29/4/09

Pensar las cosas


No está claro que tantas formulaciones ayuden a resolver una incógnita ¿Qué incógnita? Pss, yo que sé. LA INCOGNITA en sí misma. Cuestionarse, analizar cualquier cambio emocional ¿Y ahora por qué me estoy sintiendo así? Te preguntas en cada viraje de los ánimos. Y ya te pones a darle a la maquinita de las construcciones mentales. Mientras haces conjeturas vas puliendo el asunto hasta que te sale una figurita perfecta, una idea que quieres manejar y que se adapta a tu kit de supervivencia… Y bla, bla, bla. Tanta palabrería para decir que te comes el coco. El lenguaje infantil es definitivo. Sin dramas, va a ser que empiezas a pensar demasiado las cosas. Otra persona tardaría menos tiempo en hacer la apreciación, por lo que parece mejor que te echen un vistazo de vez en cuando para que te hagan un juicio rápido. El autoanálisis se está convirtiendo en nuestro entretenimiento favorito, pero lo hacemos viciado porque el ego es triunfador y no desea darle demasiadas oportunidades al crítico. Por eso conviene no confiar excesivamente en la eficacia de los juicios propios. Hay que ver el debate que se puede llegar a mantener con uno mismo. En una conversación se acudiría al repertorio de los horóscopos. “La verdad es que los Géminis tenéis la fama que os merecéis, decís ‘Sí, si’ cuando en realidad es no”. La teoría de la conspiración suele convenir en que la parte ‘mala’ se esconde en el lado oscuro de la luna. Nuestra SECRETA personalidad. Sí, ésa que da la cara con el tiempo. Pero quien dice esto no reconoce que todos tenemos un lado oscuro, responde el abogado defensor. Lo que ocurre es que los solitarios solemos tener cálidos debates entre nuestras personalidades, a veces nos echamos una coca cola y nos fumamos unos cigarrillos mientras que arreglamos el mundo en el cálido fragor de una casa confortable. Tratamos de llegar a una postura común y se es muy correcto. Los desacuerdos se exponen con el más delicado de los tactos. Al fondo de la habitación hay un televisor encendido y cuando empiezan las noticias la voz de la alarma altera el debate sosegado. Y cuando miras a la pantalla te das cuenta de que el presentador se pone rojo y con los ojos como chino te echa la bronca al oído sin que te des cuenta. De pronto caes y dices ‘ey, ey, para’ y tu otro yo retoma las riendas del asunto. Ya te puedes sentir como un hombre equilibrado, que sólo estaba pensando un poquito sobre un tema, manejando los tiempos.

Así que nada, pasa otro día y continúa el debate. Buf, esta es toda la tranquilidad que aparentas. Tiene mérito. Está el tío tan tranquilo, ahí, viéndolas venir. Te intentas hacer a la idea de que cada uno de nosotros llevamos un run run rutinario, sí, lo normal de cuando un tema nos preocupa. Te preguntas si la gente con la que te cruzas durante el día anda también toreando asuntos, poniendo parches cuando las preocupaciones transpiran sin permiso entre nuestras actividades. Se recomienda aparentar normalidad por seguridad, pero a mi no me gusta la feria. Y a cambio me pongo a escribir sobre mi duda existencial al quedarme al margen del jolgorio. Eso de que no te vean dudar, chico, es una lección que no tenemos bien aprendida. La primera regla de la SEGURIDAD es la de no mostrar DUDA. Malo para ser un ganador, malo para los impulsos. Ese no es el ritmo, baby, de la civilización. Ésta no es forma de venderse entre tantos candidatos...

