17/4/10
Mas allá de la epidermis
Encontrar un día de gloria en uno de aquellos paseos, que se presumían aburridos sino fuera por el gozo de la proverbial naturaleza, era la razón de su persistencia, de su fidelidad a los pasos perdidos por Sierpes. Un día de gloria, sí, en el que algo nuevo le fuera dado, bajando entre las nubes como Fátima o apareciendo de improviso al doblar una esquina con la lengua fuera. Sobretodo una luz al final del túnel, un desliarse la melena, un chispazo entre las témporas, un momento para recordar siempre y más allá, como la materialización de un ángel custodio que concediese un deseo de entre las decenas de deseos proclamados. Lo sabría poco después de que pasara porque, quizás, en aquel momento mismo sería detonante de acción, pleno disfrute, entrega sublime, rayo inesperado…
Volver a abrir el camino del encuentro sentimental, en eso pensaba, pero había que empezar por mirar y ver personas y no ‘gente’, masa informe. Desde la distancia sabía que seleccionaba según el valor superficial de la imagen porque eso era un vicio que había asumido como una arista difícil de limar. Una vez más, sí, escuchaba que la verdadera belleza estaba dentro de las personas, como si no supiera que lo dicta la razón. Pero en un mundo caprichoso, hedonista, que tiende al disfrute de los placeres instantáneos de la imagen cómo iba a ser él más auténtico que nadie. Suponía que cuando llegara el momento del roce continuo tendría en cuenta otras características, cuando tuviese los elementos íntimos suficientes de la persona para valorarlos. En cercanía y sin taimadas costumbres sociales, tomaría partido por lo imperecedero. Pensaba en prometérselo. Claro que saliendo a la calle sin cita definida, sin antecedentes que fueran obstáculos para la generación de confianza, cómo podía detectar los méritos que llevan las personas tras el telón de su imagen particular, detrás de la máscara y la pose que frecuenta. No es de extrañar pues que en un paseo lo que le lleguen son bellezas externas, pero la excusa la tiene gravada en la mente: si se queda en la superficie es porque le cuesta entablar conversaciones con los desconocidos, a pecho descubierto.
La cosa empezó a joderse cuando le pareció sublime el cánon de Praxíteles, el discóbolo de Mirón, el David de Miguel Ángel. Qué más quisiera él tener un detector de almas bondadosas, que más quisiera ir más allá de la adoración a las líneas, donde pudiera surgir un momento chisposo de conexión por una invasión involuntaria de los ultracuerpos. Como deseaba el nacimiento de una línea continua para llevarse lo verdadero interior de cada persona con la que se cruzaba, como una hiedra que venciera el muro de sus resistencias y temores. Sería fácil si se encontrara con una persona totalmente desinhibida, segura de sí misma o si fuera por la calle pidiendo encuentros sosegados para tener tiempo de ver de verdad, para poder ver dentro. Lo espontáneo de la belleza le parecía una locura y parecía que debía haber siempre una excusa, un motivo, para tener la oportunidad de mirar más allá de la epidermis…
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1 comentario:
Paseamos, con la mirada atenta, y siempre acabamos por movernos como los zapateros en la superficie del arroyo.
Siempre he pensado que los encuentros casuales con personas son como comprar el cupón, con algunas posibilidades más de que toque premio, pero igual de dependientes del azar.
Y es que la esencia de cada persona, esa belleza interior, cambia según como se la mire, lo que complica aun más la ecuación.
Como tú, no me canso de buscar, siempre hay cosas que las personas que entran en mi vida me enseñan.
Un abrazo.
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