Había otra forma diferente de vivir la ciudad, pesaba menos
mi alma y el ruido comenzaba a sonar como una
melodía. Antes caminaba con pasos apresurados y se desarrollaba como
cualquier lunes de asuntos pendientes. Desde que me sostengo sin tantos
artificios vivir la ciudad es incertidumbre porque todo es nuevo a pesar de ser
las mismas calles de siempre. Hasta las mismas esquinas que doblé mil veces me
deparan sorpresas, como visiones plásticas de una cornisa que corta un rayo de
luz o como un balcón florido que siempre estuvo ahí, que vuelvo a saborear
porque ya vivo el presente que antes no veía. Porque antes lo mejor de doblar
esquinas era encontrarse contigo, siempre te andaba buscando y tú sólo me
buscabas cuando tenías calor o frío. Antes no veía nada porque estaba ocupado
pensándote, ocupando mi tiempo aunque tuvieses tu vida. Y un día sucedió que
toda la prisa de todos los días se transformó en pasos caprichosos. Un día
volvió el blues a mi cabeza y de pronto empecé a andar con brío y con redoble
de palillos, como dando brincos de levedad hacia una pared de cal donde volvería
a colgar nuevos besos entre graffitis y geranios.
20/5/16
11/5/16
VENCIMOS A LA LLUVIA
En los brotes de primavera, radiante o melancólica, te he
buscado a través de la luz cegadora y de las sombras. No queriendo conformarme
con el desánimo de una tarde nublada te propuse un paseo para decirte que me
gustabas, pero antes de abrir la boca me abrazaste cuando sentimos caer las
flores ‘paraíso’ de los árboles sobre nuestras cabezas; preludio de una
tormenta que crecía empujándonos con viento y lluvia de vuelta a casa. En el
horizonte tronaban nubes grises pero nos plantamos, y abrazados recibimos un
chaparrón frío que nos empapó en unos segundos y tú no podías parar de reír. A
veces me dejabas alucinado con tu inocencia que, de repente, demostraba la bondad
de tus sentimientos más allá de las palabras. Tanta ternura al agarrarme con
fuerza para mantenernos en calor desinfló cualquier preocupación por lo que
estaba sintiendo, en mi mundo estos pequeños baches eran como un poema
melancólico. Y, bueno, bastó con acariciarte el rostro y mirarte a los ojos
para comprobar tu alegría sincera. Tu sonrisa me confirmó que no necesitaba más
pruebas para saber que me deseabas. No sé por qué había dudado cuando, en tantos
días de lluvia, no habíamos perdido la oportunidad de coger la puerta y salir a
la calle para compartir un brinco que nos sacudía el alma o una emoción
efervescente. Como en este paseo en el que milagrosamente hemos vencido a la
tormenta abrazados y la hemos transformado en un atardecer de nubes pintadas de
naranja. Y rodeados de aquella maravilla de luz abriéndose camino nos damos
cuenta de cómo nos estremecemos de ilusión cuando estamos juntos. Ya no
sentimos frío ni sentimos la ropa empapada sino una humedad tibia y dorada que nos
excita. Nos hacía falta más calle pero no de fiestas o verbenas sino de pasos, de
suspiros, de roces, de rincones plagados de besos.
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