Que haya impulsos que nos sorprendan y que se nos haga de noche sin mirar el reloj. Impulsos como tumbarte en el césped y jugar enroscándonos como serpientes porque me apetece morderte sin daño, porque quiero lamerte el cuello para llevarme tu sabor de recuerdo a casa. Quiero ponerte una corona de briznas verdes, provocarte espasmos que despierten mi apasionado corazón. Cambiar palabras por besos y suspiros de aprobación. Pasamos la noche tumbados en un césped plateado, besándonos y tomando copas de un vino rojo que nos enciende. Ayer no nos conocíamos y hoy es como si nos conociéramos de toda la vida. De pronto sé de tus paseos, sé de tus búsquedas, de tus inquietudes y apenas hemos hablado de la vida sin entrar en detalles. Y no queremos levantarnos porque el momento es perfecto, de esos que se pueden calificar como felices, tan fugaces que sabemos que son como horas líquidas que caen sin conciencia.
Pronuncio tu nombre por el simple placer de que resuene en nuestros oídos, dentro de mí tu sonido. Entre tantos nombres no pensaba que iba a encajar tu nombre con el mío, tan perfecto que suena como una dulce melodía de hormigas bajo mi piel. Descubro que son sensaciones que encuentran repuesta en tu cuerpo y pongo todo mi mundo en tus manos. Improviso derramando caricias en tu pecho, al que acerco mi oído para escuchar el contrabajo de tu corazón. Y tu rítmica suena a una invitación para que nos unamos, como es una invitación que me cojas de la cara y pronuncies mi nombre. Bajo un cielo estrellado emocionante, las luces plateadas de las farolas sirven para desvelarme tu deseo porque brilla en tus ojos húmedos afianzando cada progreso.
Y dos mundos coinciden en el avance de nuestras manos rebuscando bajo las ropas. Allí donde se genera calor quieren cobijarse y soltar a nuestros duendes para avanzar en la búsqueda del placer. Mezclamos pasión apretándonos en la dulzura de unos movimientos acompasados porque ya somos como un acordeón mágico. Una caja de resonancia de suspiros que se convierten en estelas de vapor elevándose y desplazándose como nubes en la noche, como trineos voladores. Los grillos suenan cada vez más lejanos, las copas ruedan por el césped y los zapatos saltan volando. Yacemos abrazados devorando felicidad y placer sin medida. Es nuestra noche buena y la de la naturaleza del parque que nos rodea. Susurramos nuestros nombres que vagarán por siempre en el espacio y en nuestra memoria. Que así sean eternos aunque el tiempo pase por nosotros y no volvamos a pisar este parque.
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