24/2/16

NEBULOSA

Me enseñaste a respirar, a levantar los brazos y tomar aire para alcanzar las cadenas que cuelgan del cielo. Tu solemnidad, tu magia, me mostró el verdadero camino de la seducción. Al principio metimos dentro de un armario nuestra impaciencia y me pediste que no susurrara mi amor en tu oído, sino que nos sentáramos enfrentados sobre la alfombra. Con voz clara dijiste que tenía que estar a la altura de los pájaros que volaban en tu pecho y en tu mente. Sonreí. Me miraste con seriedad suspirando. Levanté el pie del acelerador y por primera vez me coloqué en segundo plano, aunque sintiera mis latidos golpear tu pecho y el cielo de tu sonrisa. Fumamos de un mismo cigarro en silencio mirándonos seriamente. Envolviendo en humo el mismo silencio, creando un ambiente que nos retaba a dejarnos llevar como personas sin máscaras, sin artificios ni gestos. Maravillosa experiencia tus labios seductores soplándome caladas desafiantes. Nuestro deseo creciendo en intensidad, los nervios disolviéndose en una relajante sintonía. Buscábamos la pureza de la espontaneidad al apartar todas las imágenes que se nos pasara por la cabeza. Queríamos descubrir de dónde provenía aquella irresistible atracción, cuál era la naturaleza de nuestro deseo, cuando por carácter éramos unas personas discordantes. Difícil experimento dejar la mente en blanco cara a cara, respirando pausadamente, sin cerrar los ojos, sin sentir nada de nada. Ambos conseguimos una especie de nirvana mirándonos profundamente, olvidándonos de todo desencuentro y reproche. Y sorprendentemente nos dimos cuenta al mismo tiempo y dijimos: ‘te veo, te veo dentro de mí’. Entonces me puse de rodillas, gateé hasta llegar a dos centímetros de ti, te besé y atrapaste mis labios con tus labios, y fue como morder fruta fresca del paraíso. Juntamos nuestras frentes, acariciándonos las caras, y te vi dentro de mi mente y me dijiste que estaba dentro de ti. Podíamos sentirnos merodear en nuestros mundos de estructuras difuminadas, provocando calor y vibración. Y de forma tan natural nos descubrimos en el exterior desnudándonos mutuamente en un acto reflejo. Sentimos entonces las caricias redobladas por un eco interno porque no hay nada más placentero que una piel sin límites. Una piel flexible que se modula con impulsos, con sabores, sensaciones y olores que nos hace alcanzar un estado gaseoso. Y al respirar unidos nos transformamos en una nebulosa, una masa cósmica celeste que se funde en un solo movimiento giratorio, elevándonos sobre la humanidad de la alfombra, el humo de los cigarrillos y la ropa revuelta.

                                                                                                          Eagle nebule

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