‘Súbete, te llevo a casa y me indicas’-su sonrisa se volvió
pícara e irresistible así que no pude más que sonreír tímidamente y obedecer.
¡Por fin una auténtica locura!- pensé. Desde el principio sentí miedo morboso y
una especie de conexión mágica, a pesar de que las alertas de peligro sonaban en
mi cabeza como una alarma de luces giratorias tras su voz seductora. Durante el
breve trayecto me contó que se había lanzado a la aventura de conquistar la
costa Oeste de EEUU en aquel flamante coche y pensé: ‘otro buen idealista
fantasioso encerrado en una burbuja de cristal como yo y deseando huir’. Compartíamos
la pasión por la cultura norteamericana y me dio tanta envidia que deseé
abandonar mi decepcionante rutina y escaparme con él. Emocionados llegamos al
punto donde nuestros caminos se debían separar y después de charlar un rato en
el aparcamiento con los ojos brillantes, animados por deseos coincidentes que no
necesitaban palabras, me besaste apasionadamente y probando por sorpresa el
sabor de tu boca me volví loco. ‘Ven, escápate conmigo’- me dijiste en el
callejón de un polígono cercano, donde fuimos a follar discretamente. Levanté
la cabeza, suspiré y acepté tu propuesta antes de poder asimilarlo. Me
temblaban aún las piernas de placer cuando llegué a mi habitación, la habitación
en la que perdí tanto tiempo. En media hora tenía preparado el equipaje aunque
pensaba que ya te habrías marchado porque aquello tenía que ser una mala broma
o un sueño fugaz. Pero no, allí estabas esperándome con una sonrisa
esperanzadora. Cuando me monté en el coche me diste tres palmadas de ánimo en
la pierna y un beso y cerré orgullosamente la puerta del coche, que no tardó en
arrancar escupiendo polvo y humo a aquel barrio agotado por tanta caminata.
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