23/8/07

Volar o seguir soñando

Aquellos chicos sólo tenían cervezas, pipas, pitillos y música para aliviar la frustración de no poder salir volando con aquellas zapatillas de diseño, demasiado caras pero imprescindibles por si se podía botar sobre los muelles para salvarse, fuera de aquellos muros podridos por el moho y por el olor a orín, que aislaban al barrio de una ciudad que emergía en otra dirección. Había arte urbano en aquellas paredes que limitaban la frontera, dibujos que eran como gritos de furia en colores, quejas por el agobio de no ver salida, graffitis que representaba rostros desencajados, con grandes ojos abiertos que maldecían al mundo con un arma en la mano. Me daba cuenta de que no era nadie especial ni único por sentirme frustrado. Como todos había soñado otro escenario para despegar, pero si había algo que me hacía diferente era que me empeñaba en soportar ese peso a solas. Era muy raro que siguiera eligiendo ser un tío solitario y que para evadirme hubiera jugado a ser un seductor profesional sin tener madera. Sonaba imposible que desde aquel punto pudiera llegar a los lujos y comodidades que había admirado por la tele pero cuando cogía un puntillo volvían las ganas de Miami, de jacuzzi, de sexo con champán porque era un soñador.

18/8/07

Y entra un fantasmilla en el club...

Vale, parecía que había llegado al mundo real un poco descentrado pero daba igual, estaba luchando por el ideal de disfrutar del placer por el placer, bien harto de imaginarme las cosas, de recrearlas a solas en una habitación que todavía era de niño. Quería ya oler, lamer y comer como un perro contento, sin control de la razón, sin tener que pensar más que en la diversión pura y dura porque para eso estaba bebiendo cervezas y fumando pitillos en aquella plaza, para estar en la brecha y abrirme en el momento más deseado y punto. Lo de solucionar mi futuro lo iba dejando pendiente porque poco me importaba ya llegar a ser ‘alguien relevante’, la verdad, lo que quería era renovarme para expresar aquel fuego, triunfar como un buen seductor.

Había deseado la admiración de la peña pero por el momento no era ni popular en aquel lugar, sólo una extraña promesa que parecía haber quedado atrapada en una esquina con una cerveza en la mano. Como no había manera de acercarse a una de aquellas diosas morenas que se movían rodeadas de aduladores había que rebajar las expectativas y acercarse a alguien que despertara, por lo menos, el morbo del conocimiento íntimo. Al terminar la noche analizaba el terreno a ver si me podía colgar a base de besos en un aterciopelado cuello antes que volver a casa con el sabor de la derrota, pero pensaba: ‘Bah, vete, mañana será otro día'. Y eso era lo que me jodía, que controlara tanto y siguiera sin salir de aquel círculo cerrado. “Cuando llegue la oportunidad con mayúsculas no sabré que hacer”.

Con tanta reserva el deseo por estrenarme en las caricias nocturnas crecía alarmantemente conforme iba haciéndome cliente habitual del club. Pero como era un cabezón seguía aspirando a la corona de la seducción, siempre con el molde mental de llegar a redimirme por el triunfo de la noche. Demasiada frivolidad al imaginarme hasta dónde quería llegar para lo poco que estaba avanzando en el terreno. Cuando entraba en aquel escenario luminoso entre ruidos de copas y risas lo hacía con energía, con la espalda bien recta y el pecho fuera, mostrando los bíceps de mi gallardía. Eran momentos de nerviosismo y no miraba muy bien a la peña porque me cortaba al pensar que todos prestaban atención a aquella aparición inesperada. ¡Qué porte, qué elegancia! Me dirigía a la barra y la música acompañaba mis pasos. Un rayo de luz atravesaba mi cresta e imaginaba que toda la clientela agradecía secretamente que hubiera entrado aquel bombón a deleitarles la vista. Y el caballero relumbrón miraba de perfil mostrando su lado de la cara más atractivo, movía su figura como diciendo ‘aquí está el tío’ y se dirigía rígidamente a la barra para pedir una cerveza a Vane, con un ‘Buenas Noches’ a lo Terminator para demostrar lo chulo que era. Y después, cuando me apartaba para beber los primeros sorbos de cerveza y hacerme un pitillo tranquilo, todo se desinflaba y la peña volvía a su charla y todo volvía a ser normal. Bajaba la intensidad de los focos, se desinflaban mis músculos, perdía altura, la sombra de la columna en la que me refugiaba se cernía sobre mí. Miraba a las estrellas y me acordaba de cuando era importante en el refugio de mi habitación, con mis fantásticos héroes y heroínas que me tocaban las palmas al son.