Todos
bailando al son del boggie en la Plaza del Sol. Cuerpos de chicos y chicas
agitándose como abanicos para espantar el calor. Cuerpos tatuados, bronceados,
peludos, depilados, gruesos, delgados, maquillados, alternando y disfrutando del
ritmo de la música del amor universal. Estaba allí con mi propia estrella
escondida en ese ascensor de emociones y me dejé llevar. Todas las manos se
alzaban, se alzaban unidas en el sonido profundo, queriendo alcanzar la
frescura del cielo. Se alzaban brindando con cócteles rojos, verdes y naranjas.
Se alzaban para darme la bienvenida.
Y cuando la multitud me acoge la multitud
se convierte en él, en ella, en esa sonrisa, en aquel guiño, en el beso de una
chica en los labios, el roce de un chico que baila arrimado. Me entrego con mi
cuerpo y con mis emociones al éxtasis colectivo cuando comienzan a sonar los
timbales y todos nos despojamos de lo que nos queda de ropa y con ella se van
los miedos, los prejuicios y pecados. Y una ola de amor recorre nuestros
cuerpos desnudos, estremecidos por tanto placer perdemos la noción del tiempo y
del espacio bailando boggie en la Plaza del Sol. Juntos unidos por la música y
por la pasión.
Y de pronto un ‘tu y yo’ prolongado, nunca dos amantes fueron
tan veloces. Tu y yo nos devoramos labios, pezones, nos lamimos el sudor dulce,
nos fundimos en abrazos penetrantes. Elevamos la música hasta el sexto sentido
y el placer creciendo, extendiéndose por la piel universal. La emoción nos hará
retirarnos para interpretar los más secretos movimientos entre arbustos que
darán la bienvenida al crepúsculo. Todos en paz, sin necesidad de acordarnos de
las preocupaciones, recibiremos de nuevo como se merece el manto de estrellas,
diciendo adiós a un precioso día soleado en la Plaza del Sol. Lobos y lobas
salvajes aullando a la luz de la luna. Fundiéndonos entre gemidos celebraremos
la fiesta de la vida escuchando el eco de la máquina de fabricar música y amor.
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