A veces me gustaría escribir
un cuento que alivie de peso a quien lo lea. Somos humanos que estamos cansados
de pelearnos por un sistema que nos etiqueta, cuando sabemos que hay una
corriente de armonía colectiva, que es ancestral, que nos conduce a amar sin
prejuicios. Lo mismo que la disputa nos ha acompañado desde que formamos tribus
siempre se ha hecho la paz con el poder de la imaginación y la ilusión. Se
necesitan más cuentos porque nos alimentan con información para atemorizarnos
por el rumbo que nos lleva a lo desconocido, pero se olvidan que a lo largo de
nuestra historia hemos formado alianzas en busca del amor con la pasión de la
fantasía, con la fuerza de la esperanza. Siempre hemos buscado renovar energías
ilusionándonos con las personas que nos tienden una mano. Y siempre hemos
querido imaginar romances para superar la pequeña pero gran distancia que hay de
la mano al abrazo y del abrazo al sentimiento. Bueno, abrazar simplemente para
sentir respirar y suspirar a otra persona, para sentir otros latidos. La mayoría
de las veces hemos dejado escapar la oportunidad de fluir, de celebrar el
placer de estar vivos y nos hemos conformado con el licor de olvidarnos por un
momento de tantas estrategias y presiones.
Así que, en fin, érase un
hombre estresado que cuando se dio cuenta de que le cambiaban piel y músculos
por acero y circuitos huyó antes de que le convirtieran en un autómata.
Quisieron reprogramarle el cerebro pero se olvidaron de la infinita curiosidad
existencial de los humanos. Y cuando huyó empezó a cuestionarse porqué le dolía
ahora todo el cuerpo, porqué no le habían dado tiempo para sentir. Pensó: ¿Quién
nos enseñó que no podíamos aspirar más que a breves ratos de felicidad entre
tantos sudores? ¿Quién nos puso límites a nuestro poder de procurarnos la
satisfacción hoy y no mañana? Y en ese momento una densa niebla morada rodeó al
muchacho y de la nada apareció un hombre tocando un solo de guitarra que le
atravesó el cuerpo con vibraciones agudas de emoción. Cantaba algo así como ‘Baby,
cruza tu infierno que te traigo cielo’, y encadenando arpegios con arpegios le
liberó el alma de su trascendencia. Y el muchacho comenzó a saltar disfrutando
del ritmo que invadió su cuerpo. Luego, como guitarras acopladas, rasgaron todo
los controles y recuperaron el tiempo para soñar y saltar como cohetes
impulsados por la locura. Y el hombre le dijo: ‘Baby, se olvidaron de nuestra
infinita vibración, se olvidaron de que sabemos que nos conviene bailar al
ritmo de nuestro corazón’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario