1/12/15

PROFUNDIDAD

Me despierto abrazado a ti y me asombro al descubrir una erección nacida de la profundidad de mis sueños. No puedo pensar siquiera por qué pues el calor me atrae a estrecharte en aquel mismo punto, como dos imanes que se juntan en un movimiento de fricción en el que cualquier separación conduce de nuevo a la unión instantánea. Sin abrir los ojos sonríes y es en ese momento de belleza cuando me cautivas irremediablemente, ya no hay vuelta atrás. Quiero probar tus labios y lo hago sin pensarlo. Suben pequeños ángeles desde la punta de los pies y mezclamos nuestras lenguas, nuestro aire interior y la saliva se torna de un sabor agradable, llena de matices, mejor que cualquier vino añejo. Nos damos cuenta de que tenemos que disfrutar de nuestros cuerpos y lo recorremos con nuestras manos, nuestros dedos tocando un blues que eriza cualquier vello. Hay que expulsar los calzoncillos con los pies pues la atracción no resiste ningún tejido y allí nos adentramos, pegándonos bien para que mi sexo reconozca al tuyo como su nuevo mejor amigo, piel con piel. 
Sin saber que marcábamos con fuego en la cabeza un momento inolvidable, nos nació un querer, un impulso de fusión total irresistible, desde nuestro pecho hasta el interior de nuestros cuerpos. Y la sorpresa fue que nos acogimos sin dolor, con una sensación de paraíso tibio y húmedo. Profundamente sintiéndonos, temblando en la superficie, nos reconocimos como perfecto equilibrio en una sinuosa danza del vientre. Olvidamos que el tiempo estaba pasando, que estábamos en algún sitio perdido del desierto porque las paredes y el techo habían desaparecido y flotábamos como drogados por la química que destilábamos con cada poderosa aproximación. Éramos algo más que carne y huesos en conexión, algo más que chispas mentales. Descubrimos un prodigio espiritual encontrando alma sin límite, pura energía fabricada con pasión. Y después encontramos juntos la recompensa del éxtasis por una inmensa pirueta que nos arrojó sobre la cama del motel, aterrizando sin miedo porque nos agarrábamos de las manos. La luz del crepúsculo comenzó a filtrarse en nuestras retinas y justo en ese momento comenzó la verdadera aventura, el viaje magistral.


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