26/9/09

Y aquí sigo mirándome los pies


Echo de menos lo poderoso que me sentía cuando era un mocoso, mucho antes de haber cruzado la frontera de la inocencia. Entonces lo único que podía preocuparme es la extrañeza que me embargaba al mirarme los pies en la cama, cuando comprobaba que aquellos deditos que se movían los sentía como míos. Unos pies que siguieron siendo blancos y delicados en la adolescencia, cosa que no hablaba exactamente de lo viril que me sentía. Al acostarme la detenida observación de mis pinreles (siempre dos, no veía el momento de hacer nudos con los pies de otra persona) me transmitía profecías de recalcitrante individualidad, soledad prometida que borraba con un gesto del pensamiento, levantándome, cogiendo las llaves y saliendo a la calle a buscar el refugio de tres o cuatro personas juntas y me ponía en medio para sentir calorcito. Tras varios meneos de la vida volví al redil de las habitaciones solitarias y… a mirarme los pies. Después de haberme llevado a varios lugares imaginarios comprendí que eran reales pues respiraba profundamente y escuchaba como pasaba la sangre por esos conductos por el que apenas se deslizan las palabras. Llegué a mirar, lleno de orgullo, la firme base de mis columnas, los sólidos pies de un atleta...

El escondite era nada menos que un espacio libre de presiones aunque llegasen los sonidos, como un eco lejano, de aquellos chicos que dejé afuera, podía sentirlos. Gritos y risas desde la plazoleta hasta mi cama, podía oír a los chicos del barrio cómo perseguían estimularse con sus motos sin escape y otras sustancias opíaceas. Yo estuve allí, me metí entre ellos después de salir del embrujo de la adolescencia, sólo eran niños convertidos en zombies por aquella mirada turbia. Chavales inberbes que jugaban a ser ladrones-piratas, con brazos llenos de dibujos y anillos de oro en los dedos. Manos de aprendices que sostenían navajas de adulto, que deseaban los bolsos de las vecinas para pegarse una noche de sábado alucinando. Estuve allí porque tenía que verlo, el tiempo suficiente para saber que nada había de diferente en aquellos chicos. Pero la madurez me arrastró a mi habitación que es donde me siento seguro, escondido en mi reino del lado bueno de la fuerza y descubriendo que tomo precauciones para no seguir escribiendo sobre ellos aunque los tenga a dos manzanas. Total, puedo crecer hacia dentro. Mientras muevo los deditos de mis pies miro por la ventana a la gente de mi generación, que son todos padres retirados de cualquier aventura…

Imagen: Escultura de Buda. Real Academia del Arte de Londres

19/9/09

Sólo el amor...


Hoy he dado una vuelta por el barrio y cada vez veo más gente con las manos en los bolsillos y la mirada perdida. Sobretodo ese ejército de ociosos que algunos utilizaron para llenar la burbuja de riqueza de unos pocos. El bolsillo o el alma, bandolero…la bolsa o la vida porque de algo habrá que comer y esos pisos que construímos están vacíos y a precio de oro, oiga. Los bancos de la plazoleta empiezan a llenarse pero de todas formas siempre ando escondiéndome en los rincones para que la desolación del alma no me alcance. Vuelve a verse gente joven sentada en los bancos de los parques, meditando, fumándose los presentes para apartar la negra tormenta de doce rayos que fulmina el horizonte. Las gigantescas tormentas también son un bello espectáculo. En la cima de un risco, rodeado de la noche profunda, podemos ver cómo el monstruo eléctrico se acerca. Puede pasar sobre nuestras cabezas sin consecuencia pero como un rayo de ésos nos fulmine... Por eso acogemos con respeto los rotundos músculos de esas nubes sólidas, negras de agua, porque es como si arrimase hacia nosotros el juicio final y hemos estado esperándolo haciendo fechorías y ahora contemplamos la hora del estruendo bajo unos soportales, viendo cómo los látigos eléctricos rasgan el cielo para herir la tierra… y nos tenemos que agarrar a los bolsillos. No hay melodía para los rebeldes en el presente siglo, con la que nos ha caído encima, pero a quién le importa. Crecen los murmullos en los rincones de las calles, junto a las pintadas de los muros. No hay cantautores para ti, al menos alguno que entiendas porque haya vivido aquí, no hay voz rasgada pero algunos, oye, es como si hubiésemos bebido del Mississipí y no entendemos los ritmos atronadores de los automóviles. Puede que sólo esté lamentándome de la falta de blues, de rock, de soul, de festivales en los que rebozarse desnudo en el fango, puede que eche de menos a alguien que cante lo que me está pasando.

