Me acerqué a ti sigilosamente con pasos solemnes porque
desde la primera vez que te vi supe que ibas a ser mi placer, mi delirio y mi
suerte. Me detuve a cierta distancia para adorarte cuando mirabas la lluvia mientras
fumabas un cigarro bajo la marquesina de un cine. Bendita lluvia que nos había
retenido. Una aproximación hacía el tesoro que me producía tu melancolía era
como una odisea sobre una barcaza en un mar embravecido o un viaje al centro
del placer, pues había remolinos que erizaban mi espinazo. Todas las locuras
que había estado queriendo vivir pasaron en cinemascope por mi imaginación y ya
te veía sonriendo a mi lado en cada fotograma y yo me veía sintiendo ese
pinchazo mágico por tu destello. Éramos unos extraños aunque todas las veces
que coincidieron nuestras miradas nos habíamos reconocido en los mismos sueños.
Pero cuando arrojaste el cigarro a un charco y te perdiste entre una multitud
de paraguas sentí que la realidad empezaba a desarrollarse a cámara lenta. La
imagen de tu última sonrisa había quedado grabada en mi memoria reuniendo todos
los poderes para convertirse en un mito. Un impulso súbito puso en marcha mis
pies y paralizó mis pensamientos; bendito impulso espontáneo, cuánto tiempo te
había estado rogando. Tras sortear sombras grises de paraguas negros te
encontré y, como no habías estado en una nube de pensamientos y me presentías, acogiste
mi saludo con naturalidad cuando nuestros ojos se encontraron. Tu opción no habría
sido nunca la de esperar a nadie pero te hizo gracia mi osadía de vanguardia
romana. Mi heroísmo de tímido seductor desplegándose como las plumas de un pavo
real mientras me empapaba te pareció tan enternecedor que me cogiste de la mano
y corrimos a refugiarnos en una taberna dorada. Y con una botella de vino
reducimos la distancia porque no éramos héroes sino humanos temblorosos
empapados hasta los huesos. Te besé ya que en mi cabeza no había pensamientos
sino hechizos mágicos provocados por el brillo de tus ojos y de tu sonrisa. Y con
cada mordida de labios, con cada remolino de nuestras lenguas me daba cuenta de
que nada iba a ser comparable a cada beso que nos diéramos en el futuro. Besos dulces
de chicle, besos amargos de licor, besos de canción de amor, labios-guitarra
de mis improvisaciones, besos como fruta fresca para calmar melancolías o para celebrar cada ascenso al paraíso.
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