30/1/10
Nada cambia pero el corazón me brinca los jueves
Te veo pasar fugazmente entre la multitud de aquella calle comercial donde todos buscan su tesoro del día, gente que no necesita nada más que algo nuevo que les garantice una breve emoción. La que sentía al verte era mejor que cualquier complemento, que cualquier prenda nueva, que cualquier joyita que alimentase mi vanidad. Aparecías los jueves por la esquina de la calle, el escenario que veo todos los días y que parece no cambiar. Microscópicamente lo hace pues cambian las sombras según la hora, las rutas de los conocidos son de ida o vuelta, las hojas caen, otro día el viento convierte en banderas inhiestas las sábanas que las vecinas cuelgan al sol. Puede cambiar mi ánimo que me hace ver cada detalle brillante y nuevo, aunque sea el mismo escenario, o gris y tedioso, pero esos días me miro más a ver que funciona fuera de su lugar y me doy cuenta de que no lo puedo controlar todo. De todos los cambios imperceptibles, las horas, los minutos, treinta, treinta y uno de enero... ninguno es tan apasionante como aquél que se produce cuando cruzas delante de mi escaparate. Mis gestos se ralentizan, se me va el color, me llevo las manos a la boca, lleno de asombro. Como en un película muda reacciono apasionadamente sin moverme apenas del sitio, moverme no puedo pero me da un vuelco el corazón. No te conozco ni se si tendré agallas de conocerte pero tu figura regia me doblega cuando aparece brincando en ese escenario de cartón. Y como en una opereta dramática dejo lo que me traigo entre manos y espío con una sonrisa invisible tu danza, la forma en que se mueven tus ropas, las tiranteces que descubren otras formas saludables. Pasas cada jueves y ya es como si hubiese hecho mía tu grácil imagen. Puedo distinguir los matices de tu ánimo por tu vestimenta, negra hoy, una explosión de colores mañana, porque se que eres así de cambiante. Tu cuello es un regalo, cada palma de tu piel que no cubre una prenda. Tus orejas no pueden escuchar mi deseo insaciable pero inútil porque no puedo dejar lo que tengo entre manos para descubrirme y dar un salto frente a ti como un payaso, aterrizando con una postura graciosa que te haga reír los días que te veo triste. Noto tus alegrías cuando abres los pasos y cruzas mi existencia inmóvil con tus primaveras, tus veranos, tus inviernos, entonces es como si todo el entorno se detuviera y tu imagen se ralentizase. Imagino que tuerces un poco la cara y sonríes viéndome y un tam tam, una sinfonía heroica que sube por mi estómago me desestabiliza por completo y todo lo que tengo entre manos se me cae, pero no... me alivia comprobar que mueves la cara porque una mota de polvo se mete en tu ojo y la notas más que mi mirada y mi deseo, aunque crea que atraviesa el cristal del escaparate cada jueves, lo cual es un alivio y así puedo seguir funcionando como un reloj y alimentar mi cómoda rutina...
23/1/10
Narraciones en espacios cerrados
La narración espontáneamente me colocó otra vez en un espacio cerrado, pero aquella habitación podía ya cambiar según capricho, ser un gran salón isabelino, de blancos y dorados relucientes, iluminado por grandísimas lámparas del mejor cristal. O ser una choza de adobe en la que solo caben dos cuerpos y los aperos de labranza, lo suficiente para orar y ver cómo brotan los tallos de semillas minúsculas, cómo llega el alimento, aquel maravilloso milagro potenciado por mis manos cuidadas de hombre escribiente. Un recinto que podría ser un bar añejo en el que el ambiente está formado de voces mezcladas y remolinos de humo en suspensión, y entre la niebla decenas de roces, riñas, acercamientos y algún beso robado que abra las puertas de un paraíso temporal. Un espacio cerrado podrá ser un campo abonado para el teatro, para la generación de ideas, los anhelos de caricias y los deseos más pasionales, todo alejado de la discreción social, que entre picores y olor a sudor andan probándose máscaras. Volví a un espacio cerrado para que brotaran historias sin artificios, soledades íntimas en las que ya se podía contar con la compañía, al menos, de una persona, pues sabía que le podía dar forma a la confianza mutua aunque sólo fuese recordándola. Ah y quedaba pendiente para el futuro sentirse mejor entre la multitud que cada vez veía con peores ojos. Entre aquellas ráfagas de superviviente esperanza preocupaba que admirara el silencio más que nunca. El silencio, la rotunda antítesis de las palabras, quería que me rodease para sentir la melodía del pensamiento continuo, que la voz íntima del ser fuese absoluta para conocer lo que se me escapaba, la clave de por qué había aprendido a amar la renuncia. ¡Fuera ruidos, fuera palabras sin sentido, las conversaciones estúpidas, fuera las dudas y las manipulaciones malsanas! Sonaba extraña la risa, era menos espontánea de lo deseado, era más serio que todo eso ¡Seriedad señoras y señores que se abre paso un espíritu inquieto, un explorador de las costumbres, la lupa degradante de las convenciones! Con lo que me habían gustado las ciudades, los límites extremos de la fauna humana en la búsqueda de la evolución, me extrañaba que deseara cada vez más los retiros aislados. Acepté vivir bien así, sin compromisos, narrando lo que podía en un espacio cerrado. Era posible sentirse rotundamente tierno aceptando la soledad aunque cientos de aspiraciones de éxito no hubiesen fraguado. ¡Basta de autocompasión, viviré la vida tal como la imagino cuando relleno estos papeles en blanco! Seguir explotando la carne sigue siendo una tentación, pero no, no es algo tan valioso como los roces en la piel que nos recuerdan que no somos sólo eso que se enmaraña entre pensamientos. Dejar de conducirse por el estómago y por los orgasmos y apostar fuerte por una entelequia, las materias espirituales, la senda del conocimiento del ser, la senda del encuentro primordial con uno mismo. Nadie valorará tales méritos ni podré exhibir trofeos en las estanterías, no podrán decir que escriba relatos para la galería, no me caerán encima chorros de crédito personal por ello, pero seguiré navegando en la asombrosa naturaleza cambiante de un espacio cerrado cuando ponga en marcha la imaginación para escribir un poquito...
