Me despierto abrazado a ti y me asombro al
descubrir una erección nacida de la profundidad de mis sueños. No puedo pensar
siquiera por qué pues el calor me atrae a estrecharte en aquel mismo punto,
como dos imanes que se juntan en un movimiento de fricción en el que cualquier
separación conduce de nuevo a la unión instantánea. Sin abrir los ojos sonríes
y es en ese momento de belleza cuando me cautivas irremediablemente, ya no hay
vuelta atrás. Quiero probar tus labios y lo hago sin pensarlo. Suben pequeños
ángeles desde la punta de los pies y mezclamos nuestras lenguas, nuestro aire
interior y la saliva se torna de un sabor agradable, llena de matices, mejor
que cualquier vino añejo. Nos damos cuenta de que tenemos que disfrutar de
nuestros cuerpos y lo recorremos con nuestras manos, nuestros dedos tocando un
blues que eriza cualquier vello. Hay que expulsar los calzoncillos con los pies
pues la atracción no resiste ningún tejido y allí nos adentramos, pegándonos
bien para que mi sexo reconozca al tuyo como su nuevo mejor amigo, piel con
piel.
Sin saber que marcábamos con fuego en la cabeza un momento inolvidable,
nos nació un querer, un impulso de fusión total irresistible, desde nuestro
pecho hasta el interior de nuestros cuerpos. Y la sorpresa fue que nos acogimos
sin dolor, con una sensación de paraíso tibio y húmedo. Profundamente sintiéndonos,
temblando en la superficie, nos reconocimos como perfecto equilibrio en una
sinuosa danza del vientre. Olvidamos que el tiempo estaba pasando, que
estábamos en algún sitio perdido del desierto porque las paredes y el techo
habían desaparecido y flotábamos como drogados por la química que destilábamos
con cada poderosa aproximación. Éramos algo más que carne y huesos en conexión,
algo más que chispas mentales. Descubrimos un prodigio espiritual encontrando
alma sin límite, pura energía fabricada con pasión. Y después encontramos
juntos la recompensa del éxtasis por una inmensa pirueta que nos arrojó sobre
la cama del motel, aterrizando sin miedo porque nos agarrábamos de las manos.
La luz del crepúsculo comenzó a filtrarse en nuestras retinas y justo en ese
momento comenzó la verdadera aventura, el viaje magistral.
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