Pero los paseos solitarios son fenomenales para darse cuenta de los errores. La melodía la pone tu iPod y dejas el espíritu volar, pones un videorama en tu mente para recordar que lo has pasado bien hasta la tenue sensación de felicidad, más el tiempo y el camino te han traído el mensaje de que el amor es lo que necesitas para reivindicar tu nombre. Cuando trato de cantar que todo va bien, me doy cuenta que he traspasado fronteras antes de dejar de creer en el amor,y viéndolo en peligro lo resucité porque era cuestión de supervivencia… así que dale alas a este amor frente a esta tormenta para reivindicar mi nombre, enséñame todas las palabras que olvidé de su vocabulario, todos los sonidos posibles en susurros y gemidos. Perplejo veo que el corazón siente, por muchas ambiciones que haya tenido, las rachas de levante y poniente, los cambios de rumbo, las profecías, maremotos y tormentas, no pudieron eliminarme. Y cuando se hizo la paz y quedó lo sustancial sólo pude reconocer que había sobrevivido esa necesidad de amor a tantos juicios finales. Innata sed, no dejarás que el oro, el opio o el sexo colmen mi eterna solicitud. Para qué luchar por el crédito, por atrapar la suerte, si sólo el amor …

13/9/09

Blues de barrio


El juego y el cuento aliviaron todos aquellos terremotos emocionales que sucedieron en un entorno en el que poco se podía aprender pues, joder, estaba solo, con lo puesto, rodeado del terreno baldío de un Polígono que se desmoronaba por la crisis. Y entonces, cansado de esperar en una habitación vacía, un día se hace la luz como se crea el universo de la nada y se te ocurre mezclarte con el mundo a través de las personas que poblaban el barrio con las manos en los bolsillos. Te paseas por tu entorno tocando tu blues, primero como un eco (estoy aquí, existo) poniendo el alma y la melodía quejosa de mi existencia después. Grandeza que me daba ser capitán de mis circunstancias, tanta soledad me daba derecho a presentar con deseo la tristeza. Conocí a Pedros, Juanes, Antonios y Pacos. Conocí Lolas, Marías y Virtudes. De ese lado sobretodo virtudes. Pero mi blues tornó un 'solo de trompeta' sobre las casas de aquella pequeña ciudad. Barrunté con coraje al entender que no tenía voz ni voto pero derramé lamentos sobre la calzada, por lo menos, para dejar el rastro de mis atractivos particulares con quien más decididos me acogían. Con ellos, siempre inagotables en su elemento calle, era posible ganarse muchas batallas porque cuando desplegaba mi repertorio de sonidos de buen chico, tierno y viciosamente mordaz, sabía que tenía ganado el galón de gasolina. El ritmo pausado cayendo lentamente cubriendo el barrio con un manto. Y todo sin necesidad de abrir el corazón de par en par pues no podía permitir que nadie comprobara su autenticidad ni que lo atravesaran con una lanza por sentirlo débil. Desde la cornisa de un edificio pronuncié con mi trompeta el único nombre que me dejó huella. Tu nombre rotundamente en el barrio porque era joven y bello y así volaba con las alas que me daba el aire de los pulmones. Creaba con mis caprichos tormentas de aire y saliva, lanzaba sonidos destructores cuando alguien me decepcionaba, fulminaba con una advertencia acústica (como si mi odio fuera a hacer daño y qué poder parecía tener siendo tan ignorante, pero lucía una perfecta piel de melocotón) No había enemigo que no se rindiera a la fortaleza de la ignorancia adolescente. Con ganas de seducir, sin sufrir arañazos en el corazón (si lo tenía o no era cuestión de fe) decidí mancillar mi cuerpo una y otra vez, porque estaba convencido de que era mejor pervertir aquella pureza que ocupar tronos sin placer. Que más dá, mi blues era elástico, mierda de la buena que no necesitaba ganarse con trabajos forzados el crédito, sólo le bastaba una exhalación, de esas de abajo a arriba. "Mi alma es ahora tuya aunque miraba más tu cuerpo cuando te sentía temblar debajo de mí, lo siento baby, elegí la soledad. Bajo la gran cúpula de la prospera explotación sexual, en la que me quería embarcar entregando el cuerpo, no pude ver mi pequeñez…"

