31/3/10

Manú en los astros celestes


Manú y sus historias, las ganas, los impulsos contenidos, fiel a sí mismo, tan fiel que a veces se le olvida que su rutina no es algo involuntario, fue fijada o establecida por él y tiene el poder de cambiarla aunque crea que pueda hacer poco. Puede encender la luz de la cocina y creerse que es el Faro de Alejandría, después recoger mensajes que lleguen de ese mar proceloso de la expectación. Puede elegir un mensajero propiciatorio, abrirle las puertas de su templo, que no es algo con muros y techo sino la esfera que le rodea, la zona de intercambio en la que tiene influencia. Puede erigir su modo de personalidad discreta en la presentación, como coger ese cartón del suelo que ha dejado sin usar y desempolvarlo. Carraspeará para aclarar su garganta para que salgan vocecitas tímidas, don diablos que se llevará el viento esparciéndolos por la fuerza motriz del deseo. Son semillas que llegarán lejos pero serán las que se queden el pelo de quien ha elegido para compartir un escalón de la primavera las que brillen como polvo estelar. Es generoso y cubrirá con panes de oro la superficie del extraño. Aún se moverá en el terreno de los roces de las frases insinuantes y los dedos, de las improvisaciones, de los brochazos impresionistas que forman el cuadro de ese mensaje de deseo de amor. Manú y su cuadro de costumbres congeladas que se empiezan a fundir, Manú y sus tentativas hacia el centro de la diana, Manú y su decisión de salto al vacío, empieza a desabrocharse los botones de la camisa de donde se desprenden la hojas de la primavera, que se abren como un helecho. Enseña su joya que ha estado guardando para que no se le gaste a mordiscos y la ofrece en el recipiente de su boca. Como es aceptada e invitada, con un juego de peces humedos, comienza a respirar en un paraíso extraño y no hay flor que se resista a erguirse y mirar enhiesta al sol. Manú puede visitar ya los astros celestes, donde los ángeles mezclan dulces y amargos, filamentos y supernovas. Harán té y poleo, morderán frutas y cubrirán de licor sus alas. Sabe que es pasión porque es querer morirse así, sintiendo y felicitándose por compartir sonidos, ritmos, vibraciones, las declaraciones exaltadas de amor. ¡Por Dios, que alguien detenga ese momento para siempre!

23/3/10

Villanos de medio pelo


Una temporada sin estar en el centro de la civilización deja huella, aunque hayas navegado en aguas tranquilas y te hayas convencido de que todo iba bien sólo estabas perdiéndote en una ensoñación sin la tregua de descontroles alternativos. Cuando vivías concentrado en tu submundo todas las ambiciones iban creciendo, todos los límites morales difuminándose. Se podía decir que estabas creciéndote aunque hubieses partido de una autoestima sinceramente vaga porque, claro, frente a una situación de pereza a salir de tu entorno vivíamos nuestra entidad desvirtuada por las fantasías. Era fácil confundirse, quiero decir si en tus intimidades más profundas admirabas secretamente a John Wayne, soliloquio tras soliloquio, podías convencerte al final de que compartías muchos rasgos comunes con figura tan destacada y, llegando a los extremos, incluso creerte forajido. Y luego el shock llegaba cuando hacías una inmersión en la ‘realidad’ de la noche y todo el mundo te trataba como poco menos que nada porque todo el mundo, ciertamente, se creía algo en su medida o se creía más que tú mismo, secretamente, con humildad o con soberbia. Éramos así porque no nos gustaba creer en otros villanos que no fuéramos nosotros mismos. Y es que en aquella pequeña comunidad todo el mundo desempeñaba un papel importante y no vengas tú a querer dar el cante o querer dejar huella. Nada podíamos hacer de repente para llamar la atención como no fuese violentamente y éramos seres pacíficos sin ganas de meternos en líos… Y bla, bla, bla, empezamos a hablar como locos con la gente dispersa de aquel pueblo perdido en el culo del mundo y todos nos miraban con el ceño fruncido ¿Pero qué habíamos hecho nosotros? Todavía nada y nos trataban como si fuéramos seres ignominiosos que fuésemos a robar la caja de caudales de la Wells Fargo provincial, que fuéramos a follarnos a las putas que tanto trabajo les había costado reunir en una casa apartada discretamente en el campo ¿Pero qué era aquello? ¿Es que no llevábamos grabada en la cara nuestra mejor de las sonrisas y un corte a propósito de la philishave?

Terminamos marginados en la esquina de una taberna, hablando por los codos con un tipo de la costa que parecía esculpido en madera, pero porque estábamos beodos a esa altura de nuestra entrañable incursión social en una pequeña y apacible localidad del medio oeste. Y cuando preguntamos si había trabajo para sacar unas perras e ir tirando se echaron a reír, el tipo amigable que aguantaba la barra y el camarero agradable de la séptima cerveza. ‘Cerramos en quince minutos que tengáis buen viaje…’ Pero daba igual, aquella noche nos tocaba dormir bajo un manto de estrellas, las camas de la fonda era la única posibilidad que teníamos de tumbarnos a cubierto y no le íbamos a dejar más dinero a aquel pueblo tan acogedor. La estela plateada de la Vía Láctea era tan visible cuando salímos tambaleándonos que creímos distinguir el camino que debíamos seguir. Un camino fulgurante hacia la liberación de la belleza natural, directamente desplegadas ante nuestros ojos centenares de paradas que nos quedaba por hacer. Nos dimos cuenta que gracias a nuestro beodismo caminábamos abrazados fuertemente, dibujando ochos y ceros, cosa que nos produjo tal admiración que temblábamos, no de frío sino de emoción…

