La belleza en ti, la armonía de tus
avances en el ritmo que te acerca más de lo que crees. Te puse la mano en el
abdomen e intenté retener la imagen de tu cuerpo, duro y persistente, pasando
sobre mí como un tranvía que recoge momentos sin detenerse en el camino. Pude
observar la luz divina de la farola filtrándose en un flequillo perfecto, derramándose
gradualmente en tu piel que avanzaba desde de la sombra.
¡Clic!, una fotografía perfecta para
registrar en la memoria como instante gozoso, como silencio primordial —ese que
hubo antes de los pensamientos—; una instantánea como armonía inesperada que
detiene el tiempo antes de agitarse en la corriente de la línea temporal de la
rutina.
Fuego, sudor y orgasmo en un solo momento;
minutos almacenados que se siguen saboreando como solitario remedio, pues puede
que no volvamos a vernos. ¡La vida en pequeñas dosis, la belleza que se escapa
de las manos pero que se mantiene en el cerebro como gasolina!
Deseo o fe, más bien Eros y esperanza;
el banquete de la vida o los paisajes del futuro que se disuelven en los ríos del
presente. ¿Lo que ven nuestros ojos o lo que pinta la imaginación en un
personaje de cuento?