La sensación de ciclo
concluido y de una nueva esperanza, pero que es familiar, le hace
sospechar de la existencia del eterno retorno, pero nada avanza sin
evolucionar. ¿Qué podría cambiar cada vez, cuantas micras, cuantos
gramos, cuantos grados? Le parecía más fácil aprender hablando que
escribiendo, pero hablaba poco ¿Y escuchar? Escuchar le hacía
sentir menos solo y también algo aprendía, aunque tuvo que observar
la utilidad o ‘la calidad’ de la fuentes de las que bebía. Lo
mismo había tomado veneno durante mucho tiempo como agua corriente.
Y ahora, cuando sabe que volando ve a las estrellas a sus pies, se
pregunta que aprender para qué, con qué utilidad. ¿La calma o la
agitación? Emprender una revolución a través del conocimiento era
una odisea; lo primero que le sorprendió era cómo de ignorante
había sido.
¿Entonces
había que abandonar el Idealismo? Por confusión en los orígenes de
la ideas, por incomparecencia del ideal universal, temía la
aluminosis en los sueños particulares que había acumulado, que eran
casi como sueños imposibles, pues se desmoronaban las estructuras y
los referentes de la doctrina total, quedaba vacía de contenido, los
cimientos soportados por la débil interpretación de la razón
instrumental. Empieza a comprender que el materialismo, finalmente,
es el que crea un nuevo lenguaje. Como dijo aquel filósofo en su
martirio “La naturaleza está triste porque ha perdido su lenguaje
original” (Walter Benjamin).