Tu solemnidad, tu magia, me mostró el verdadero
camino de la seducción con una deliciosa canción. Pusiste aquel blues y metiste
mi impaciencia dentro de unas copas tendidas para que sirviese el vino. Mejor templar
antes de lanzarse, acumular ganas volcánicas y abrazar el estado de
sensibilidad que empezaba a recorrer toda nuestra piel. Me mostré complaciente aunque
quería estar a la altura de los pájaros que volaban en mi pecho y en mi mente.
Sonreí cortado cuando me miraste a los ojos profundamente enviándome una calada
directa a mi psique. Levanté el pie del acelerador y adopté una actitud más receptiva
aunque sentía mis latidos golpear en el pecho por el hechizo de tu sonrisa. A
la luz de unas velas fumamos de un mismo cigarro en silencio; nuestras miradas
se cruzaban jugando entre las doradas volutas de humo que ascendían formando
espirales preciosas. Deseos en volutas de humo. Deseos en suspiros de humo que
viajaban a lomo del mismo fluir del blues que acariciaba nuestros sentidos con
un sentimiento. Entonces, cuando tus labios seductores suspiraron caladas
desafiantes a diez centímetros de los míos, desataste la revolución. Y por fin
tu cuerpo. La habitación se difuminó y nos rendimos a aquella penumbra dorada como
personas sin máscaras, piel sobre piel. Sin el artificio de las palabras caímos
irremediablemente atrapados en aquella corriente magnética que empecé a llamar
destino.
Imagen de Fotomaf
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