16/3/09

Los parques despiertan ganas de caricias


El hombre camina y se encuentra una estampa perfecta. El suelo empedrado ha dado paso al albero, como no es un hombre de máquinas la transición es lenta, no hay velocidad pero sí ángulo. Tierra, horizonte, cielo. Naranja, verde, azul. A media altura el follaje verde rompe el gris de la ciudad y un árbol centenario, un Drago, le conduce al fondo celestial sin límite. Respiras profundamente, la frescura de un parque sevillano en primavera limpia los pulmones para varios días de refugio solitario en una habitación. Todo el espectáculo visual está mecido por una música de guitarra española con el acompañamiento natural de una fuente cercana. Un gato blanco-canela dormita sobre una maceta en la entrada de una plazoleta del parque, piensas en tocarlo porque te despierta ternura pero sabes que la paz de los gatos callejeros termina cuando se le acerca una mano, aunque sea con intenciones cariñosas, y es tan plácida su imagen que es mejor no molestarlo. Huele profundo a follaje y la humedad calma el picor del brillo del sol. Sus rayos dorados se filtran a través de las ramas de un árbol cercano y como te conducen la mirada al refugio de la sombra de su tronco te das cuenta que otro animalillo asustadizo presiente las sombras peligrosas de los turistas mañosos. Es una salamandra, animal reptante de sangre fría que tiene la sangre fría de acercarse a ver cómo están las cosas en la superficie humana. Te acercas para verlo mejor pero como no conoce tus intenciones huye despavorido a una altura inalcanzable. Bah, lo mismo haces a veces y lo entiendes perfectamente. En una pequeña fuente de brote irregular se baña un perro labrador canela, está tan contento que mira a su amo con la lengua fuera preguntándose por qué no se une a la fiesta, con lo fresquito que se está allí y las cosquillitas tan graciosas que hacen el líquido elemento ¡Woff, woff! Y una bandada de palomas levanta el vuelo hacia las copas de los árboles, asustadas porque han sentido cómo las ondas del sonido les han erizado las plumas. Los japoneses parecen felices y se hacen fotos por doquier a las entradas enrejadas de los patios andaluces, donde las plantas y flores se fuerzan por posar arqueándose milimétricamente en sus reinos circulares. A veces te sientes más extraño que los japoneses en Sevilla. Piensas que no hay nada como un paseo para volver a ocupar el terreno que separa tu alma de tu piel, pero a veces desearías que alguien acercara la mano también para acariciarte.

5 comentarios:

LatitadeAlmendras dijo...

los árboles esos son brutales! me impresionan cada vez que los veo.

Anónimo dijo...

Yo hacía tiempo que no iba por allí latita y el domingo me pasé y me llenaron de paz, tendré que pasearme por allí más a menudo. Ah, gracias por la caricia a este gato gatuno.
Un beso

Ingrid Dietrich dijo...

Ru, ru, ru... ¿Cómo es un paseo intelectualoide? Los paseos de Domingo para mí son extraños, desazonadores. Es cuando todos lucen sus amores de la mano como trofeos conseguidos en una competición a la que a mí no me dejan entrar ni de público, parece que los martes a las cuatro de la tarde no hay caricias en las calles, sólo esán éstas, pero los Domingos, intento alejarme de las aceras, cines y parques para no acordarme del tiempo que hace que no me llevan de la mano, ó que no me tocan la piel del abrazo. El roce de la piel en las manos se hace casi imprescindible en esos paseos... Por eso prefiero los del anochecer, volviendo un día cualquiera al coche, cuando casi no hay nadie y las calles angostas se hacen amantes de mi Soledad...

Argax dijo...

Has ido a ver los pavos reales a los jardines del Alcázar. Esa si que es una experiencia curioso, suelen estar en la única zona abierta de esos jardines, una con altas palmeras que se pueden ver justo al otro lado de la tapia que retratas, la luz se filtra suave y amarilla si vas a última hora de la tarde, es muy, muy reconfortante esa visión. como si estuvieras dentro de uno de esos laberintos vegetales, ajeno al mundo, ajeno incluso a ti mismo.

Y del lugar que retratas, has provado a dormir entre las raíces de los árboles, impresionan de verdad.

Un saludo y un gran abrazo.

Anónimo dijo...

Hola Pantera, un paseo intelectualoide es de esos que se dan para admirar los edificios históricos y la belleza de las calles y rincones con historia. Me pasa igual que a tí, me muero de envidia cuando veo a dos tortolitos y también siempre me ha ido mejor en este sentido en la oscuridad de la noche, pero como últimamente salgo poco de parranda voy a empezar a comerme la caliche de las paredes. No te preocupes a ti te llegará el momento fijo. Un beso guapa.

Argax compañero, muy interesante la propuesta que me haces, iré a ver a esos pavos reales y en cuanto a los árboles por lo menos miraré esas raíces que dices. Lo de dormir lo dejaré para otras ocasiones locas si llegan. Veo que le sacas buen partido a la naturaleza urbana de Sevilla. Siempre nos quedará su luz para recomfortarnos. Un abrazo