26/4/09

Viaje al centro de Sevilla


Está ya pegando el sol en Sevilla. Los guiris pululan como hormigas por el centro histórico. Será que me olvidé cómo era 'la caló' sobre el asfalto pero caminando por ahí he sentido como si viviese por primera vez la experiencia. El jaleo de gente sin dinero rebuscando en los comercios, el bochorno, los tubos de escape de los autobuses metiéndose por tus narices. La respiración relajante que practico por recomendación de Alejandro Maldonado se ve recompensada por una gran bocanada de CO2. Hay que caminar mirando el suelo porque llegando el buen tiempo comienzan a reproducirse zanjas y mierdas de perro. Pero esta mañana nada será complicado, sólo llevo la intención de hacer un paseo festivo porque es el jodido Día del Libro. Pensaba culminarlo comprándome uno pero bah, me he curado de mi compra compulsiva de libros apuntándome a una biblioteca. El paseo mañanero se hace pegajoso, los slips comienzan a causar estragos en las ingles sudorosas y te dan ganas de pasear con los huevos colgando. Uff, en una playa nudista por ejemplo, no quiero imaginar. Me había olvidado que el tedio puede atrapar a cualquiera cuando llegan los calores a la ciudad. Hay ciertas horas en las que pareciese como si la atmósfera se volviese marciana. Sobre las dos o tres de la tarde todo empieza a moverse con lentitud y los lugares concurridos se convierten en vías de resoplos. Los grupitos de abueletes corren a cámara lenta a meter la coronilla en el agua fresca de la sombra. Los edificios encrespan sus cornisas…! Y esto es lo que hay, con tanta bocina y motor rugiendo no son paseos para tranquilizarse.

Ahora que tengo sol renacen los planes de pasar un día a la rivera del río, quitarme la camiseta, estirar la espalda y darme el gustazo de fumarme un pitillo mirando como esos notas recorren el río en piragua y yo me rasco la coronilla. Joder, para eso hay que tener unos buenos pulmones. Apuro la vista y compruebo que son hombres de Agua Brava y gomina, capullos. Antes andaba recorriendo la ciudad en bicicleta, haciendo mini rutas y paradas de descanso en oasis de sombra y vegetación. Hoy vuelvo a hacerlo para cruzar puentes. Y entre tramo y tramo un descanso bajo una sombrilla de palmeras, que te haga olvidar que son las dos en Sevilla. El sonido de la jungla de asfalto no cesa y no te deja olvidarte del todo, pero se incorpora el trino de los pájaros en su cortejo (No mires al cielo que te pones cursilonamente poético y te cruje el cuello) y eso es un paréntesis en la bronca ensordecedora de la ciudad en hora punta. Luego una sirena viene a recordarte la caña de España y dos manzanas más allá están remodelando un hotel de lujo. Pss ¿Pa qué? Con lo que una nube de polvo viene, cual tormenta del desierto, a instalarse plácidamente en los ojos. Tus bronquios responden y tronan y te piden una dosis más de C02 y, como ya estás tragando porquería de hecho, enciendes un pitillo. Miras las copas de los árboles hasta que sientes el culillo frío por la acción del banco sombreado, eso te devuelve a la realidad y, con un suspiro, reemprendes tu camino hacia el centro de Sevilla…

21/4/09

Domingo de Resurreción


Calle Fuencarral y Hortaleza. La mejor hora era la que pintaba de dorado las farolas el asfalto, escaparates y rostros expectantes en la antesala de la noche. Los más animados van corriendo para comprarse los últimos trapitos después de haber trabajado durante todo el día, dispuestos a abusar del cuerpo en las pocas horas de ocio que deja el ritmo laboral. Se veía a gente ‘permitiéndose cosas’ por vivir una película bonita como final a una jornada de estrés. Una cita, una cena por delante a la luz de las velas. Todo eso andaba por ahí pero aún eran historias ajenas pues las primeras noches eran noches de cervezas solitarias. Y después de esas cervezas en antros oscuros, la historia de un sueño prometido se escribía en una aureola de pensamientos emocionados durante el trayecto de vuelta a la pensión. Los operarios de limpieza se afanan con una manguera por dejarle la cara lavada al asfalto de Madrid, unos chinos ofrecen bocadillos grasientos que esconden en las papeleras de la calle. Las chicas de la noche me dicen guapo. Una vez en la pensión, los hechos te devuelven a la realidad pero todo eso es provisional y echas mano de la esperanza. Te acuestas y escuchas el negro silencio. Fuera en el pasillo un huésped que siempre silbaba ostentosamente al entrar deja de hacerlo cuando pasa por tu puerta. Eso es que te presiente, ha olido tu miedo latir a través de las paredes en la noche tranquila. Pero no es un miedo a los maleantes de la noche es miedo a un futuro desconocido. Vuelves a morder otro trozo de esperanza para dormir y mañana será el día, sí, que llegue por fin a la Gran Ciudad...

