31/5/09

Movimiento


Bueno, el muchacho anda cabizbajo por la ciudad pero hoy no quiere que la corriente le lleve a otro paseo más porque eso se convierte en un rosario de análisis de las preocupaciones. Y no. Se le ocurre llamar a un taxi y cuando lo hace, silba con fuerza por primera vez en su vida y un coche amarillo se planta frente a sus morros con un frenazo. Está sorprendido pero todavía le queda llegar al éxtasis, cosa que hace al mirar hacia arriba y descubrir que han crecido enormes rascacielos. Entra en el taxi y un tipo que se parece a Ron Jeremi le sonríe con desconfianza y en un plano corto puede admirar ese diente de oro. Está en la Quinta Avenida pero su taxista es sevillano del Betis. Es la puerta que le ha tocado para salir de la Gran Manzana, cuando un acelerón del autobús le despierta y comprueba que enfila el barrio de Nervión como hace rutinariamente. Mira a su alrededor y ve ancianas y ancianos con bastones como compañeros de viaje, baja la vista a un lado de la circulación y ve un hombre de provecho conduciendo ágilmente un BMW. Y piensa que hizo mal al no aprender a manejar una de esas máquinas porque, ostia, cómo crece la potencia del hombre. Con una simple habilidad multiplica su velocidad, aumenta su radio de acción, las distancias se reducen, los músculos pueden descansar. Pero he aquí que tenemos a un chico musculado entre la tercera edad que necesita sentarse porque está ‘arriñonao’. Lo piensa y descubre que la gente de su edad se traslada de otra forma, que ni locos esperan veinte minutos a que venga un puto autobús en domingo en una parada de autobús a pleno sol ¿Entonces que hace allí? Desde niño lo ha hecho y demasiado niño se ha sentido siempre como para coger un coche. Escucha los motores de un avión que está en maniobras de aproximación al aeropuerto de San Pablo. Ahí está, ahí viene. Es un bicho de avión, toneladas de acero suspendidas en el aire, que se ladea y se acerca a su ángulo de visión. Trata de imaginarse a las personas diminutas, sentadas allá arriba a kilómetros de distancia, y de pronto se ve sentado en la cabina, cruzando el mar, llegando a las puertas de una gran ciudad con el taxista del diente de oro. Se ve subiendo colinas en un tranvía, cruzando por túneles la ciudad en metro, cogiendo el ferry a la isla de Alcatraz, forzando una celda de aquella fortaleza inexpugnable, cerrando el espacio con un sonoro portazo, marcando el primer día del calendario con una raya en la pared de cal…

25/5/09

La puñetera Puerta


Bueno, bueno, bueno. La brújula no va, tiene la máquina jodida. No sabe dónde meterse…no gobierna su cuerpo, anda distraída su mente. El tipo se ha levantado desganado y tiene que redoblar sus esfuerzos para reunir un poco de voluntad y bajar al Ágora. Como siempre que tiene que airear algunos asuntos teóricos elige una esquina de la estatua para sentarse erguido, se cruje las juntas del cuello y relaja los músculos. Pero al buscar el silencio del buen juicio de pronto siente como nunca el impulso que le ha llevado a la aventura en más de una ocasión. Tenía que ser una mañana de pensamientos y allí estaba aquella vibración que le entraba por los genitales y le recorría la espina dorsal. Antes de la I Reforma de su Conducta esos impulsos los solía resolver buscando cobijo entre piernas pero desde el Catacrack venía doblegando los ataques de lujuria con paseos agotadores. Y ahora estaba allí, de nuevo sintiéndolo, con las piernas y riñones machacados. Descubriéndose desarmado, echó un vistazo a quien había a su alrededor, afinó el oído para saber si comentaban algo de él. Sólo escuchó el canto del grillo y se estremeció al sentir que una ráfaga de viento venía a confesarle que nadie estaba pendiente de sus movimientos. Ese gesto de vulnerabilidad había que disimularlo con un pitillo de macho. Fumado así, como un vaquero ocioso en la puerta de un Saloon, volvería a sentirse observado. Rostro impenetrable recibiendo sol, haciéndose el sueco con un gesto de indiferencia frente a la demoledora realidad. Recuerda que hace sólo tres años que huía cada noche del bullicio al comprender su naturaleza par cuando decidió plantarse, jurando que no buscaría más la puñetera PUERTA. Y ahora intuye que no sabrá volver al desenfreno, que tendrá que esperar que pase alguien que le corrompa…

