Cuando nos metimos en la cama follamos como locos mientras susurrábamos todos los gemidos y exclamaciones que
conocíamos para animarnos a llegar al más allá. Así alcanzamos nuestro maravilloso primer orgasmo compartido. Llegamos al clímax vibrando de la cabeza a los pies, como
un solo de guitarra excitante y prolongado que nos enloqueció y nos hizo sentirnos vivos en un momento de intenso placer. Mientras volvíamos a la cordura disfrutamos de su eco con
espasmos eléctricos, agarrándonos y sorprendiéndonos al mirarnos a los ojos y despertar en una nueva realidad
inesperadamente brillante. Cuando volvimos a las sábanas volvió el techo de la habitación, la
cama, la ventana, el ruido del exterior. Llegó el momento en que recuperamos la respiración, los
pensamientos y la necesidad de hablar. Y entonces volvieron los temores. Me hablabas de planes y no podía dejar de pensar que no podría desprenderme de mi faceta de náufrago solitario a
la deriva. Tampoco quería pensar en el futuro. Queriéndote explicar decidí
callarme y alegrarme por los suspiros que nos salían del pecho involuntariamente.
El presente me hacía feliz, me relajaba y entré en un estado de somnolencia
complacido. No pude complacerte en tu curiosidad porque dudaba si quería
aferrarme a consecuencias más serias en nuestra relación. No me sentía
preparado. El deseo era poderoso pero no quería hacerte daño con mi indecisión. Quería protegerte de mi inseguridad. No podía entregarme y luego naufragar en un mar revuelto de
dudas porque tuviera fobia al compromiso. Aplacé los pensamientos para otro
momento, estábamos desnudos y abrazados en una cama, sueño cumplido... veríamos
en cada instante. Por la mañana me desperté con una erección pero de cama vacía. Ya te habías ido a trabajar. Sabía que habías empezado el día con ilusión, como yo, y eso me daba miedo y me gustaba al mismo tiempo. Sin duda, andaba buscándote y frenándome a las puertas del paraíso.
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