Recordando aquellos primeros momentos de adaptación cuando era un pavo me sentí extraño, me hizo pensar que entonces tenía el impulso que daba la fuerza de la esperanza, de los sueños, y ahora lo que tenía era que empezar de nuevo inmerso en un mar de dudas ¿Qué quedaba de aquella chispita que doblaba la energía? Pero de repente me di cuenta de que, con mi cervecita en la mano, mi cuerpo empezaba a moverse para encontrar un hueco más placentero. Volvía a arrimarme a la gente para recibir el sol en la cara. Y una fuerza de atracción desconocida me unió en un instante a un trozo de vida urbana. Y me dieron ganas de sonreír, el caso es que sentí sonrisa. Me envolvieron voces, risas espontáneas, cambios de humor, niños chillando y correteando, perros jugando con una botella de cocacola, reboleándose uno sobre otro, jugando a morderse las orejas. Y hubo un momento en que lo vi todo ahí, brillando real, donde siempre debería haber estado, como en una postal de un domingo soleado, de los que la gente estira el cuello para sentir los picores del sol relajantes. Los neumáticos de un camión, luchando por avanzar en una superficie pegajosa, rompen la ensoñación. El ritmo laboral comienza a barrer la lentitud de lo festivo aunque todavía no se ha ido la cera de la Semana Santa del asfalto. La piel de la burbuja es cada vez más débil. Bueno, bueno, esa es la sensación de un rato pequeñísimo de placer. Si se disfrutan de instantes como éste es que no vamos por mal camino...

(Ilustración Plaza del Salvador. Acuarela de José Ignacio Velasco)

15/4/09

Dame un paquete de pipas


‘Y menos grave, batracio. Y más clarito. No hace falta tantas palabras para contarlo, menos rodeo, borreguín’, me dice el crítico que llevo dentro. Ja, como cuando empecé a escribir y reuní setenta folios de una historia, bueno, de lo que creía que era historia porque me puse manos a la obra sin hacer un planteamiento. Y llegó la hora de revisar y corregir, y sorprendido me di cuenta que había compuesto un soliloquio de pensamientos sobre el bloqueo. La historia de un muchacho que descubre la vida cuando se fragmenta su idílico hogar, cosa tan poco original, había quedado sepultada por un muro de ladrillos que se derrumba al tocarlo suavemente con las manitas. ¿Y ahora una metáfora para decir que te diste de narices con el aislamiento? Pues bueno, aterrado me puse a limar como un loco y la misma tarea se convirtió en un debate interminable conmigo mismo ¡Cielos, estaba calentando la silla con el roce de mis posaderas, intentando buscar un hueco! ¿No era eso mismo un síntoma? En un momento de lenguaje corporal 'fras fras' se puede decir más que con cientos de palabras pretendidamente esclarizadoras. Y es cuando te das cuenta de que algo personal se está entrometiendo en tus escritos. Y te cagas en todo lo que se menea porque tienes que despedirte del personaje por un buen rato. Coges las llaves de casa, te planta unas gafas pantalla, unos vaqueros gastados, un poco de desodorante por este lado, otro poco por este otro y pam, pam, pam, catapún, te plantas en la calle con unas expectativas gordas de no se sabe qué relacionado con desahogarse. Caminas lentamente, dándole patadas a las piedras, es más, abusemos de la metáfora, quitando con tus propias manos trozos de muro de piedra. Y compruebas que con cada paso puedes ir hinchando mejor el pecho, inspiras, respiras. Según caminas vas pensando con más claridad y te acuerdas que en la tienda de ultramarinos hay una sonrisa bonita que te relaja ¡No necesitas nada pero dándole vueltas te sacas de la manga que te apetece pipas! Merece la pena, es un módico precio por una sonrisa. Compras tus pipas, recibes la sonrisa y tienes la suerte de que cuando vas a pagar rozan tu mano con delicadeza. Satisfecho, abandonas la idea de coger un pedal de cervezas y esa noche no terminarás haciendo gluglú, te sentarás frente al ordenador para seguir escribiendo…