16/1/10
Te dejaste la puerta de la jaula abierta
Saliste para arreglar el motor y aquello te tomó más tiempo que de costumbre. El problema es que me había dejado amordazado, como siempre que te vas. Sin tu compañía protectora era incapaz de moverme, no podía pedir ayuda porque cualquier grito sonaba débil y no había razón, quién querría haber huido del cautiverio de la pasión. Si huía el terreno estaba lleno de pozos solitarios que me volverían a atrapar y sabía que habría disfrutado de breves complacencias para después volver a sentirme como un pez fuera del agua. Nadie como tú me podría echar un guante, ningún alivio si me quitaran las mordazas de tu poderoso enganche, pues habías pintado mi vida aburrida con los colores difusos del paisaje. Lo que no sabías cuando quisiste llevarme contigo era que iba a encajar tan bien en esa maravillosa improvisación de la huída; no sabías que había llevado dentro desde hacía mucho tiempo aquella necesidad de protección y control que tan bien ejercías porque era un bala perdida, era un retrato de un naufragio, un débil eco que se apagaba en un precipicio. Pero, claro, dependíamos ambos del motor de un coche y sólo uno podía ir a buscarlo. Tu ausencia me devolvió aquel desasosiego de la libertad limitada a unos metros cuadrados. Sabiendo que dejaste la puerta abierta, no intenté escapar del compromiso porque ya estaba emponzoñado por tu veneno, acostumbrado a tu seriedad calculada que te cubría de nobleza como una armadura, disfrazando tu debilidad. Inmóvil ante la posibilidad de escapatoria temblé por esa solitaria posibilidad y, complacido, esperé tu vuelta, no había nada mejor en el mundo que el espejismo que sufrías de que te pertenecía. Y como un canario en su jaula seguí silbando un blues a pesar de que la puerta estaba abierta…
10/1/10
Flexible
El verdadero camino requiere sus paradas, quizás sean éstas las que provocan la metamorfosis. Mas valía creerlo así. No había que preocuparse por no moverse de momento pues algo estaba cambiando dentro de nosotros. Una fuerte nevada había sido la causante de que no pudiésemos movernos. Aún con la misma vista a través de la ventana, hora tras hora, las cosas cambiaban, aquello era el devenirrrrrr y como en un río nada era igual. Pequeñas diferencias imperceptibles, las hojas muertas que se movían en remolinos entre copos brillantísimos que caían como balas. Un diablo llamado invierno nos había alcanzado rodando y los mismos ojos que miraban, la misma persona en la que morían células constantemente comprendía que deshacer los traumas era la base para la renovación. Sólo tenía que volver a contemplar un pasado reciente de risas y movimiento. Pero sí, metidos en aquella habitación parecía que en ese devenir constante había cosas que no cambiaban, o que se repetían eternamente, como los tan denostados ciclos que formaban burbujas de aislamiento. En los sueños siempre veía una cometa y no sabía por qué, después entendí que ese hilo que me mantenía sujeto para que no me llevase la corriente estaba hecho de amor y el viento, que me azotaba fluctuante y juguetón, de sabiduría. El mundo estaba hecho de aventuras pero ninguna como aquella en la que dos caracteres fuertes se amoldaban para no molestarse porque no había escapatoria, no había sitios donde esconderse cuando había roces. Mi único alivio era que desde el torreón sacaba la cabeza por la ventana y estiraba el cuello como una gárgola y la nieve me devolvía un fulgor dorado deslumbrante y respiraba profundamente para sentir el dolor agradable de los cristalitos del aire puro y helado. No viendo nada podía imaginar las siete colinas sucesivamente más altas que me separaban del mar. Desde lo alto me había acostumbrado a verlo todo con cierta distancia, incluso a mí mismo, pero sólo tenía que estudiarme ante el espejo para ver como el blanco también invadía mis sienes. No era un príncipe, era un hombre más con los sueños infantiles moribundos, un hombre que había perdido la inocencia y podía ser también un ogro en vez de un príncipe enjaulado. Me agarré a las cortinas como si fueran barrotes de una celda, porque aunque aquello no tuviera cerrojos o candados ciertamente estaba atrapado. Bloqueado por un miedo tan insuperable como inexplicable. Por fortuna sólo tenía que cerrar los ojos y recordar para convertirme en un flan. Así que me comí mi orgullo y volví a su lado. Automáticamente ocurrió el milagro, perdoné y pedí perdón, humildemente, a pesar de haberme sentido víctima y una piedra de aire que había estado obstruyendo la boca de mi estómago se deshizo y sentí levedad. Mereció la pena porque minutos después estábamos besándonos entre risas…
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