28/2/10
Y aquella tarde nos desempolvamos los amperios
Eso fue lo más grande que podíamos hacer el uno por el otro, desempolvarnos y prolongar nuestro amor en el movimiento, no permitir que el sentimiento se estancara como agua embalsada que se vuelve verde oscura, no dejar que la atmósfera se enrareciera, teníamos que abrir las compuertas para que el aire y las ideas se fueran renovando. Fue como una bobina que se calienta cuando las vueltas provocan fricción, tanta como para hacer chispa, como para provocar fuego. Y fueron los sentimientos elevados los que provocaron desmayos, la gloria del éxtasis la que divisamos por fin después de tanto anhelo. En unos minutos engendramos la renovación cuando nos zarandeamos haciéndonos vibrar todos los músculos, provocando riadas de sudor que se deslizaton por la pendiente de nuestras columnas. Brillando las esferas perfectas de tu cuerpo que se ofrecía a mí arqueado, me dejaste entrar por un breve plazo de tiempo despertando dentro de ti una oleada de perfumes químicos, que barrió la superficie esponjosa limpiando tu karma de pelusas, ésas que se acumulan por una exposición continuada a la rutina gris. Sacudí las mías con una sonora vibración, había estado demasiado tiempo recibiendo cenizas del cielo por la silenciosa quietud del paso del tiempo. Y tras un breve instante de temor, de tensión, todo se relajó, se expandió la pureza de la carne seducida, reblandeciendo cada músculo, rejuveneciendo los rasgos de una cara que ahora podía contar que durante unos minutos había sido amada, planchada, seducida como la mejor. Tras esa explosión llegó la calma y pudieron volver a apreciarse joyas minúsculas como los caracolillos de tu pubis, tan aterradoramente atractivos. Y después poco importó que un viscoso río de saliva se mezclara, dulzón y amargo, con pelos y aromas de gel. La luz de la tarde en la habitación se había tornado dorada. Cien rayas se filtraban por una persiana incompleta. Los ojos veían menos, tardaban en acostumbrarse, pero veían mejor. Las campanillas del alma eran tocadas con cada roce. Había que seguir sintiendo con los miles de filamentos rugosos de la lengua, volar con alas de ángeles, qué mierda nos importaba el mundo en aquellos momentos si podíamos tocar las campanas en la penumbra. Líos de manos separando los pliegues para besar lo oculto y cantar el aleluyah. Me susurrabas al oído, sin pensar en nada ni en nadie, siempre así, presente sólo en roces fabricando amperios, apartando la luz azulada de la frialdad lejos de nosotros. Tan arrebatadoramente unidos y absortos en la faena hasta subir a lomos de esa otra cima que aceleraba el corazón nos dejamos caer en el ansia de la falta de respiración con un gemido de placer. Otra vez estábamos allí, dos seres abrazados, ya no uno. Entonces llegaron los cantos de los grillos, habíamos perdido la noción del tiempo, volvimos a escuchar la música de la radio y la voz de un locutor ubicándonos en tiempo y espacio…
21/2/10
Quisiéramos saber tocar nuestro piano
¿Cómo superar un bloqueo vital si no nos ponemos a movernos sin más? Suelen salir preguntas para intentar aclarar por qué llega uno a un punto en el que no hay manera de ponerse manos a la obra. El elevado nivel de exigencia puede que nos esté haciendo ver que tenemos heridas donde hay simples moratones. Si miramos queriendo encontrar daño probablemente veamos una fuga en la herida de nuestro costado o una pérdida de sangre en aquel otro punto, un poco más centrado quizá, donde localizamos el centro de las emociones. Si queremos dolor quizá lo encontremos en nuestro corazón o en aquel otro lugar donde reside el orgullo, herido por considerar que no se ha recibido lo que uno merece. Con objetividad, si ampliamos el mundo de heridas y las comparamos con otras pueden parecer poca cosa, aunque esto son baremos morales, consuelos pseudo religiosos, y al fin y al cabo residimos en nuestro hogar todos los días del año ¡Cielos, si nos ponemos a relativizar puede uno descubrir que, en realidad, nunca hemos recibido una puñalada certera a posta! Todo son quejas relativas, todo depende del nivel de exigencia ¿Pero quién alivia ahora nuestro bloqueo?¿Por dónde anda el suspiro que nos permite continuar, dónde la clave del misterio, qué hay que recordar para retomar la buena onda tranquila que nos refresca cuando menos la esperamos? Quisiéramos tener un botón que pulsar cuando los compromisos ahogan, cuando sentimos que no podemos dar la talla, cuando necesitamos estar en paz para amar al mundo o para amar a alguien exclusivamente. Tocar la tecla adecuada para emocionar, para hacer pensar, para reconducir odios y rencores. A lo mejor quisiéramos saber tocar nuestro piano, hacer música con nuestra personalidad, para bailar un lento cerradísimo con otro cuerpo o hacer mover el esqueleto de un grupo de amigos cuando les embarga la pesadumbre o el aburrimiento. Pero ¿Cómo queremos mover lo ánimos ajenos cuando no encontramos nuestro si bemol o nuestro do mayor? Quizás cerrando los ojos, escuchando la música que llega desde la caja torácica de otra persona, una voz melodiosa, un ritmo de palabras que te coloquen en la frescura optimista de un instante. Si erramos el rumbo anhelamos que nos pongan los pies en la tierra pero de buena manera porque detestamos aquellas notas ásperas que nos despiertan de golpe, quizá con la intención de provocar espasmos. No, nada que no sirva para salir de un bloqueo. Queremos esas notas que nos ponen a tono, do re mi fa sol, esas lindas voces que no nos engañan, pero que no nos engañan con dulzura. Y así la melodía no acabará porque se rompa una cuerda, porque andemos desafinados temporalmente, si no suena bien el piano cerraremos los ojos y escucharemos hasta que alguien nos de el correcto acorde...
