Junto a ti era difícil apreciar que no había salido de mi
burbuja pues se había vuelto más agradable con dos ¡Pero para qué leches tanta
comodidad! La aventura me animaba a arriesgarme valerosamente y mi cuerpo lo
pedía. Si la semilla germinaba, tarde o temprano, nos convertiríamos en una
planta de bellísimas hojas pero también de espinas, pues tendríamos que compartir
nuestros conflictos más íntimos después de haber compartido toda la ilusión. Había
aceptado que tenía que ser más transparente y me desconcertaba seguir sintiendo
reservas. Me desconcertaba tanta fantasía y tanta estrategia. La imaginación
era fría, demasiada fría, en realidad, como para que las sintieses como flechas
penetrando en tu pecho ¿Pero es que no había aprendido nada de aquellos años de
locura? Algo aprendí cuando buscaba a alguien que no era yo, cuando creía que mi
fe ciega iba a materializar el amor en cualquier rincón, persiguiendo a personas
vitalistas que brillaban devorando la vida, que andaban pegados al instante sin
ningún pudor. Y yo los seguía rezagado, soñando ser como ellos que no
necesitaban a nadie para quererse. Haciendo méritos para que me quisieran hasta
ofrecía mi cuerpo si aquello me conducía al paraíso de los sentimientos. Después
buscaba conversaciones profundas en las que me creía ciegamente los cuentos
ajenos mientras que, tartamudeando, intentaba colar los míos. En realidad, sólo
hablaban de sí mismos y sospechaba que era deseado como cualquier joven de
piel de melocotón y no porque tuviese un aura especial que me hiciera distinto.
Y yo mientras flotando en una burbuja sexual que me trasladaba sobre nubes de
algodones, seduciéndome con la idea de atrapar en mi espacio circular a una persona
excepcional que fuera capaz de amarme sin medida… lo que yo no hacía. Pero, en
fin, el camino seguiría provocando encuentros, dosis de una intimidad intermitente
y complaciente, y quizás en otro de aquellos asaltos, en otra de aquellas
piruetas sexuales… la riada de un amor profundo.
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