24/12/10

Volveré con cosas más sencillas

Son enormes las cuestiones que abordé cuando, es verdad, casi no podía reunir unas cuantas palabras sin irme por las nubes, generalizaciones, conceptos abstractos, intentos de racionalizar. Entré con todo el engranaje del auto control tirándome de los pies y se me desbordaron los ríos de la impaciencia porque hurgaba en el mismísimo infierno. Entendí que tenía que relajarme, que me había pasado de escrito-terapia. No buscar más, no cambiar nada, soy así… solo quiero jugar. Superficie, imágenes, ventanas a la intimidad de la gente, orgullo. Milenio, centuria, la rabia de una generación inflada a imágenes, superhéroes, dioses y diosas, ciudades prodigiosas, vuelos de bondades entre generosos espectáculos de sangre y fuego, quedaron relegados por un aterrizaje forzoso en la más pura y cristalina realidad…

7/6/10

Los golfos inquietos


El calentón sobre el asfalto se acumula en las esquinas de los edificios, allí donde se derraman historias calientes sobre una alfombra de restos de cervezas y pipas, los golfos aburridos se agarran del paquete para elevarse sobre el desierto urbano. Y hay veces que consiguen encaramarlos en un pedestal, como para demostrar de que es mejor humedecerse que pasar tanta sequía por no tener cojones de salir de la rutina. Si se aburren pueden construir una erección y sentirse carne caliente, en un escenario devastado, pero ejerciendo su mando con el morbo de las sombras que espían a sus espaldas. ¿Quién se va a enterar? Hay recodos suficientes entre setos y ladrillos, escalones sombríos escondidos de los cotilleos de las vecinas, porque sus hogares y sus camas están repletos de familias desunidas dándose voces a la espera del cocido. A los golfos inquietos les quedan las veredas ocultas para escapar, la intimidad entre naranjos y bloques de cemento, sí, pero con la cabeza hirviendo y el cuerpo pidiendo una sacudida secretísima tienen el poder de enriquecer su territorio. Pueden así transformar su rabia en vigor, hacer especial su elevación sobre el aburrimiento porque al menos una puerta se abrirá si se dejan llevar por una ola de pasión urbana. Cerrando los ojos en una cavidad templada y húmeda incluso podrán imaginar que rompieron las reglas de la compostura antes de llegar a casa. Cuando el mundo aprieta pueden joderse cuantos sueños románticos queden apoyado en simple pared de hormigón. No hace falta más que un metro cuadro caliente para liberarse…

Las pasiones escondidas durante el monótono transcurso de las horas del calor explotarán como petardos silenciosos, las tentaciónes se materializarán en cualquier vulgar rincón, donde saben que podrán ser elevados por una sucia corriente de placer clandestino. Así deambulan por el barrio como vecinos aburridos, dando viajes para comprar tabaco, refrescos con burbujas y bolsas de pipas, sacando a la calle su potente horno sin que nadie lo sospeche. Las miradas bajas, como si también pudieran notarse sucias, recorren las aceras y la fantasía les lleva a formarse la esperanza de que recuperarán ese algo especial que les hacían ser intrépidos. Un sol sahariano calienta el asfalto y parece imposible que pueda haber animal humano merodeando en el barrio, pero un ángel se fríe entre sus alas porque hierve el deseo...

