5/7/12

Ventana al oblícuo dorado

Y parecía empeñado en caer en el mismo error por un momento de debilidad que la más desafortunada de las casualidades provocó pero que despertó un estado latente de adicción. En el fondo permanecía esa frustración por la carencia de momentos intensos, esa pesadumbre provocada por el freno… pero por el freno de qué ¿De la moderación, del miedo, de la razón, de la
pobreza, del aislamiento social? Parecía abocado a un callejón sin salida, parecía abocado a caminar bajo esa nube negra que llevaba sobre la cabeza, como alguien se lo había denominado ¿Era recomendable una pausa entre tanto control, una desviación del camino programado, de apertura para recuperar la senda perdida del fruto de la experiencia? Porque en el propósito de enmienda era condenadamente bueno, no sin esfuerzo eso sí. Debía dejar de ser tan abstracto para centrarse en perseguir la precisión y el pragmatismo. Quisiera o no estaba bajo el dominio amenazador del deseo de evasión y probablemente terminaría pisando el charco. Lo que quería eran momentos de subidón, de optimismo, para romper el muro, llenar el hueco que le produjo la sensación de abandono, recobrar la inercia de salir a la calle a sorprenderse. Ya sabía que la familia era un desolado refugio en el que los cimientos tenían las horas contadas, otra cosa le depararía más alegrías, un entorno de despreocupación, un laboratorio de cultivo de ideas azarosas, quizá también un terreno abonado para el picoteo de las aves rapaces, cosa que tenía que obviar, (que cogieran lo que quisieran, pedacitos de su alma, de su corazón, de su cerebro o de su memoria pues ya era hora). Podría aportar opinión, experiencia. Que su voz contara y con eso se iría animando, pero si también querían trozos de su corazón o aprovecharse de él que así fuera…

Y abrió una puerta que había acumulado herrumbre para dejar pasar un soplo de aire fresco, era una corriente conocida pero había olvidado la sensación de dejarse llevar. Atravesando esa nube de polvo habría terrenos olvidados en la travesía del desierto, húmedos toboganes hacia soluciones inesperadas, germinarían misterios entre la maleza de la ya aburrida y denostada realidad. Con la mirada perdida mientras la cabeza volaba sobre parajes cenagosos dibujaba con el dedo sobre el polvo aquella espiral que lo arrastraría sin duda a momentos inesperados como esos abrazos encontrados en una plaza cualquiera de domingo. No se olvidó de agradecer ese regalo pues tal cariño lo concibe como el beber y el comer. Había llegado a aquella plaza con la esperanza de fomentar un contacto más allá del reconocimiento visual y, aunque la cabeza estaba pegando fuerte en el lado más escondido de sus espacios, recogía con cierta timidez nuevas sensaciones de comunión espontánea. El destello de una cerveza fría dejaba transpirar el
oblicuo dorado de una tarde de domingo…

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