Con nocturnidad y alevosía nos besamos apasionadamente en el
rincón de una oscura taberna, entre chatos de vinos y banderillas. Su boca
tenía un delicioso sabor amargo, de otra forma no hubiera descubierto la
intensidad de la explosión de las banderillas al morderlas. Siempre me había
negado a probarlas por lo fuerte que olían a vinagre, pero en tus labios era
miel. Las probé porque te encantaban.
En esos momentos en los que te besaba a
escondidas, en el recipiente de tu boca todo se matizaba y se volvía dulce, y
se me pasaba por la cabeza que formábamos una deliciosa banderilla, de
diferentes colores pero de sabores fuertes, formando una unidad que diluía la
singularidad de cada uno de nosotros. Un breve momento eterno para sentirse
inseparables, como un sueño la sensación de armonía de aquellos
besos…inolvidable.
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