Se atreve a traspasar la
puerta, aun estando bloqueado una pasión desatada, una pulsión
hacia la libertad le introduce en un espacio desconcertante. Se ha
olvidado de cómo tomar decisiones y vaga sin rumbo fijo en la calle
húmeda; niebla en la mente porque no sabe qué hacer ni hacia dónde
ir. Sabe dónde no se
atreve a ir y no ve por dónde. En su ceguera tantea los comercios de
siempre, se acerca a la puerta de dos peluquerías por si un corte de
pelo pueda aumentar su autoestima. El destino de la cita le produce
miedo y deseo. Y entre ambos límites se pendulea, mientras que su
cuerpo anda erradamente aquí y allá. No puede cambiar la rueda del
hábito y serpentea bajo los muros de piedra que lo limitan. Ha
perdido el rumbo en un laberinto de espacios desconocidos, de gente
extraña, de distancias inmensas como para una intimidad que además
se niega. Y esas autopistas cortando y achicando espacios, difícil
es volar y cada vez más soñar. Pero hay algo que lo moviliza, un
apremio, una fuga de tiempo, y demasiados pensamientos, demasiadas
decisiones en una vida que se acelera cuando saca el cuerpo para
espiar en cada esquina; pues la luz le espera, pero todos los caminos
parecen oscuros. La bengala de energía que le animó a adentrarse se
apaga y confundido retrocede. Quizás la próxima vez que pase un
cometa...