18/5/09

De Feria en Feria


Las piernas pueden doler todo lo que quieran, pero interpretando paseos amenos el dolor se apaga. Hoy he cruzado el Barrio de Santa Cruz por la Plaza de las Cruces. Miré al cielo en la Plaza del Salvador porque no había nadie en los portales. Me di una vuelta por la Feria del Libro con la vaga esperanza de encontrar un tesoro, un libro descatalogado de Kerouac o un escritor buscando negro y con llave de mano en el mercado editorial. Oliver Twist hubiera pedido trabajo en las casetas de la Feria del Libro y aquello hubiera sido el primer puerto de una gran aventura colonialista. ‘Comienza la construcción de un hombre, ésta es la historia de la hazaña, bla, bla, bla’. Como hacían los rudos hombres del pasado para buscarse la vida. Aunque por imaginar hubiera preferido enrolarme en un barco pirata o en un circo. La imaginación se me desborda con tanto libro a la vista y decido darme un chapuzón en la realidad dejándome llevar por el flujo de la calle. Me meto en una marea de gente, cual ola espumosa, pero necesito respirar reposando brevemente en círculos horadados en la roca de la ciudad durante el camino que toma la corriente. ¿Y qué mejor que quedarse varado donde te amodorre el sol y puedas atrapar miradas escondidas en aptitudes indiferentes? Eso te hace desear una rubia fresquita en tu mano, fundamentalmente, aunque también costa y chiringuito playero. No era el caso, terminas en el bar del Mercado de la calle Feria cuando la lengua pastosa te avisa de que llevas mucho andando bajo 'la caló' de Sevilla. Y mientras me tomo una cervecita contemplo con ojos de plato lo que ocurre en ese escenario. Camisetas de algodón de colores chillones, pieles doradas de soportar el sol en la jeta, anillos y cadenas de oro puro con la semblanza de la Macarena. Desbordando el edificio de blanca cal flota el olor a pescado, entran y salen cajas con trozos de carne y huesos, restos de frutas y hortalizas se derraman sobre los adoquines. He recalado junto al gran centro social que da de comer al barrio más castizo de Sevilla y me gusta cómo suena, cómo huele y cómo luce. La gente más simpática y abierta que se puede encontrar en todo el centro histórico está en la calle y habla a voces para entenderse entre pitos de claxon y rugidos de motores. Si afinas un poco el oído te enteras de que andan haciendo cuentas en el barrio, como todo el mundo, pero si alguien sabe sobrevivir son ellos. Es como una certeza, qué se yo. Los miro, los veo sonrientes e intento saber desde la distancia. Lo mismo pones el topiquito desde fuera y luego mamas el barrio y es otra cosa. Un tipo al que ya conocía me da la mano y me salva de mis cavilaciones para reconocerme y situarme allí. Me había quedado hipnotizado contemplando a la gente corriendo con las bolsas de los mandaos para arreglarse algo de comer y ¡Plaf! Al chocar las palmas de las manos me devuelve físicamente allí y ya no soy sólo esa vaga preocupación que camina como un fantasma cruzando barrios con zapatos nuevos…

