¡Ay va… el mundo se construye, dice! —Tendrás un mundo sin
límites si lo ves así. — Lo veré con mis ojitos, mejor dicho veré lo que pueda
ver, en la luz del día, en los rayos de sol, en las recetas de la abuela y en
las propias ‘para sobrevivir y adaptarme…– Pero recuerda… el amor…—recordó mi
conciencia. ¿El amor, qué amor? Cuando lo buscaba desesperadamente… ¿lo estaba
buscando dentro de todo, dentro de mí? Un poco si pero fundamentalmente no. La
esperanza del amor romántico era mi pilar o, más bien, mi pila. Un amor que tendría
que llegar del exterior. El deseo de amor se me despertaba en todo: en los
pensamientos descafeinados del desayuno, en la relajación del agua tibia de la
ducha, en el lío de preocupaciones y sábanas a la hora de hacer una cama
individual cada día. ‘Todos los entrenadores aconsejan llenar la vida de amor’
—pienso mientras se me cuela por los ojos que no duermo en una cama reina—. ‘Aquí
no duerme nadie conmigo desde hace tiempo. ¿Y si empiezo la casa por la ventana
comprando más espacio, más colchón, llenaré de besos y caricias mis
despertares?’ —concluí tapando la almohada con la colcha.
– ¡No compres nada, regala amor y ya verás que habrá sitio
para mucho! —respondió el colchón.
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