23/5/10

Hacia la luz caliente


Como un hombre lobo me debatía por manejar las metamorfosis estacionales pero me relajé cuando volví a superar el obstáculo de la eclosión de otra primavera abriendo las compuertas, dejando que las riadas arrastraran mi cuerpo hacia la resurrección de los sentidos. Casi dejé de escribir cuando sentí los rayos de sol calientes cayéndome sobre el cogote, masajeando ese cuello que lo soporta todo con esas manos invisibles. Ya me sentí paralizado en una esquina antes de volver a casa porque la disposición a diluirme en saliva cobró fuerza tirando de mí hacia el espacio abierto, a la bobalicona contemplación de la luz radiante en los azulejos, en las copas de los árboles, en las superficies de los cuerpos que se descubren sobre el césped. No es época para esperar revelaciones, sino para eructar después de un refresco, chupar el brazo de alguien después de lamer el tuyo porque se derriten los helados y una gota de nata dibuja la dirección que deben tomar las cosas. Te liberas de todo porque estás sintiendo un calorcito ahí debajo que borra todo pasado bucólico, rebelde, huidizo, resignado, indiferente, cansado, enérgico descontrolado, romántico tuberculoso. Ni siquiera hay que romper el silencio sino acariciarlo. Echarle cojones para volver a exponer la blanca piel lechosa a los dorados quemadores de una ciudad sartén. Con el corazón encogido en un puño poner un pie en la órbita con ganas de una fiesta sorpresa. Tan merecida que, no sabes cómo, una mano escapará de la tranquilidad forzada rasgando la tela de araña que te atrapaba y brotarán las sonrisas que iluminan miradas. En uno de estos aleteos presumo que forzaré una breve huída, gracias al deseo de apertura sin medida, perseguiré el celo colectivo que despierta cuando luce la calle dorada y precisamente entonces revivirán los sueños tronando en fanfarrias, anunciando que están dispuestos a encarar el estío. De nuevo, desde una baliza perdida romperé el silencio del espacio profundo que acabará con las solitarias noches de correoso anhelo. Cuando me baje los pantalones el faro alejandrino volverá a alumbrar el horizonte, las estelas plateadas que recorren el mar saltarán sobre las olas encrespadas para llegar a la orilla y no pararé hasta poder construir un reloj de arena que se cuele por tu ombligo…

23/4/10

Mas allá del diez por ciento


La obra que tenía entre manos le había salido abstracta, el concepto estaba predefinido pero no acababan los retoques. Muy lentamente había moldeado los detalles perdiendo la noción del tiempo y se alejó para mantener la perspectiva. Le gustaría que dijesen que esto lo hizo con sus manos y con sus ganas de convencer de que había que elegir por amor. Lo mismo que ahora le gustaría arrancar las telarañas que pueblan sus rincones, pegar patadas a las puertas que le cierran el paso, desbrozar los rastrojos que no le permiten ver. Con un chasquido de dedos hacer el silencio, gritar, modular la voz, mover la cadera y dar vueltas sobre sí mismo para recoger la atención en unos segundos de descarga musical. El amor es la divinidad, por buscarlo se ha perdido miles de veces y miles de veces se equivocó, pero ahora toca la vida y el amor le ayudará a sobrevivir…

Y quizá otro salto al vacío porque quiere conducirse a la estela de los meteoros, alcanzar la velocidad luz para llegar a Tatooine o, por lo menos, cruzar la línea de meta como hacen los demás coches de las escuderías. Por un segundo de vibración cósmica simultánea con la antimateria haría una promesa de entrega de amor in-e-du-li-ble a quien encuentre. No le importará su nombre. Formaría arte y parte de aquellas redes tan denostadas, inflaría globos de helio a pulmón abierto para cantar una sonata de amor con voz de pito. Arreglaría sus cajones para romper el sortilegio de los recuerdos, bajaría cachos de cielo para que los disfrutaran con él en la tierra y no al final del camino. Haría trompos con sus beneficios para que salpicara la fortuna a los desfavorecidos. Permitiría que usaran sus artilugios de cazador para caer en la trampa del amor y ser seducido, utilizado, corrompido. Quiere perder su espacio exclusivo, comprometerse a pesar de que tenga en la cabeza la palabra ‘no’. Ese cubo de agua fría que salta como un resorte, como un payaso-muelle encerrado en una caja, cambiará ese impulso por un saltito de visita sorpresa a los amigos. Llevarles un presente para borrar felices momentos del pasado y hacerlos 'hoy y ahora'. Hará mohines de broma sólo por conseguir abrazos, pellizcos en los cachetes y dulces suspiros. Quizás le perdonen por qué decidió encerrarse en su diez por ciento…

17/4/10

Mas allá de la epidermis


Encontrar un día de gloria en uno de aquellos paseos, que se presumían aburridos sino fuera por el gozo de la proverbial naturaleza, era la razón de su persistencia, de su fidelidad a los pasos perdidos por Sierpes. Un día de gloria, sí, en el que algo nuevo le fuera dado, bajando entre las nubes como Fátima o apareciendo de improviso al doblar una esquina con la lengua fuera. Sobretodo una luz al final del túnel, un desliarse la melena, un chispazo entre las témporas, un momento para recordar siempre y más allá, como la materialización de un ángel custodio que concediese un deseo de entre las decenas de deseos proclamados. Lo sabría poco después de que pasara porque, quizás, en aquel momento mismo sería detonante de acción, pleno disfrute, entrega sublime, rayo inesperado…