12/4/09

La gran ciudad


Una inercia que se apagaba cuando dejé atrás los límites del terreno conocido, como el refresco de cola que burbujea al caerse la botella y que retrocede ante la resistencia del tapón, me hizo sospechar de que iba a ser más difícil de lo esperado llegar a aquellos lugares tan excitantes que había visitado con la imaginación. Pero mis ojos lo veían incrédulo, Castilla La Mancha, una inmensa planicie tranquilizadora tras pasar los nervios de las montañas fronterizas de Despeñaperros. Y para calmar aquella indescriptible sensación, que más tarde identifiqué como ilusión, empecé a detestar la seguridad y las rutinas tranquilas, porque las ganas de disfrutar de aquel ideal era lo que me había empujado como un dragón que intentó besarme el culo con sus escupitajos de fuego. Así que cuando me topé con las fronteras exteriores de la fantasía supe de buen grado lo que eran las expectativas al notar una sólida emoción, sentado en el autobús. La realidad demoledora alcanzó, pues, mi territorio personal. Los pocos espacios verdes que quedaban en las laderas de tan extensa carretera comenzaron a desaparecer a la par que los sueños de los paraísos idílicos. Todo se convirtió en carretera gris, camino hacia aquello desconocido que daba tanto morbo. Iba con la idea de tomar la ciudad y ésta me dió una bofetada pidiéndome respeto para las cosas grandes.

De todas las calles de aquella ciudad la que coroné como preferida era, sin duda, la Gran Vía, pero no por la belleza de sus edificios rotundos sino porque se convirtió en mi eje vital a fuerza de pasearla de arriba abajo. Era el lugar donde se dirigían mis pasos automáticamente cuando quería airear mis preocupaciones. Sus escaparates reflejaron muchas veces la expresión de un muchacho que sonreía solícito a un futuro lleno de oportunidades. Aunque ya mediando respeto porque todo aquello era... en fin, tenías que mirar las cornisas para darte cuenta de lo grande que era. Desde el deseo de estar disfrutando de unas de esas tardes en familia al reconocimiento del encanto que ejercía aquel paisaje plagado de aristas. Porque como ocurre con las cosas nuevas aquello brillaba cuando llegué, brillaba a pesar de la basura de los rincones, de los rateros escondidos en el patio de atrás, de las prostitutas cuarentonas agazapadas en los portales de las casas centenarias, de las fluctuaciones que se producían en las callejuelas secundarias cuando las sirenas de los coches de policía barrían el terreno, alterando más de un estado de nervios. Eran todos detalles turbios de una vía principal dorada, escaparate de Madrid por donde capitalinos y provincianos paseaban sus compras de festivos. Todo resquicio iba a recabar mi atención con el tiempo, porque mayor curiosidad ‘periodística’ me causaban los rincones ocultos que los escaparates del orgullo nacional…

