Me siento
como un astronauta cuando imagino que la ingravidez me traslada fuera de la
habitación. Hoy por eso estoy con Bowie, besando su recuerdo, cantando
‘Starman’ con una guitarra en la orilla del mar. Sueño que interpreto como él,
con esa voz increíblemente aguda y brillante, la canción con mirada de momento
vital, de las que atraen como un imán y te dicen ‘entrégate’. La melodía, la
necesidad de expresar que te acepto, que me aceptas, me acerca a tu
personalidad en tu atenta escucha y creo poder estar hipnotizándote pero… ¡Oh!
Eres tu quien me domina con tu mirada de ojos verde-violeta conquistándome,
alzándome de esta piel porque me acaricias mientras toco la guitarra. La espuma
de mar rodeándonos, salpicando nuestros cuerpos tan diferentes pero tan
parecidos. Tus gestos son de Venus pero naciste en la otra orilla y tu historia
de sacrificio te ha llevado hasta mi regazo, en esta orilla del mar. Susurrándote
la canción acerco mis labios hambrientos a tus pechos, que brillan en la
oscuridad. Y para no intimidarte reparto besos recogiendo el fulgor del reflejo
de la luna. Es algo tan irracional que, por un chispazo de alma en unos ojos,
desee retratarte así para siempre en la memoria, con ese gesto seductor que
haces aceptando el roce de mi mano. Mientras mi caricia acoge una lágrima, que
se desliza en tu suave y pálida mejilla, cierras los ojos y tus labios se
transforman en una sonrisa perfecta. Y la melodía, ya en tu cuerpo, se
transmite a las manos que buscan, azarosas, espasmos de placer en cada palmo rendido
de tu piel.
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