Incomprensible vacío cuando
acerqué el oído a tu corazón; la canción que nos marcaba el ritmo resultó ser
una ilusión más. Si antes estaba agitado, ahora me agarro el pecho en un
movimiento de consuelo, frenando el desboque que correspondía a tus palabras de
presunto amor, sustituyendo un romance por una canción que me consuele en un
nuevo despertar. Pero esta sensación de nueva independencia es molesta para
quien amó, para quien cantaba por las calles con una voz desgarrada de blues en
un reino de engranajes y sistemas. En realidad, la melodía seguía sonando
cuando retiré la mano y me la llevé a la cabeza. Aquella agitación era ya
música en la habitación secreta de mi memoria, cuando me senté en un banco de piedra
a observar la naturaleza, los trinos y los rayos dorados. Me senté pero tenía
ganas de bailar. Entonces las plantas volvían a crecer sobre cenizas y pasé de
la melancolía a la excitación al admirar la belleza impersonal de un perrito
que viene a consolarme moviendo el rabo.
Del corazón agitado a la calma necesaria
para seguir vibrando y poder agitarse de nuevo, si es que alguna vez se pueda
volver a cantar a dúo. Pero no un ‘doremí’ y que me respondan ‘fasol’, sino dos
voces completas en una armonía común para dos canciones distintas. Que nuestro
bienestar no sea dependiente, que no sea un espejismo. Que mantengamos la
utopía de un espíritu libre junto al hambre de piel que no nos abandona. Aguantemos
las ganas de fingir, de protegernos de la aventura y de la belleza que
despista, pues no son los ojos los que adoran sino algo más profundo que no
tiene nombre.
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