Volver a abrir el camino del encuentro sentimental, en eso pensaba, pero había que empezar por mirar y ver personas y no ‘gente’, masa informe. Desde la distancia sabía que seleccionaba según el valor superficial de la imagen porque eso era un vicio que había asumido como una arista difícil de limar. Una vez más, sí, escuchaba que la verdadera belleza estaba dentro de las personas, como si no supiera que lo dicta la razón. Pero en un mundo caprichoso, hedonista, que tiende al disfrute de los placeres instantáneos de la imagen cómo iba a ser él más auténtico que nadie. Suponía que cuando llegara el momento del roce continuo tendría en cuenta otras características, cuando tuviese los elementos íntimos suficientes de la persona para valorarlos. En cercanía y sin taimadas costumbres sociales, tomaría partido por lo imperecedero. Pensaba en prometérselo. Claro que saliendo a la calle sin cita definida, sin antecedentes que fueran obstáculos para la generación de confianza, cómo podía detectar los méritos que llevan las personas tras el telón de su imagen particular, detrás de la máscara y la pose que frecuenta. No es de extrañar pues que en un paseo lo que le lleguen son bellezas externas, pero la excusa la tiene gravada en la mente: si se queda en la superficie es porque le cuesta entablar conversaciones con los desconocidos, a pecho descubierto.

La cosa empezó a joderse cuando le pareció sublime el cánon de Praxíteles, el discóbolo de Mirón, el David de Miguel Ángel. Qué más quisiera él tener un detector de almas bondadosas, que más quisiera ir más allá de la adoración a las líneas, donde pudiera surgir un momento chisposo de conexión por una invasión involuntaria de los ultracuerpos. Como deseaba el nacimiento de una línea continua para llevarse lo verdadero interior de cada persona con la que se cruzaba, como una hiedra que venciera el muro de sus resistencias y temores. Sería fácil si se encontrara con una persona totalmente desinhibida, segura de sí misma o si fuera por la calle pidiendo encuentros sosegados para tener tiempo de ver de verdad, para poder ver dentro. Lo espontáneo de la belleza le parecía una locura y parecía que debía haber siempre una excusa, un motivo, para tener la oportunidad de mirar más allá de la epidermis…

9/4/10

La belleza inmaterial


El hilo conductor de su historia es sentirse bello, resuenan los graves golpes de la inercia natural de la vida al cambio chocando contra su resistencia a envejecer. Todo evoluciona según su sentido y su sentido es que nada cambie, mirándolo bien hasta parece conseguirlo. En él se operan cambios, no obstante, que no puede controlar. El más perceptible es el rastro del paso del tiempo en su organismo. No le importa el envejecimiento de lo que no ve, riñones, pulmones, estómago, corazón y demás, aunque los sienta cuando tiene prisa, pero son los de la piel y los que dibujan la expresión del rostro los que más le cuesta aceptar. Por eso cuando se mira al espejo mira hacia adentro, hacia la imagen que se había creado de sí mismo, un poco más esbelta que la realidad, con un poquito más armonía al valorarse en la bidimensionalidad de un espejo, aunque no estaba seguro de si la belleza es, en realidad, mesurable. ‘La belleza es subjetiva, hijo’, le calmaba la voz de los tópicos. ‘Sí pero cuánto me satisfacía cuando me decían lo guapo que era y lo que me enfadaba cuando me llamaban feo’. Siempre le había afectado desproporcionadamente la opinión de los demás pues no dejaba de entender que una gran mayoría de conocidos valoraban positivamente la belleza palpable de un cuerpo o una cara bonita. Quizá eso era la gratificación de los impulsos primarios, la respuesta instantánea sin la mediación de las virtudes, que son valores que no se ven a simple vista. ‘La belleza de un desconocido puede provocar una sonrisa, sin que tenga que hacer ningún esfuerzo por gustar, hasta le puede abrir puertas’, protestó. ‘¿Pero al final lo que cuenta no es la personalidad?. Cuando se conoce a una persona ya se mira con otros ojos y estas virtudes pueden llegar a embellecer, pueden aflorar atractivos o pueden afear la forma’, remató la voz de la razón. ‘Pero me da envidia que a los guapos y guapas se los reciba con los brazos abiertos’, protestó. ‘Los atractivos los tienes, hijo, y muchos, pero deberías abrir más la boca y enseñarte, debes dejar ver lo que has cultivado porque así te aumentas’, dijo su protector y en vez de seguir protestando pensó en ello y se calmó…

