29/3/19

CHISPAS FUGACES


Todo el día con ganas de ver a través de tu piel para poder acariciarte. No hay ambición más sana que conocernos mientras manejamos los movimientos de una lucha prolongada entre poder y belleza. Quedarse con la apariencia sería como buscar luz entre los instintos más básicos, pero ahí arriba hay una cabeza coronada de espíritu amoroso. ¡Aléjate de mí, flor de un pensamiento, aléjate de mí igual de rápido que pasa el tiempo!

Escuche por ahí que ser mediocre es hacer las cosas a la mitad y abandonarlas después. Como jurar amor eterno a alguien y negarse a repartir besos con otros desconocidos en sus camas pero no dejar de lamer; o como ser un hombre varonil y a la vez una mujer liberal que se esconde en la ambigüedad de un traje de chaqueta opresor para no sentirse dividido. Lo mejor para que no haya obligación es no elegir camino ni etiqueta sino balanceo, y embriagarse al entrar a las sombras hasta que aparezca una luz que no parpadea. Y es que la esperanza de amar es erotismo vital. Es gastar cerillas de chispas fugaces y nadar a contracorriente entre chispa y chispa, en un vacío lleno de energía sin salida, o en el cauce de un río invisible, corriente que no desfallece porque prende a reacción de otros cuerpos hermosos.

Y en el desesperado intento de nadar y tocar tierra nos agarramos a los puentes que funcionan, buscamos un camino sin piedras, a tientas porque nos hemos deslumbrado por un rayo de sol cegador, directo a los ojos. En el olvido nos habíamos embriagado de una luz intensa que lo deja todo difuminado, vatios acumulados para descargar sin saber dónde. Y, aunque ciegos, nos ilusiona una potencia radiante, ese valor durmiente que ilumina dentro pero que se despliega a base de besos y explosiones químicas y vellos de punta. ¿A dónde caeríamos sin las chispas fugaces que se extienden entre las horas muertas, entre plazas soleadas y rincones negros de la noche que esperan un nuevo amanecer?



7/3/19

DEL CORAZÓN A LA BELLEZA SIN NOMBRE


Incomprensible vacío cuando acerqué el oído a tu corazón; la canción que nos marcaba el ritmo resultó ser una ilusión más. Si antes estaba agitado, ahora me agarro el pecho en un movimiento de consuelo, frenando el desboque que correspondía a tus palabras de presunto amor, sustituyendo un romance por una canción que me consuele en un nuevo despertar. Pero esta sensación de nueva independencia es molesta para quien amó, para quien cantaba por las calles con una voz desgarrada de blues en un reino de engranajes y sistemas. En realidad, la melodía seguía sonando cuando retiré la mano y me la llevé a la cabeza. Aquella agitación era ya música en la habitación secreta de mi memoria, cuando me senté en un banco de piedra a observar la naturaleza, los trinos y los rayos dorados. Me senté pero tenía ganas de bailar. Entonces las plantas volvían a crecer sobre cenizas y pasé de la melancolía a la excitación al admirar la belleza impersonal de un perrito que viene a consolarme moviendo el rabo.

Del corazón agitado a la calma necesaria para seguir vibrando y poder agitarse de nuevo, si es que alguna vez se pueda volver a cantar a dúo. Pero no un ‘doremí’ y que me respondan ‘fasol’, sino dos voces completas en una armonía común para dos canciones distintas. Que nuestro bienestar no sea dependiente, que no sea un espejismo. Que mantengamos la utopía de un espíritu libre junto al hambre de piel que no nos abandona. Aguantemos las ganas de fingir, de protegernos de la aventura y de la belleza que despista, pues no son los ojos los que adoran sino algo más profundo que no tiene nombre.