23/8/07

Volar o seguir soñando

Aquellos chicos sólo tenían cervezas, pipas, pitillos y música para aliviar la frustración de no poder salir volando con aquellas zapatillas de diseño, demasiado caras pero imprescindibles por si se podía botar sobre los muelles para salvarse, fuera de aquellos muros podridos por el moho y por el olor a orín, que aislaban al barrio de una ciudad que emergía en otra dirección. Había arte urbano en aquellas paredes que limitaban la frontera, dibujos que eran como gritos de furia en colores, quejas por el agobio de no ver salida, graffitis que representaba rostros desencajados, con grandes ojos abiertos que maldecían al mundo con un arma en la mano. Me daba cuenta de que no era nadie especial ni único por sentirme frustrado. Como todos había soñado otro escenario para despegar, pero si había algo que me hacía diferente era que me empeñaba en soportar ese peso a solas. Era muy raro que siguiera eligiendo ser un tío solitario y que para evadirme hubiera jugado a ser un seductor profesional sin tener madera. Sonaba imposible que desde aquel punto pudiera llegar a los lujos y comodidades que había admirado por la tele pero cuando cogía un puntillo volvían las ganas de Miami, de jacuzzi, de sexo con champán porque era un soñador.

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