Según su razonamiento las cosas bellas imperecederas no son materiales, no están hechas de átomos, molécula, células, son una construcción de la personalidad, son sensaciones, maniobras mentales, disposiciones, buenas acciones, aunque sus efectos puedan producir corrientes químicas, fórmulas del placer, una mezcla de compuestos que sí se modulan en lo material pero que no son captados a simple vista y que pueden llegar a ser más prolongados que los que se conjugan en una sonrisa. Alguien puede ofrecer armonía a través de la imagen a un conjunto de individuos, un flash involuntario que puede proporcionar un breve momento de gozo pero dos palabras bien dichas pueden valer más y si salen del corazón dejará huella durante más tiempo. ‘No pierdas ojo si alguien te provoca sensaciones agradables pero atiende a quien te eleva, a quien se dedica a ti por unos minutos. Presta mucha atención a eso porque cada día está más caro el interés sincero’, dijo la voz de la conciencia.

31/3/10

Manú en los astros celestes


Manú y sus historias, las ganas, los impulsos contenidos, fiel a sí mismo, tan fiel que a veces se le olvida que su rutina no es algo involuntario, fue fijada o establecida por él y tiene el poder de cambiarla aunque crea que pueda hacer poco. Puede encender la luz de la cocina y creerse que es el Faro de Alejandría, después recoger mensajes que lleguen de ese mar proceloso de la expectación. Puede elegir un mensajero propiciatorio, abrirle las puertas de su templo, que no es algo con muros y techo sino la esfera que le rodea, la zona de intercambio en la que tiene influencia. Puede erigir su modo de personalidad discreta en la presentación, como coger ese cartón del suelo que ha dejado sin usar y desempolvarlo. Carraspeará para aclarar su garganta para que salgan vocecitas tímidas, don diablos que se llevará el viento esparciéndolos por la fuerza motriz del deseo. Son semillas que llegarán lejos pero serán las que se queden el pelo de quien ha elegido para compartir un escalón de la primavera las que brillen como polvo estelar. Es generoso y cubrirá con panes de oro la superficie del extraño. Aún se moverá en el terreno de los roces de las frases insinuantes y los dedos, de las improvisaciones, de los brochazos impresionistas que forman el cuadro de ese mensaje de deseo de amor. Manú y su cuadro de costumbres congeladas que se empiezan a fundir, Manú y sus tentativas hacia el centro de la diana, Manú y su decisión de salto al vacío, empieza a desabrocharse los botones de la camisa de donde se desprenden la hojas de la primavera, que se abren como un helecho. Enseña su joya que ha estado guardando para que no se le gaste a mordiscos y la ofrece en el recipiente de su boca. Como es aceptada e invitada, con un juego de peces humedos, comienza a respirar en un paraíso extraño y no hay flor que se resista a erguirse y mirar enhiesta al sol. Manú puede visitar ya los astros celestes, donde los ángeles mezclan dulces y amargos, filamentos y supernovas. Harán té y poleo, morderán frutas y cubrirán de licor sus alas. Sabe que es pasión porque es querer morirse así, sintiendo y felicitándose por compartir sonidos, ritmos, vibraciones, las declaraciones exaltadas de amor. ¡Por Dios, que alguien detenga ese momento para siempre!

