30/1/19

EL PUENTE DE CRISTAL


No nos atrevemos porque nos meten miedo en el cuerpo; aunque realmente el cuerpo no lo manejamos nosotros, —qué manejamos—, ni siquiera los pensamientos, que nacen involuntariamente, como correcciones desde afuera, desde el camino recto. De ahí las amenazas y los ultimátum para que seamos personas líquidas en un molde de cuarzo, en una sólida base irrompible, inflexible, inamovible. 

Nos dicen: Toma este camino muchacho será lo mejor para ti. ¿Y quién lo sabe? Si nos habéis entregado unas alpargatas para cruzar este puente de cristal resbaladizo. Peor aún, nos las habéis arrojado desde el techo de cristal por el que os vemos volar de continente en continente. Creíais que habíais alcanzado el porvenir del cielo, cuando vuestro porvenir es volver a la tierra y mirar al cielo igualmente, o mirar adentro,  arrimándose a este coro mundano en el mismo y último aliento.



10/1/19

¿EL AMOR DENTRO?


Creía que se podía escribir automáticamente sin pensar, soltar palabras para derramarme como un grifo abierto, a una velocidad que nace la inspiración entre la lógica de los pensamientos y la confusión de los sentidos pero hay freno. Por qué detenerse a pensar si el deseo es descubrir misterios ni siquiera conocidos cuando funcionan como datos en una máquina de ceros y uno; por qué no creer en la aparición espontánea de algo que fuera una invención, algo fortuito entre esas cosas tan pesadas que son como engranajes del comportamiento y que poco tienen que ver con la improvisación y el deseo. El amor mismo, que está escrito en la memoria como un romance moribundo, ya no es ni moderno, está pasado de moda, desfallece por momentos. Queda la chispa de la piel que no se sabe si prenderá en un océano.

De todas formas, las ilusiones narradas también parecen caducadas, porque después de toda la movida que nos contaron del amor, esa parte que nos faltaba para completar la naranja entera, empezaron a contarnos que la habíamos llevado dentro, siempre completa. Y entonces qué tonto me siento, ¿para qué tanto tiempo huyendo o buscando? Ningún dios nos dividió en dos, en sujeto y complemento, masculino o femenino; nada separó a seres que tenían cuatro brazos, cuatro patas y dos sexos como no fuera el Hombre mismo…

Y de pronto empezaron a contarnos que no éramos ni dos ni uno, sino muchos en uno, y yo ya no sé qué pensar desde que me enteré que no hay que buscar amor fuera sino dentro, pues me siento como una isla, me siento como un convento.