14/3/10

Bocados de realidad


Un pedazo de cielo sobre la cabeza, ausencia de nubes y aunque el sol no queme por lo menos se puede sentir como el brillito dorado se ha posado en la cara dejando un leve gusto pasajero, después incluso algunos relieves del rostro, quizá lo que sobresale como la punta de la nariz, quedan levemente rosados. El sol despierta la vitamina C pero también las ganas de emprender, comenzar, renovarse, por lo menos pasar más tiempo en la calle. Ahora se entiende a los suecos, habiendo vivido meses de medianía de luz, de encapotamientos, de días de récords en litros por metro cúbico, no es de extrañar que tengan tanta imaginación para la novela negra. Por mi parte, en lo que he escrito no ha habido lugar para los asesinatos atroces aunque sí para alguna serie de desencuentros.

Podría contar que me he pasado el diluvio universal cogido de la mano de alguna secreta beldad, acurrucado junto a la tibia epidermis de alguien, midiendo calentones para hacer el sobre o traspasar tatuajes cuando algo se desborda a la par. Pero fuera de visitas esporádicas a domicilios foráneos lo cierto es que intimidad, lo que se dice intimidad, sólo la ha habido en la ficción, entre dos personajes creados para la ocasión. Eso sí, los he visto como dos almas intermitentes, es extraño. Sólo me han hecho saber de ellos en los momentos de película, en momentazos que se han montado para jugar desnudos, cabrones, como para darme envidia. Pero en aquellos otros en los que simplemente querían descansar, dormitar en el sofá, cuando se contaban chistes malos o argumentos de libros suecos para no escuchar las noticias de crisis, guerras y temblores, ésos me los han hurtado. Como no me llevan una vida pública de reuniones en pubs, tabernas y discotecas tampoco me han enseñado lo que comenta la gente, esa corriente de roces públicos que nunca son fulanito o menganito en particular sino que es algo más difuminado: todas las personas que no son grupo o individuo que suenan como un runrún entre risitas y voces confusas. Bueno, es un ambiente retomable, casi no se pierde nada sino fuera porque hay ‘gente’ que anda con las puertas abiertas a sus tesoros íntimos, sino fuera porque quedan personas con radares activos sensibles a algo nuevo, con perspectiva de estabilidad o con anhelos de cierta dependencia sana y cooperante.

Podría contar con detalles las ocasiones en que me he trasladado a islas verdaderas, en las que tocado la tierra piel con piel a la luz de las velas o de los reflejos de los pantallazos de la TDT, pero esos suspiros se quedan para mi discreción, aunque diría que me han cubierto de gloria regalándome trozos de intimidad privada, que han mantenido vivos mis sensores físicos en una melodía de juegos seductores, de fogonazos erótico festivos. Suspiros, algunos intercambios de ideas y de mutuo interés, brillos intermitentes de personas que no me han dejado de lado porque me han transmitido bocados de realidad…

7/3/10

Cambio de roles


Le ató las manos, el frío roce le sorprendió de tal manera que cambió su inocente semblante por una expresión de interrogación. En una situación como aquella no podía haber esperado tan brusco movimiento, elevándole los brazos hacia atrás para fijarlos en unos complicados nudos. Quedaba así indefenso y paralizado por el miedo a lo desconocido. Nunca hubiera imaginado que ofrecería tan poca resistencia a quedar a merced de alguien, tan prudente como era, tan cuidadoso de protegerse de las rápidas incursiones de otras manos. Manos que fueron invadiendo su atmósfera vital, posándose sobre su superficie desnuda, que reaccionó elevando cada poro de piel, convirtiéndolo en una dulce gallina.

Estaba acostumbrado a tomar la iniciativa, a modular su voz de grave seductor para hechizar mientras se acercaba con un gallardo movimiento hacia la intimidad víctima de sus deseos. Sin embargo, de golpe se veía forzado a dejar atrás, como alas plegadas, los nervios que marcan la frontera de los tres centímetros peligrosos entre dos personas. De un plumazo olvidó los estándares, los prejuicios, los papeles rígidos. Era un novato pero era lo suficientemente curioso para aceptar ese progreso respetuoso. De pronto tomó un látigo de cuero y dijo ‘ahora te vas a enterar’, dejándolo con una cara de póquer que no tardó en reblandecerse al comprender que todo era un juego oscuro de placer, que no había furia sino leves marcas y un terrible cosquilleo en el centro de su ser.

Y le mordió el cuello y anuló cualquier separación apretándole las nalgas contra sí, casi traspasándolo, y al percatarse de que todavía podía mantener un movimiento independiente aceptó que mejor sería atarse con cuerdas para menearse ambos como una serpiente. Y le obligó a estar así durante horas mientras le hacía cosquillas con la lengua, lo besaba con violencia, le mordía con dulzura. Le derramó cera sobre su pecho para prolongar aquella llama interna. Se quedaron amarrados hasta que se acostumbraron sus pieles y siendo atacado en los puntos más débiles quiso dejar atrás todo tipo de ataduras, pero por unos instantes, sí, gozaría totalmente unido, vibrar juntos hasta que las glándulas salivares y las lacrimales manaran como fuentes purificadoras de tan tumultuosa simbiosis. Nunca podrían haberle dado mejor respuesta a tanta sobrevaloración del espíritu, quitar los paños de oro del ego congraciándose con caricias y latigazos certeros. Por fortuna en aquel espacio privado del sexo hicieron volar en pedazos los prejuicios y los roles…