Iba caminando sintiéndome cansado de los días,
desfalleciendo mi capacidad de soñar. La melancolía sobre mis hombros
susurrándome al oído las delicias de los amores pasados y la melodía de un
blues azul melancólico sonando en mi cabeza. Un blues que hablaba de alguien
que sigue persiguiendo la estela del amor ideal, sin saber por qué, marcando mis
pasos solemnes hacia una taciturna tarde. Sintiendo que me costaba soñar, temiendo
que todas las lágrimas de emoción se hubieran secado en mis días brillantes. La
vida acelerada corría delante de mí mientras que los amores se evaporaban a la
vuelta de cada esquina. Y caminaba con un paso lento y solemne con la ayuda de
la melodía de un blues en la mente, que me animaba a seguir avanzando en una
atmósfera de callejuelas grises perladas por ventanas luminosas. Los nervios de
encontrarte se habían evaporado, algún día los perdí cansado de que no
aparecieses. Caminaba tranquilo mientras mi débil telepatía intentaba averiguar
si me cruzaba con alguien que pudiera encajar en mi corazón. Caminaba sabiendo
todos mis trucos y mis excusas, preguntándome quién podría desarmarlos y desenterrar
mi lado romántico, quién podría volver a construir romances de contemplar crepúsculos
y estrellas sucederse. Caminaba atareado deseando una parada en cualquiera de
los veladores y una charla con un descafeinado delante, con mucho tiempo que
perder tratando asuntos triviales para olvidarnos del ego. Deseaba,
simplemente, sentarme en una plaza de adoquines dorados, las farolas de gas
neón trasladándonos años atrás. Hablar del tiempo que pasamos haciendo miles de
tonterías que no eran coincidir o viajar a un par de siglos atrás, imaginando a
caballeros de capa y espada batiéndose por amores y desencuentros. Puede que mi
sonrisa melancólica y la expresión de mis ojos cansados fuesen borradas del
mapa por una caricia en la nuca, sentados en un velador, perdiendo el paso del
ritmo sin pausa de la rutina. Caminaba atesorando el sueño de esa compañía que
no quiere irse y que pasa de café a cerveza sin mirar el reloj. Deseaba que no
pasara el tiempo contemplando la tranquilidad de aquella plaza y la belleza de
unos ojos, de unas pestañas, de unos gestos que me animan a relajarme en la
palma de la mano que me sostiene la cara. Una plaza dorada tan tranquila que un
gato que pasa y que se enreda en nuestras piernas es una bendición, en la que el
canto de los pájaros que apremian cobijo en el crepúsculo es una bendición y la
brisa que desenreda nuestros pelos y enreda nuestros deseos se convierte en gloria.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho, la intensidad, la plasticidad y la frescura. Se puede llegar a intuir la lluvia y la melancolia casi que se puede comer.
Muchas gracias, Andrés Jesús, un comentario que es gasolina para seguir escribiendo. Un abrazo!
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