12/5/09

Míster Broker Botellín


¡Qué paz al mirar cómo mueve el viento las hojas de los árboles, que vista más apacible, qué crepúsculo! Hace fresquete pero mirando a través de la ventana abierta del Habanilla también se siente el gustito de estar en el refugio, a salvo. ‘Bueno, bueno, bueno. Y hoy ha hecho un día de otoño’-comenta cuando la ola climática desborda sus pensamientos. Siempre entra en situación hablando del tiempo, pero es una aproximación hecha con emoción. En realidad, dice muchas cosas de parte meteorológico pero también las aliña con cosas suyas. Si se sabe leer entre líneas los vericuetos que toma el análisis del clima actual son forjados por su estado de ánimo. Evidentemente hoy le ha hecho un día de otoño porque estaba melancólico y mientras paseaba ha ignorado los guiños que le hacía el sol caliente entre las nubes, no ha sentido su placentero reflejo sobre los hombros porque le han soliviantado las intermitentes rachas de viento de poniente. Cuando el tema tiempo pierde fuelle se queda taciturno, a la espera de que la otra persona tome las riendas de la conversación. Tímidamente ofrece el gancho de sus oídos pendientes y su mirada fija porque todo lo que le interesa es que haya buen rollo y entendimiento. Y cuando la víctima se debate en la telaraña de los obstáculos personales se vuelve a emocionar porque le estás tocando el tema de la crisis económica y eso lo domina a la perfección. Ahí ya tiene carrete para soltar y no hay debate, hay monólogo, pues para eso se ha tragado todo noticiario o programa de televisión con apetito voraz. En su sofá, alarmado, ha presenciado la decadencia del mundo. Y para sobrevivirlo ha convertido el sufrimiento por la incertidumbre en una emoción fuerte que le ha enganchado. Pero han llegado las cuitas templadas de mayo y el tío tiene la solución, allí mismo, en la esquina tabernera de siempre a la caída de la jornada laboral. Habla como un experto ponente con un jersey roído, botellín en una mano y pitillo en la otra. Y luego por las mañanas lo ves en una mesita del café Hércules con los periódicos color salmón ¿Qué nos podrá recomendar si le preguntamos por la Bolsa? Lee palabras de un texto pero a la vez es capaz de pensar. Y lo que piensa, fundamentalmente, es que le gustaría tener más valor para engatusar a una beldad que le hiciera ponerse colorado y no saber qué decir. Se conformaría con el lenguaje gutural de los monos siempre que hubiese comunicación por roce. Como todos, sólo desea jugar hablando de cosas bobas que le despierten las mariposas de la barriga…

7/5/09

La vieja Orbea


Bueno, bueno, bueno. Una tarde apacible, es como si hubiera pasado el huracán. Iba a hablar de las gaviotas que a veces aparecen misteriosamente en Sevilla, de los pajarillos del parque, bah, me quedo con la sensación de haber recuperado un banco a esa hora en la que el horizonte se pone violeta. ¡Qué me gusta un orgasmo poético! He cerrado los ojos, he respirado profundamente para abrir el pecho, he visto orientalismo en esto. Sea como sea he tenido mis cinco minutos de paz natural. Han vuelto y quiero compartirlos. A lo mejor hay alguien que se ha olvidado tomarlos. Sirven para poner freno en esta vida a 193 km por hora, para ralentizar los pensamientos cuando se amontonan en busca de una salida. A las nueve de la tarde me he sentido como un rey vago sentado en un banco de un parque. La artífice de tal momento ha sido una vieja bicicleta cedida por mi sobrino. El cuerpo me había pedido bicicleta en innumerables ocasiones pero a las últimas les cogí cariño y un ladrón las arrancó del abrazo de mis piernas. Y de pronto te endosan una bicicleta que te viene de perlas. El día del feliz encuentro hay tan buen rollo entre los dos que me dejo llevar y, silenciosa, me traslada a un lugar que no había pensado pisar. Estoy sentado de nuevo en el trono de un parque. Allí, a mi lado, está ella, raquítica, apoyada en un banco de madera del que no conocía su roce. Ella, una bicicleta modesta ha conseguido sacarme, cansado, del confortable abrigo de Internet para enseñarme el horizonte a la caída de la tarde, en vivo. De buenas a primeras, tras arreglarla de unas menudencias, la vieja Orbea ha doblado o triplicado mi velocidad y me ha trasladado a un asiento de madera, roñoso y sucio. Un banco enmohecido escogido al azar o porque ha tocado en una lotería imaginaria para el disfrute de la estampa de una única puesta de sol en directo. La del lunes 4 de mayo de 2009, nueve de la tarde, queda reflejado un trozo dorado de parquecito perdido en Santa Clara. ¡Ésta es la instantánea, Mysia! Una pareja retoza en unos de los bancos, en otro un grupo de canis prenden chispas en unos mecheros apoyados en unas motos, qué estarán haciendo las criaturas. Una chica interpretando la operación bikini con el footing que le enseñaron en la escuela. Como no podía faltar en este barrio un coche discoteca nos recuerda que aquí domina el rap y el reguetón. Es el ritmo de estas calles y mi cuerpo lo ha asimilado con el meneo espontáneo de la cabeza como reacción natural a la música. Sin ser devoto de ninguna tribu me siento negro entonces, perdón pero es así. Unas colegialas cruzan el parque agarrando sus carpetas forradas de un tipo con cara de niña que sale en una serie de televisión. Lo pienso y no sé que papel tengo, pero me siento negro aunque quizá sólo estoy recogiendo un momento para transcribirlo aquí…