13/2/10
La dulce manzana explota en mi interior
La maravilla sinuosa de la corriente energética del estado de ánimo, arriba y abajo, sin orden, sin periodos de conocida duración, el frío se alterna con el calor, la furia con el dolor, el pasado con el futuro aciago. Otra vez el tifón de sillones volando, hojas de lectura y escritura, mi inconformidad absoluta lo eleva todo con una fuerza desgarradora desde el núcleo hasta la epidermis. Hubiera bastado mantener el baile del robot bajo el foco, hacer el numerito para el regocijo del público, consumiera lo que se consumiera del depósito del alma. Y tenía que recurrir a darle patadas a las piedras para levantar polvo, golpear las paredes de cal con el puño, gritar durante cuatro cuartillas, masturbarme compulsivamente, todo para silenciar ese sordo ruido de la indestructible soledad del Hombre, quién lo dijo una vez, quien lo dijera lo maldigo pues llevo ese san benito desde entonces. Pensaba cosas de este calado sentado en la piscina de aquel tugurio, que se caía de verde moho y lascas de piel que se desprendían pero que por lo menos un oasis tenía para meter los pies. Y pensaba así con una copa en la mano tratando de salir de aquel bloqueo con discusiones contra mi propio ego, masticaba con fuerza y dolor de muelas los hielos del cocktail hasta que el sabor amargo de la sangre me devolvió a la realidad, me había mordido un labio. Empezaba a verlo claro ¿En qué club podrían aceptar a un lobo estepario? La desconfianza que sentía de mi propia sombra me hizo girarme para estropear tu sorpresa, venías hacia mí con una cesta de frutas frescas. Te sentaste a mi lado y sin decir una palabra hiciste un gesto mágico y me devolviste a la dulzura de la vida metiéndome una manzana en la boca. El pasado es confuso, ya no existe, se va difuminando. El futuro no existe, no tengo capacidad de predicción. Sólo me queda el placer de tu sonrisa al ver cómo el sabor de la dulce manzana explota en mi interior...
6/2/10
Acción revolucionaria contra la expansión del universo
Seguíamos mirando de reojo al mundo, con sus contradicciones, sus irrealidades, acometiéndonos de frente, presentándonos un muro infranqueable, unas reglas del juego duras, huracanes frente a suspiros de emoción apagada porque no sentíamos interés alguno en revindicarnos públicamente. No a través de las vías corrientes, sólo se nos ocurría ser revolucionarios, soldados de liberación de las vergonzosas presiones del mundo. Y en aquel momento lo que nos traíamos entre manos era mezclar nuestras piezas del puzzle para averiguar si podíamos formar un todo. Cogía mis palabras e intentaba escribir con el alma para revelarte cosas que te auparan aunque me salían composiciones de ánimos serpenteantes. La hora adecuada para sentir una especie de simbiosis era el crepúsculo, justamente cuando lo que debía de ser un día de esclavitud laboral para pagar la renta empezaba a apagarse y se fundían nuestros deseos íntimos porque llegaba el momento del recogimiento, llegaba el momento de inventarse una oración y cantar a la vida justo antes de adentrarnos en el mundo de los sueños. Aunque no estábamos en el camino del progreso material, de acumular beneficios, sufríamos como todos de ansiedad pero en nuestro caso era porque no podíamos participar en el juego comunitario, ya lo que veíamos era delirante, una carrera, una competición. Para muchos no contábamos, éramos unos desfavorecidos porque no teníamos deudas, hipotecas, sed de gasolina, y nuestra fuerza sólo brillaba alrededor de una mesa camilla, frente a un café o una copa, cuando intentábamos prender la mecha del espíritu colectivo de la raza humana. Éramos unos parias pero cuando caía la noche nos acurrucábamos en las escaleras, bajo el foco dorado en el que orbitaban los mosquitos y nos sentíamos mutuamente recogidos, protegidos por el cariño que empezábamos a profesarnos. Y desde allí observábamos cómo la gente volvía del trabajo apresuradamente para meter una pizza en el horno y poner los doloridos pies sobre la mesa. Pensándolo bien habíamos tenido todo el día libre, sin presiones para que fuésemos cada vez más productivos, sin horarios restringidos podíamos estirar el tiempo para cantar, hacer poesías, pensar en el sentido de la vida, pensándolo bien éramos unos afortunados. No éramos desagradecidos y cuando nos sentábamos en los escalones de la entrada del edificio para ver el nacimiento de las constelaciones dábamos las gracias al sol, a la placidez y comodidad de un día más sin conflictos ni penas. En nuestro propio mundo sí, un mundo quizá más breve, más ilusionado que la realidad pero con un tanto por ciento más de autonomía y dentro de ese círculo acogedor nos protegíamos, atrapados en una alegre filosofía de inconsciencia. Estar así era nuestro sanatorio del alma, nos sentíamos con la fuerza suficiente brillando en un microuniverso…
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