23/11/16

QUÉDATE

Dioses solapados, candelas brillantes que nos van guiando en un camino elegido por la mano más caprichosa, la mano adecuada a la espada que he forjado en mi reino de Camelot. En el cruce con soldados hambrientos fui mercenario del cariño porque quise que mi gloria, mi estandarte, fuese el amor. Ése era mi tesoro, mi capital. Y por amor guié mis pasos en cada instante. Nada de estrategias, nada de pasos perdidos, usé el globo de helio de la ilusión, el gran pilar de mí ser, y la improvisación. Imaginé dioses y musas brillantes en mi reino de Camelot, miles de hogueras de renovación en cada rincón del castillo y un corazón suspirando en la noche profunda de una celda. Una habitación tres mil veces visitada en el recuerdo y ahora esto: los paseos con el pecho encogido y la piel de gallina. Parecía que el tiempo había glorificado los cantos de sirenas que sentí, pero el sabor de aquel almíbar en mi boca se había enrarecido, la última vez me supo a gloria. Me quedaba la melancolía de sentirme un hombre libre que, simplemente, persigue su propio placer. Que sigue buscando para temblar y relajar los músculos en una vibración orgásmica que es como un salto al techo, como una erupción de burbujas que disuelven la conciencia. Qué delicia de pérdida del ser, qué vertiginosa pirueta que te deja en reposo, limpia y cristalina la cabeza. Durante segundos de levitación sólo placer y vértigo… Quizás algún día en la caída me recoja el cariño de unos besos que murmuren ‘quédate’.


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