Quería ser libre sin dolor y conocer todos los caminos de la
conexión mágica transversal entre todos los individuos. Sin embargo el refugio
de tu compañía estaba inclinando la balanza como un foco de atracción más
potente que un agujero negro. Me agradaba rendirme por los ojos porque andaba
nutriéndome de tus desnudos, de tus gestos, del chispeante erotismo que sentía
al verte durmiendo sin nada encima. Se me despejaban las dudas cuando te acurrucabas
junto a mí con una expresión en la cara de desconexión gozosa. Te encendías y,
rozándome con el muslo, me prendías igualmente. Y eso que con frecuencia te quedabas
zombie mirando placenteramente lo que había dentro de tus sesos, pero
resucitabas dándote cuenta de que te espiaba y volvías a mí con ternura. -‘¿Y
el romance?’ –preguntaba el poeta. -‘¿Qué romance quieres, el éxtasis del
presente o una declaración jurada a plazo fijo? –preguntaba la voz de la
cordura. Y entonces me abrigabas con tu cuerpo, y las dudas perdían tanto sentido
en cada instante de piel, en cada beso de tus labios, que no había posible
elección aunque la hubiera.