Como si nos lo tuviéramos que contar todo, que no,
que prefiero que me enseñes a prosperar en tu cuerpo y que toques el mío sin
medida, que aprendamos canciones con suspiros, canciones de minutos que en realidad son horas, pues el ritmo de
la vida lo podemos marcar nosotros. Se me ocurren tantas cosas que no puedo
parar de imaginar, con nuestra piel idear rutas desde el placer al dolor que se convierte en
placer porque no hay miedo ni límites. No cerraremos
los ojos y podremos ver las cosas más increíbles, por supuesto el morbo que me
despiertan tus curvas iluminadas por la hoguera, las mías recalcadas con tus
caricias. Las mejores imágenes, por ser las más prohibidas a la vista común, impregnando nuestras retinas. Los
puntos gozosos volviéndose almíbar, que podrían ser licor universal sino fuera
porque estamos encerrados en una cabaña y aislados en nuestra irresistible
atracción de mirarnos exclusivamente.
Y habrá descansos para respirar oxígeno y
entonces el loco romántico que había en mí, que creía dormido por cansancio, te contará historias para salir del límite de nuestros cuerpos. Viajaremos
mentalmente fuera de aquel techo, porque no necesitaremos billetes, ni vuelos ni
dinero para visitar juntos a todos los santos y santas que dan nombre a las plazas
de todos los pueblos. Puede que sea un sinsentido pero es cuando merecerá la
pena usar las palabras y no para lanzar reproches ni discutir, no queremos eso,
las queremos para elevarnos sobre todo el diccionario del amor y de la paz recuperada en algún rincón perdido del planeta. Y
en cuanto caigamos en el susurro en vez de dormirnos volveremos a tocar nuestros
instrumentos para interpretar otra melodía dulce y acelerarnos en el ritmo de la seducción
que avanza, piano, piano. Serían las expectativas lo que debemos evitar y
aferrarnos a la carretera de nuestros deseos y sentimientos, en el mejor de los
casos será un presente inolvidable. Intensa compañía, con nuestros gemidos escribiría un libro en tu piel
que recordaría toda la vida…
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