23/3/10

Villanos de medio pelo


Una temporada sin estar en el centro de la civilización deja huella, aunque hayas navegado en aguas tranquilas y te hayas convencido de que todo iba bien sólo estabas perdiéndote en una ensoñación sin la tregua de descontroles alternativos. Cuando vivías concentrado en tu submundo todas las ambiciones iban creciendo, todos los límites morales difuminándose. Se podía decir que estabas creciéndote aunque hubieses partido de una autoestima sinceramente vaga porque, claro, frente a una situación de pereza a salir de tu entorno vivíamos nuestra entidad desvirtuada por las fantasías. Era fácil confundirse, quiero decir si en tus intimidades más profundas admirabas secretamente a John Wayne, soliloquio tras soliloquio, podías convencerte al final de que compartías muchos rasgos comunes con figura tan destacada y, llegando a los extremos, incluso creerte forajido. Y luego el shock llegaba cuando hacías una inmersión en la ‘realidad’ de la noche y todo el mundo te trataba como poco menos que nada porque todo el mundo, ciertamente, se creía algo en su medida o se creía más que tú mismo, secretamente, con humildad o con soberbia. Éramos así porque no nos gustaba creer en otros villanos que no fuéramos nosotros mismos. Y es que en aquella pequeña comunidad todo el mundo desempeñaba un papel importante y no vengas tú a querer dar el cante o querer dejar huella. Nada podíamos hacer de repente para llamar la atención como no fuese violentamente y éramos seres pacíficos sin ganas de meternos en líos… Y bla, bla, bla, empezamos a hablar como locos con la gente dispersa de aquel pueblo perdido en el culo del mundo y todos nos miraban con el ceño fruncido ¿Pero qué habíamos hecho nosotros? Todavía nada y nos trataban como si fuéramos seres ignominiosos que fuésemos a robar la caja de caudales de la Wells Fargo provincial, que fuéramos a follarnos a las putas que tanto trabajo les había costado reunir en una casa apartada discretamente en el campo ¿Pero qué era aquello? ¿Es que no llevábamos grabada en la cara nuestra mejor de las sonrisas y un corte a propósito de la philishave?

Terminamos marginados en la esquina de una taberna, hablando por los codos con un tipo de la costa que parecía esculpido en madera, pero porque estábamos beodos a esa altura de nuestra entrañable incursión social en una pequeña y apacible localidad del medio oeste. Y cuando preguntamos si había trabajo para sacar unas perras e ir tirando se echaron a reír, el tipo amigable que aguantaba la barra y el camarero agradable de la séptima cerveza. ‘Cerramos en quince minutos que tengáis buen viaje…’ Pero daba igual, aquella noche nos tocaba dormir bajo un manto de estrellas, las camas de la fonda era la única posibilidad que teníamos de tumbarnos a cubierto y no le íbamos a dejar más dinero a aquel pueblo tan acogedor. La estela plateada de la Vía Láctea era tan visible cuando salímos tambaleándonos que creímos distinguir el camino que debíamos seguir. Un camino fulgurante hacia la liberación de la belleza natural, directamente desplegadas ante nuestros ojos centenares de paradas que nos quedaba por hacer. Nos dimos cuenta que gracias a nuestro beodismo caminábamos abrazados fuertemente, dibujando ochos y ceros, cosa que nos produjo tal admiración que temblábamos, no de frío sino de emoción…

14/3/10

Bocados de realidad


Un pedazo de cielo sobre la cabeza, ausencia de nubes y aunque el sol no queme por lo menos se puede sentir como el brillito dorado se ha posado en la cara dejando un leve gusto pasajero, después incluso algunos relieves del rostro, quizá lo que sobresale como la punta de la nariz, quedan levemente rosados. El sol despierta la vitamina C pero también las ganas de emprender, comenzar, renovarse, por lo menos pasar más tiempo en la calle. Ahora se entiende a los suecos, habiendo vivido meses de medianía de luz, de encapotamientos, de días de récords en litros por metro cúbico, no es de extrañar que tengan tanta imaginación para la novela negra. Por mi parte, en lo que he escrito no ha habido lugar para los asesinatos atroces aunque sí para alguna serie de desencuentros.

Podría contar que me he pasado el diluvio universal cogido de la mano de alguna secreta beldad, acurrucado junto a la tibia epidermis de alguien, midiendo calentones para hacer el sobre o traspasar tatuajes cuando algo se desborda a la par. Pero fuera de visitas esporádicas a domicilios foráneos lo cierto es que intimidad, lo que se dice intimidad, sólo la ha habido en la ficción, entre dos personajes creados para la ocasión. Eso sí, los he visto como dos almas intermitentes, es extraño. Sólo me han hecho saber de ellos en los momentos de película, en momentazos que se han montado para jugar desnudos, cabrones, como para darme envidia. Pero en aquellos otros en los que simplemente querían descansar, dormitar en el sofá, cuando se contaban chistes malos o argumentos de libros suecos para no escuchar las noticias de crisis, guerras y temblores, ésos me los han hurtado. Como no me llevan una vida pública de reuniones en pubs, tabernas y discotecas tampoco me han enseñado lo que comenta la gente, esa corriente de roces públicos que nunca son fulanito o menganito en particular sino que es algo más difuminado: todas las personas que no son grupo o individuo que suenan como un runrún entre risitas y voces confusas. Bueno, es un ambiente retomable, casi no se pierde nada sino fuera porque hay ‘gente’ que anda con las puertas abiertas a sus tesoros íntimos, sino fuera porque quedan personas con radares activos sensibles a algo nuevo, con perspectiva de estabilidad o con anhelos de cierta dependencia sana y cooperante.