Foto de Raymond Gehman/Corbis

8/9/09

El mundo rueda porque existes


Pueden escapárseme letras ahora, golpes erróneos, pero estoy buscando dentro de mí, a la vez que escribo lo siento, porque busco consuelo escribiendo, ah ahí está, ha salido esto...puedo sentirme bien ahora. El fuego de los sentidos nubla la mente y por poner tópicos no se hace poesía ni blues pero pueden florecer tallos verdes. No se escribe bien por leer mucho, no se canta bien por escuchar música, ni siquiera se es buen amante por haber follado mucho ni por haber escrito mucho sobre el amor. Por lo tanto no se es escritor por escribir en un blog. De todas formas sé que aunque llegara a terreno desconocido nunca me pondrían una placa en el Polígono donde vivo, pero sería bonito que metiera todo esto en un pen-drive y enterrarlo en el parque que hay junto a la autovía, por si hay una arqueología dentro de doscientos años y quieren saber algo sobre un individuo anónimo que vivió escribiendo algunos de sus desvelos. Y se me ocurre pensar que el Indiana Jones de turno no tendría tanta suerte encontrando estas palabras y mis huesos (si nadie evita que prefiera que mis cenizas vuelen junto al polen del Guadalquivir) porque pertenecieron a un individuo que se aisló de la sociedad en la primera mitad del siglo XXI. Con lo cual el sujeto de estudio no servirá para extrapolar conclusiones de otros de su época, que se movían en conjunto. No sabrán que fueron leídas, si no hay eternidad en estas palabras por lo menos guardadlas aquí porque puede que estos bytes hagan reflexionar sobre la desesperanza que se expande como una pandemia. Ésa es mi intención, quiero ayudar, no soy una mala persona al rechazar al mundo…sólo quiero comprender porqué es indomable, por qué lo siento así...cuando más estoy pensando que el control está en estas manos, que tanto miro preguntándolas, llega el Mundo y te hace ¡zas! Y es lo mejor que se puede acordar, take it easy, no ser bocazas retando a los dioses y aguantarse como un pelele en el mástil de un bucanero frente a una gran tormenta de hastío. Ah, me dedico a lanzar estos mensajes en botellas cuando me dejan de temblar las emociones que me provocan las caricias reales. Y sólo tengo que decirte que los peleles aguantan. Y se levantan de la tercera y sagrada caída, creyendo que es por última vez, iluso, porque no sabe que le quedan muchos kilos que levantar para seguir permitiendo que el mundo ruede bajo sus pies. Sí, pues el mundo rueda porque existes…

4/9/09

Hasta que se mueran los príncipes


Ah y es como si un hombre sintiese que está preparado para amar cuando ya ha arrojado la toalla. Cuando le ha atrapado la serenidad de una vida tranquila y cree que lo que le rodea le hace bien. En su jubiloso retiro puede convertirse en una pasa sin darse cuenta porque sigue teniendo la cabeza llena de sueños. Si tuviera cerca una calle llena de bares volvería a ser ese golfo que perseguía breves sonrisas de perdonavidas como recompensas. Sí, podría conformarse con eso, aunque ahora piensa en salir y los riñones le protestan. Cuando era un solitario que buscaba romance era capaz de ducharse y peinarse en silencio y, llegando a aquella orilla, arrojarse a una marea de conversaciones en cadena y a la interpretación de los brillos de los ojos para llegar a buen puerto. Y toda la potencia dependía de la fuerza de los sueños y el éxito dependía de la paciencia, pero a veces se le hacía incómoda la espera porque le parecía que todo el mundo buscaba el preámbulo romántico; nunca era suficiente el momento del ‘éxtasis’ inevitable. Digamos que tenías que pintar un cuadro en el que, de alguna manera, encajases como príncipe. Lo intentó. Después, muchas noches de purísima adoración le pasaron factura. Por eso quienes esperen un príncipe de él que vayan sacando billete, porque sus esperanzas en el amor, aunque no hayan muerto, palidecen con intermitencia. Como no sea en el papel de burlador, de libertino, arrojarse a las sucias calles de las pasiones. No volverá a poner la chaqueta para que pasen un charco ni ofrecerá su pañuelito para que las divinas posaderas no rocen la inmundicia de un banco de parque, donde un ejército de bacterias y una hilera de hormigas transportan materias podridas. No volverá a salir a la calle hasta que le empujen sobre un árbol y le arranquen la camisa con pasión. Hasta que se mueran los príncipes no podrá volver a amar...