18/11/09

La chaqueta


Me hubiera gustado ese viaje hace cuarenta años para cruzarme contigo en el Gran Sur, pero claro sabiendo lo que se ahora. Es otro de esos deseos imposibles, volver al pasado sabiendo lo que uno sabe ahora, hay que joderse, bueno, sería como manejar el tiempo a placer y no somos dioses o como tener una máquina del tiempo. Me imagino de todas formas con las manos en los bolsillos, paseando sin trabajo pero trabajando con los pensamientos y también cuestionándome muchas cosas de lo que es el mundo y el propio yo. Pues bien, me veo hace cuarenta años con unos zapatos gastados de cordones, los pantalones remangados para que se me viesen bien los calcetines blancos y quizá unos tirantes porque un cinturón aprieta por la zona de los placeres hedonistas y parte el ser en dos, además de provocar muchos gases y malestares. Los paseos eran una fuente importante de ideas, aunque éstas se diluyeran sentado ante la responsabilidad de una hoja en blanco. Y debía ser que había un paralelismo entre los viajes mentales y el caminar corriente ya que sentía que en este fluir de la conciencia me dolía más la cabeza que los pies. Pero no importaba. Podía coger por Market street, kilométrica calle de San Francisco sin sentir las plantas de los pies. Recuerdo que en mi desesperada búsqueda la recorría con frecuencia desde Castro hasta el Civic Center y, fíjate, me ponía en el walkman a Camarón de la Isla y era un éxtasis mirar los rascacielos y sentir el brote de la melancolía andaluza por este dios gitano. No recuerdo que entonces me dolieran las piernas me dolía el alma por la lejanía de mi difusa familia y por la desesperación de la eterna búsqueda de trabajo, que allí en Estados Unidos era algo como imposible. Y también estaba lo de la búsqueda del amor, eso eternamente también.

Bueno, andaba hace cuarenta años parándome a mirar los pocos escaparates que había en Nob Hill, mirando las camisas, porque pantalones tenía sólo un par pero camisas tenía que tener más, era por lucir diferentes estilos para cada romance. Había una chaqueta muy bonita de cueros, si ya sé como de motorista pero entonces era célebres los Ángeles del Infierno. La jodida prenda valía cuarenta dólares. Fiu, eran mucho cuarenta dólares para un poeta de los pensamientos sin oficio pero muy poco si pensaba en aquella sonrisa bella que cortejaba en aquellos momentos. Y con esa tontería me deprimí y decidí entrar en la taberna ‘All time alone’ con mi libretita para tomarme un par de pintas, creyendo que al apoyarme en la barra y rodearme de humo para mirar de reojo tu belleza fugaz me iba a hacer sentir mejor. Pero aquella vez ni modo. Escribía cosas inconexas en la libretita, bueno, quiero decir que le daba vueltas a lo mismo hasta que, con la tercera cerveza, y ya enfrascado en mis pensamientos miré de nuevo al papel y descubrí que había dibujado la chaqueta. Ya la tenía, así que decidí recortarla y llevarla a mi habitación de la calle Columbus y pegarla con una chincheta a la pared. Joder todo el mundo me preguntaba por el dibujo, pues pasaron dos meses y me llamaron de ‘Old Pacific Telephone’ para trabajar haciendo llamadas comerciales durante un día, ya sabes, un refuerzo de esos para conseguir contratos de líneas telefónicas, y estuve hablando todo el día con desconocidos sin rostro. Me dijeron que si quería ir otro día y respondí:‘¿Por quién me toma? Soy un poeta’. Y cuando salí volví corriendo a la tienda de Noe Valley y me compré la camisa y fui a merendar contigo luciéndola y tú luciste tu sonrisa y fui feliz…

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