Me quedaba mirando el
teléfono, acusándolo del silencio. Tenía planes de comunicación pero no daba el
maldito primer paso. Cierto era que había dejado morir el susurro de la
urgencia, pero ahora lo miraba con expectación, interrogándolo con paciencia,
casi mandando señales telepáticas a los receptores invisibles en otros puntos
distantes del pasado. Cuánto le había gustado sonar a horas intempestivas, qué
le gustaba retenerme en el momento más inoportuno o cuando estaba a punto de
salir por la puerta.
Otro síntoma-reflejo de la soledad en la que me había
metido era acercarme a la ventana para mirar las nubes, las copas de los
árboles meciéndose caprichosas, silbándome. Quizá la mirada a la lejanía era la
más misteriosa ¿Qué estaba mirando fuera que no estuviera buscando dentro? Miraba
el tiempo pasando cuando quería procurarme la idea de que los días no eran
días, que no formaban semanas y que las semanas no formaban meses. Que todo era
un fluir continuo y que en ése fluir atesoraba la idea de alguien para mí queriendo
mantenerme joven, pero joven de ilusión, que era lo que importaba.
Y de alguna
manera al ser hedonista esperaba el amor también a través de mi cuerpo o más
bien el placer; anhelo juvenil que no caducaba…
2 comentarios:
Te vuelvo a encontrar, hoy contemplativo frente a la ventana. Yo soy el que saluda abajo, ese que agita la mano sonríe...
Veo que el tiempo no ha matado la satisfacción que me provocan tus textos. Ahora voy con los que me he perdido.
Un abrazo muy fuerte.
Un placer para mí encontrarte de nuevo Víctor; te saludo, te sonrío y te invito a entrar. Además es muy reconfortante saber que mis textos te siguen produciendo satisfacción.
Un abrazo fuerte para tí tb
Manuel
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