9/4/09

La Madrugá


Esta noche puede suceder una pequeña resurrección, al fin al cabo yo soy así parece que me agoto pero doy embestidas antes de llegar al valor cero. Quiera o no hoy es un día especial, vuelvo a salir con la excusa de la Madrugá. Y en la Alameda quiero oler a incienso, mirar fijamente el corazón dorado de los candelabros, ver entre el gentío las plumas de los ‘Armaos’ flotar, sentir en el corazón los sobrelatidos de los tambores. Un agnóstico viendo procesiones, unas cervecitas y la licencia para desviarse de la rutina, para mezclarse de nuevo con la gente en la calle, los que forman esa cosa grave e impersonal que es rollo social. Como si hubieran pasado siglos veré el paso del la Sentencia en la esquina del Club de los Fumetas, donde un día la Pandilla Habanilla pareció ser feliz, gritó y aulló, entre carcajadas, a la luz de las farolas, ocultando lo prohibido al Sanedrín y al gobernador romano. Es tanta la sensación de festivo que resucita la energía de los rescoldos y el calorcito despierta al hombre, que dentro de la caverna escucha como una voz surge del hueco de su estómago que dice ‘Calle, calle…ponte un saco, un disfraz, una máscara y sal a la calle’. Aviva la contradicción, admira a la Macarena como un devoto a pesar de que no crees, espía a otros rostros más dulces y terrenales, emociónate con la ayuda de una cerveza, cuando los pies protesten volverás a casa con el deber cumplido. Y un año más puede que si hay una cosa que vuelva a abrazar de los asuntos divinos en esta noche mágica sea la resurrección de mi alma…

4/4/09

Aquel maravilloso Hombre


Estoy en un desierto meditando, pidiéndole cuentas a un Dios cuando ya no creo, porque nos prometieron demasiado Cielo y ese mensaje caló en nuestras mentes. Hay cosas que un agnóstico no puede borrar pues la educación es muchas veces como el ‘jierro’ candente que marca. Hoy pienso en la figura de ese Jesucristo revolucionario, escucho un par de canciones de una ópera musical y me emociona. Y aunque he barrido de mi mente toda la opresión de la religión, he echado de mi templo a los farsantes mercaderes, a Él todavía lo salvo de mi desmemoria, aunque la razón me diga que sólo es un mito. Sobre esa estructura difuminada, sobre esos restos del creer, se erigieron otros edificios y después de derramar varias veces los pilares opté por un respeto prudente porque es lo único bueno que queda en ese tinglado de mercaderes, de Papas que van contra la salud humana, de generosas donaciones y mercados de las apariciones marianas. Del poder que, en definitiva, maneja a millones de almas. El templo se llenó otra vez de mercaderes y lo único bueno que queda es la idea de Jesús. Existiera o no sigue habiendo buenos pastores y buenos samaritanos entre tanta corrupción. Puede que se haya quedado desvirtuado por siglos y siglos de mensajes evangélicos erróneos, pero esa fantástica lección a los poderes establecidos no se derrumba. Me gusta pensar que el mito de Jesucristo permanecerá inmaculado pues es algo que está al margen de un barco que hace aguas desde hace décadas, de un templo que cada vez está más vacío. Lo que ocurre que sus cimientos gimen de vez en cuando, como lamentos suenan las juntas y hay gente que seguirá pagando las consecuencias. (“El preservativo no soluciona el problema, lo empeora”, dijo Benedicto XVI). Hoy es un día de esos en que me acuerdo que fui cristiano, en el que empiezo a rememorar la maravillosa fábula de un hombre que se enfrentó al poder con un mensaje de amor, pues llega la Semana Santa. Esa fecha señalada en el calendario que es especial por tradición familiar pero que ya no tiene contenido religioso. Veré con escepticismo alguna procesión porque no tengo fe sino admiración folklórica. Haré examen de conciencia porque esta fecha siempre ha sido un horizonte, será que me queda algo de ese sentido de muerte y resurrección, cimientos difuminados de una fe superada. Pero Jesús… ¡Oh, qué maravilloso Hombre, de haber existido!