9/1/12
De cómo me crujía el cuello y empecé a sospechar
Hay un punto en que llega la lucidez, generalmente puede ser duro pero revelador. Sí, pues durante mucho tiempo el mecanismo de control parecía garantizado y de pronto se descubre que hay algunas cosas en las que uno se deja arrastrar. Por hacer un juego de palabras se podría decir que uno se deja arrostrar, qué bonita palabra que ha caído de la memoria, en algún sitio le he leído pero no recuerdo qué significa. Lo he de buscar pero lo que sí significa es que sirve de algo leer. Se había llegado a pensar si servía leer como catalizador del conocimiento, para ampliar la cultura no todo es estudiar y retener. En el caldo de cultivo algo queda y la esperanza dicta que en el futuro servirá haber leído tantos libros. No se partirá de cero a la hora de enfrentarse en la vida, en la duda de que si faltan habilidades pueda el espanto de la ruina dejarnos desolados, como cualquier mendigo, certificando los peores temores de que durante mucho tiempo no se haya sido un incansable trabajador, de cualquier cosa, por el sudor de la frente en sí mismo. Decía, por retomar las riendas, que gracias a un toque externo de pronto uno se da cuenta de que se ha dejado arrastrar en una rutina y creyendo que se tenía todo controlado aparece la sospecha de que un vicio más nos atenaza, y es cuando se sospecha que una energía consolidada no tiene salida y empieza a palpitarte el ojo por las vueltas sin sentido que conlleva la ignorancia. Cruje el cuello de estar absorto delante del ordenador y esto es un síntoma que acerca a la sospecha, la terrible sospecha de pensar que por mucho que no patee las calles, de pensar que había dejado de buscar, esa irresoluble incógnita de buscarse a uno mismo en la calle no nos ha abandonado. No hay descanso en la búsqueda a través del reflejo del prójimo. Con una cerveza y un cigarro en la mano o sentado frente al ordenador, da igual, persiste el impulso. No se puede poner coto a la curiosidad, de ahí los dolores de cuello. La tensión nerviosa contenida salía por los poros a pesar de la resistencia y aún así no me marchité, y entonces ¿Dónde estaban los puntos de descarga? Uno de ellos por lo que veo estaba en las letras y palabras escritas, en las frases y libros leídos. Aunque no parece suficiente es relevante que escriba y me desahogue, es relevante que lea y que me mueva a pesar de estar sentado. La cuerda está tensada quizás porque los propósitos han sido tan ambiciosos que a veces no se ve la delgada línea roja que separa una relativa normalidad de la alarma del peligro. Hubo tanta calle sin respuesta que me senté a leer y a buscar en el ciberespacio y quizás no pude tampoco despejar ciertas dudas. Pero lo cierto es que la esperanza no menguó, la sigo atesorando. Por eso la duda no vence, sigue sin derrotarme porque sigo pensando que hay que relativizarlo todo y que vendrán tiempos mejores seguro. Habrá que reciclarse pero cómo, esa es la cuestión. Tiempo hay para averiguarlo aunque exista la amenaza en el horizonte de perderse de nuevo…
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1 comentario:
Esa forma de buscarse en los otros es de las mejores cosas que tenemos los humanoides. Claro que se corre el riesgo de extraviarse y esos rollos de la posesión y de la envidia, pero así nos definimos, por comparación. Aprendemos de y de los que nos rodean.
Es curioso, yo abandoné también las calles como lugar para dejar entrar el conocimiento a través de otras personas. Ahora el cigarro y la cerveza son rituales de consolidación de amistades. Alguna ha venido, la mayoría salidas de la pantalla, alguna también del calle. Pero ahora la búsqueda personal ha tomado otros derroteros.
Y sí, vendrán tiempos mejores, porque nosotros seremos otros y lo mejor lo veremos con otros ojos.
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