15/10/08
No entiendo... y rompo el camino
Hay cosas que no entiendo y me da coraje. Salgo de casa y veo a dos monjas esperando en la parada de autobús pero veo a dos chicas jóvenes que son monjas y no entiendo cómo hoy en día pueden haber decidido serlo. Están absortas, serias, no hablan entre ellas, parece como si estuvieran rezando. Que haya chicas jóvenes tan convencidas como para dedicarle su vida a Dios no lo entiendo. Sigo mi camino y veo a otra joven, de apariencia acomodada, de rodillas y hablando con un mendigo, le está dando magdalenas y fruta y le pregunta si puede sentarse junto a él. No lo entiendo, no entiendo que sea caridad y no entiendo que lo dude, pensando que quizá sea de esa clase de falsas hippies que, sin serlo, tienen que hacer estas cosas, pues después vuelven a su vida de niña rica y lo comentan. Menos mal que hay gente así, me digo, pero no lo entiendo. Sigo mi camino pero decido romperlo cogiendo por el callejón del Agua, la Judería, que hace siglos que no voy por allí. Me acuerdo de que hace años cuando visitaba Sevilla siempre entraba por este camino, que te transporta a otra época. Un camino que me marcó mi padre cuando me traía de niño, un paseo para disfrutar de los sentidos, para reencontrar la Sevilla que aman los turistas y que ofrece estampas de increíble belleza, de una ciudad en la que se vive y de cuyos rincones a veces se olvida uno por la rutina de otros caminos convencionales. No entiendo por qué a veces olvido que estoy en Sevilla, pero cruzo el hermoso patio de banderas y aparece ante mí la solemne Giralda y entiendo la belleza de Sevilla. Y sigo mi camino, tratando de aliviar mis pensamientos. Recuerdo que hice mal el otro día cuando huí después de ver el espectáculo de un artista en la Plaza San Francisco sin pagarlo, y me doy cuenta de que no está mal que no entienda estas cosas porque es de la única manera que se pueden resolver los enigmas, sacar conclusiones y revelar el positivo de las lecciones. Hay cosas que mejor que entenderlas hay que hacerlas y punto.
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