3/5/09

Solitaria Alameda


Así que así estamos, en un tira y afloja mientras la ciudad se ha trasladado a Los Remedios. Ah, la hora del aperitivo, sí. Marqué el paso para disminuir la velocidad y solicité un paseo mañanero lento aunque las caderas siguieron la cadencia del ritmo apresurado que traía. No había prisa, y con un temblique de piernas echo el freno para zambullirme en el ambiente y voy me encuentro con una Alameda solitaria. Había llegado al destino como si de una cita se tratara y ahora estaba allí, comprobando la altura de aquellas dos maravillosas columnas de Hércules al no tener otra figura humana que observar. Sí, pero allí arriba cuento dos. ¿Quiénes son? Son los gemelos, cuánto tiempo. Recorro visualmente el panorama, no hay una puta mierda. Ha pasado un vendaval que ha barrido a la peña. Me dirijo mentalmente al Google maps y me veo como un punto solitario en una extensión desértica. Desplazo el cursor y compruebo como el resto de la humanidad está concentrada en un punto lejano, cruzando el río. Han tomado un pueblo de cartón piedra y todo el mundo está de juerga. Bebiendo, comiendo y bailando sus danzas tribales con esos trajes que parecen claveles. Y en donde me encuentro hay como una melancolía en el ambiente, como de plaza abandonada, aunque en un rincón aislado se ha armado una vida de perros jugando y niños corriendo y le da a todo un toque de alegría como el que había esperado. Ni la feria ni la reordenación municipal acabarán con mi pasión por esta puerta sagrada a la vida. No se me ocurre alternativa pero como he llegado con la lengua fuera decido sentarme a tomar esa caña fresquita que no dejaba de visualizar en la mente desde que puse el pie en el albero. En un bar de un rincón se han agrupado unos pocos que han decidido citarse en la zona. ‘Buenas tardes, una cervecita y una ensaladilla, por favor’. Perfecto. En ese momento una melodía se cuela por las largas ventanas enrejadas de una casa envejecida de la ladera de la Alameda. No puedo verlo pero intento imaginar quién ha decidido inundar la soledad del lugar con el alma de la música. Me imagino a un anciano sordeta prendiendo la radio para hacer la tarde más liviana. Y suena la magia de un piano tocando jazz. Cervecita, ensaladilla, musiquita, esas nubes que se han incorporado al momento. Perfecto. Cojo el teléfono en un gesto espontáneo que no hacía desde mucho tiempo. Le doy vueltas en la mano, está frío, arañado, mudo, abandonado. Me quedo mirándolo un buen rato, absorto por la dulce melodía, adormecido por un placer de treinta grados sobre los hombros…