestaba atronadora todo el motel dejaba escapar por sus rendijas un coro de suspiros…