31/8/12

Dos minutos

Cuánto tiempo he dejado de pensar en lo que necesito, quizás dos minutos. Es muy difícil sincerarme cuando lo que quiero es protegerme, es muy difícil sumergirse en escrituras espontáneas. Pero hay que decir que estoy funcionando de la mejor manera posible, con una firme determinación de ahuyentar las preocupaciones, de vivir el conjunto vacío como si fuera algo brillante y nuevo cada día. Convencerme de que el timón está bien agarrado y el barco se dirige a buen puerto. El breve contacto con la realidad no hará zozobrar la carga porque es un leve roce en la superficie. Aunque no hay tiempo para tomar conciencia es un no te olvido o no olvido porque no puedo pero prosigo. 

Es la estabilidad del vuelo superfluo, de echar un vistazo pero no detenerse para no saber demasiado, es pasear y no quedarse con nada más que con el paseo y el cuadro asombroso de las nubes cuando son consistentes y proporcionan belleza. Ya es positivo fijarse en esas cosas, azul y blanco entre tanto gris asfalto. Y este cielo de hoy no se ha perdido gracias a esos destellos fugaces, porque no olvido que hay que tomar aire de vez en cuando en la agitada marea de la situación. Ante esta sensación de paz me pregunto de qué sirve la verdad cuando lo que se cuenta como verdad acongoja, cómo no se puede preferir en tales casos la inconsciencia o dejarse arrastrar por la deriva de los sueños.

25/8/12

El ataque de la ola de calor africana

Queriendo, queriendo siempre, encenderse, dejar que esos fotones de furia salgan despedidos más allá de su caja repleta de huesos doloridos, vísceras inquientas y sólidas preocupaciones. Sin embargo, con cordialidad, desprende un noble desánimo al moverse apagado por la moderación de la cordura. Vagar, divagar, viajar, coger un autobús en un polígono y bajarse en el cielo, tomarse los minutos que pasan como oro divino, recorrer ese camino hacia alguien, cumplir con las exigencias del Romeo fornicador. Sigue desliando la madeja pero con paciencia, con mucha paciencia, elevándose y hundiéndose en las nubosidades variables del desánimo cuando con aquellos rayos de sol, con aquella locura de someterse a cuarenta y cinco grados de temperatura en un polígono desolado, es casi imposible de dar cien pasos seguidos para dar con un verjel. Todo el ataque de la ola de calor africana que se afana en el Valle del Guadalquivir por dejar a la peña como zombies ha desolado la calle. Su corriente anímica, al menos, es variable y acaba de naufragar en un remanso de paz. Sabe que volverán las aguas bravas pero ya se ocupará de quedarse en la superficie. Nota ahora las burbujas que ascienden jugando sobre la piel sensible, colectivo de caricias que se aúnan para dibujarle una sonrisa melancólica. Se siente satisfecho porque ha conseguido disfrutar del tiempo sin hacer nada fuera de lo común, después de que aquella explosión de planes especiales para la evasión le zarandeara en varias direcciones. Y en la tesitud de ver que las ideas se fríen al calor prefiere quedarse manso en un banco a la sombra de un árbol protector. Pero no lo ha vivido como una cadena de claudicaciones como ha ocurrido en otras ocasiones, no, ha disfrutado del tiempo como una especie de Rodríguez de sí mismo y por eso quedaría exiliado si pudiera zafarse de tanta expectativa...

1/8/12

Fugaces destellos

La coherencia de una idea parida y crecidita de que persigue una estabilidad y una seguridad en la vida le acompaña como remedio al vacío que siente por su soledad. Como pueden sentirse muchas otras personas en realidad, nada anormal pero si insuficiente para cualquiera. Si por lo menos tanta reflexión le sirviera para formarse un discurso entre toda la maraña de asuntos mentales que le brotan cuando se dispone a organizarse el día, pero todo el plan se termina ordenando para destilar el dramatismo de la rutina. Al menos el deseo habrá roto, sin duda, la malla que nubla su mente en el comienzo de una jornada calurosa. Queriendo destrozar el programa habrá sopesado la cantidad de idioteces que tendrá que sortear si se empeña en descontrolarse un poco, como ésta que le detiene en el plan de una escapada fugaz y le encierra en la indecisión, separándole del camino de la libre expresión. Como siempre quiere unidad pero se conformará enterrando su cabeza entre dos piernas, ya lo ha dicho, buscando el apoyo de la solidez de una piel curtida, abrazando la decisión con la que actúan los salvajes, el mareo reconfortante de la excitación que sentirá al reconocer lugares abandonados de su cuerpo…

Finalmente dio un paso perdido, se dejó llevar y aunque pudo disfrutar al recordarlo otra vez está con la mirada perdida porque comprueba que, como fugaces destellos, una vez más pasaron al archivo de los breves instantes de abandono y no se escribirán gestas en los anales memorables de su historia. Pero en honor a la verdad en algunos momentos se descubrió gozando cuando creía que ya era un vicio la preocupación por la satisfacción del prójimo antes que cualquier otra consideración. “Debe ser esto lo de vivir el momento. Ya no me acordaba lo que era rendirme, explotar y salirme del carril, sacar los pies del tiesto. Y así he llegado a esto”.

Creía, confiado, que esta vez todo se diluiría con naturalidad, y así se abriría una nueva tendencia, una promesa del camino de la liberación, pero empieza a resignarse cuando se descubre lidiando con cierto arrepentimiento. Y toda solución que se le ocurre es la reclusión sanadora en una celda, la alianza con el tiempo acordando aplazamientos, el pacto con la memoria construyendo nuevos compartimentos para almacenar próximas recompensas del deseo. Como consuelo confía en esa facultad que tiene de renovar ilusiones en ese limbo en el que se recluye. Como no quiere volver a una total desconexión se pone a trabajar a destajo en una nueva mañana de reflexión, y moderando las direcciones que nacen de los impulsos terminará concluyendo que no será la última vez que improvise pues no se le ha agotado el deseo de entregarse. Nuevos bríos le traerán cualquier aventura inesperada, sabe que volverá a elevarse sobre la ansiedad para gastar otro cerillo, fugaz esplendor de posibilidad, aunque la cajetilla se vaya vaciando…