Me contaste que por desamor pasaste del romanticismo puro al
nihilismo del vicio, cómo iniciaste tu viaje por garitos y clubes de la mano
del descontrol. Y que, traspasando cualquier límite, sin pudor, probaste una
variedad de sustancias buscando el tesoro de expandir tu mente y tus sentidos. En
aquel viaje psicodélico te encontraste con personajes encantadoramente
excéntricos en un escenario de conversaciones de barra y de rumores de besos en
rincones oscuros. Cada uno descifrando su fórmula sobre cómo sobrevivir por
placer en un mundo que parecía caótico. Pero aquellos rayos de belleza y
potencia sacudiéndote. La música envolviéndolo todo, voces y risas mezclándose
entre tus pensamientos acelerados. Y para dejar de pensar comenzaste a hablar
para seducir, formando estrechos lazos que se disolvían instantáneamente, fraguando
débiles alianzas en el nombre de una sensualidad dopada y el vigor de la
alucinación. A través de espontáneas muestras de cariño de auténticos desconocidos,
en un estado alterado de conciencia, tu sexualidad liberó tabúes y se abrió
ante ti un universo oscuro que parecía no tener límite. Un océano de aguas procelosas en el que zambullirse y dejarse llevar. Pero, cómo es la vida,
volviste a caer en la soledad egoísta. Tras una temporada gris trabajando como
un ciudadano formal llegaste a la conclusión de que amabas la libertad
demasiado y de que la necesitabas para volver a apasionarte por sentirte vivo. Y
un día explotaste y escapaste. Temías abandonar los pensamientos viciados de la
rutina pero te abrazó la sorpresa de la vida, arrolladora, incontrolable,
deslumbrante. Tu signo, como el mío, parecía ser el del inconformismo incansable
y en un cruce de caminos de tu viaje loco, coincidiendo al azar en el mismo
punto y en la misma sed, nos encontramos en un barrio perdido de
Sevilla. Y yo cansado de lo que había sido mi vida acepté tu aventura y aparecieron ante mis ojos los anhelados paisajes del espacio exterior.
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