Parece que ya no queramos sentir
profundo. Recomiendan, ahora, que nos consumamos lentamente en nuestros
delirios cotidianos, donde las sensaciones de malestar son fieles y nos
mantienen cautivos de una seguridad precaria, ignorantes de la solidez de los
barrotes que nos atrapan. Dicen que las aventuras son para la Literatura y el Cine,
la libertad para los emprendedores y el amor para los románticos. Mientras
tanto, olvidamos el valor de la solidaridad. Nos perdemos donde sólo se
consumen ideas sin salida, ideas peregrinas que parecen que van más allá de
nuestro cuerpo, que se expanden sin medida como ramas de fuegos artificiales,
tentando el cielo, mientras que el
caminar es lento como en un terrario en el que topamos cien veces en la misma
piedra.
Y mientras nos preguntamos si nos
damos la mano, en realidad, quisiéramos acariciamos, ayudarnos a trascender el
peso de los pensamientos con el tacto, pero ya la piel da calambre de tanta
idea consumida y de tanta búsqueda. La energía del amor está encerrada dentro
de nosotros, apresada por cien rencores y desconfianzas. Y ocurre que si
abrimos las puertas sale todo, también lo complicado, la bilis negra, o se
cuela la violencia, intensa de tanto controlarla, porque no hay conflicto que
merezca la pena pero hay acumulación, hay cansancio.
Y no se sabe dónde quedó el amor…
Si no fuese porque el deseo tira, como un carruaje de cuatro caballos,
persiguiendo la fuerza de la atracción de todos los placeres del mundo con la esperanza
de llenar el vacío que dejaron los cuentos falsos.
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