No nos atrevemos porque nos
meten miedo en el cuerpo; aunque realmente el cuerpo no lo manejamos nosotros, —qué
manejamos—, ni siquiera los pensamientos, que nacen involuntariamente, como
correcciones desde afuera, desde el camino recto. De ahí las amenazas y los ultimátum
para que seamos personas líquidas en un molde de cuarzo, en una sólida base
irrompible, inflexible, inamovible.
Nos dicen: Toma este camino muchacho será
lo mejor para ti. ¿Y quién lo sabe? Si nos habéis entregado unas alpargatas
para cruzar este puente de cristal resbaladizo. Peor aún, nos las habéis
arrojado desde el techo de cristal por el que os vemos volar de continente en
continente. Creíais que habíais alcanzado el porvenir del cielo, cuando vuestro
porvenir es volver a la tierra y mirar al cielo igualmente, o mirar adentro, arrimándose a este coro mundano en el mismo y
último aliento.