Podría contar con detalles las ocasiones en que me he trasladado a islas verdaderas, en las que tocado la tierra piel con piel a la luz de las velas o de los reflejos de los pantallazos de la TDT, pero esos suspiros se quedan para mi discreción, aunque diría que me han cubierto de gloria regalándome trozos de intimidad privada, que han mantenido vivos mis sensores físicos en una melodía de juegos seductores, de fogonazos erótico festivos. Suspiros, algunos intercambios de ideas y de mutuo interés, brillos intermitentes de personas que no me han dejado de lado porque me han transmitido bocados de realidad…

7/3/10

Cambio de roles


Le ató las manos, el frío roce le sorprendió de tal manera que cambió su inocente semblante por una expresión de interrogación. En una situación como aquella no podía haber esperado tan brusco movimiento, elevándole los brazos hacia atrás para fijarlos en unos complicados nudos. Quedaba así indefenso y paralizado por el miedo a lo desconocido. Nunca hubiera imaginado que ofrecería tan poca resistencia a quedar a merced de alguien, tan prudente como era, tan cuidadoso de protegerse de las rápidas incursiones de otras manos. Manos que fueron invadiendo su atmósfera vital, posándose sobre su superficie desnuda, que reaccionó elevando cada poro de piel, convirtiéndolo en una dulce gallina.

Estaba acostumbrado a tomar la iniciativa, a modular su voz de grave seductor para hechizar mientras se acercaba con un gallardo movimiento hacia la intimidad víctima de sus deseos. Sin embargo, de golpe se veía forzado a dejar atrás, como alas plegadas, los nervios que marcan la frontera de los tres centímetros peligrosos entre dos personas. De un plumazo olvidó los estándares, los prejuicios, los papeles rígidos. Era un novato pero era lo suficientemente curioso para aceptar ese progreso respetuoso. De pronto tomó un látigo de cuero y dijo ‘ahora te vas a enterar’, dejándolo con una cara de póquer que no tardó en reblandecerse al comprender que todo era un juego oscuro de placer, que no había furia sino leves marcas y un terrible cosquilleo en el centro de su ser.

Y le mordió el cuello y anuló cualquier separación apretándole las nalgas contra sí, casi traspasándolo, y al percatarse de que todavía podía mantener un movimiento independiente aceptó que mejor sería atarse con cuerdas para menearse ambos como una serpiente. Y le obligó a estar así durante horas mientras le hacía cosquillas con la lengua, lo besaba con violencia, le mordía con dulzura. Le derramó cera sobre su pecho para prolongar aquella llama interna. Se quedaron amarrados hasta que se acostumbraron sus pieles y siendo atacado en los puntos más débiles quiso dejar atrás todo tipo de ataduras, pero por unos instantes, sí, gozaría totalmente unido, vibrar juntos hasta que las glándulas salivares y las lacrimales manaran como fuentes purificadoras de tan tumultuosa simbiosis. Nunca podrían haberle dado mejor respuesta a tanta sobrevaloración del espíritu, quitar los paños de oro del ego congraciándose con caricias y latigazos certeros. Por fortuna en aquel espacio privado del sexo hicieron volar en pedazos los prejuicios y los roles…

28/2/10

Y aquella tarde nos desempolvamos los amperios


Eso fue lo más grande que podíamos hacer el uno por el otro, desempolvarnos y prolongar nuestro amor en el movimiento, no permitir que el sentimiento se estancara como agua embalsada que se vuelve verde oscura, no dejar que la atmósfera se enrareciera, teníamos que abrir las compuertas para que el aire y las ideas se fueran renovando. Fue como una bobina que se calienta cuando las vueltas provocan fricción, tanta como para hacer chispa, como para provocar fuego. Y fueron los sentimientos elevados los que provocaron desmayos, la gloria del éxtasis la que divisamos por fin después de tanto anhelo. En unos minutos engendramos la renovación cuando nos zarandeamos haciéndonos vibrar todos los músculos, provocando riadas de sudor que se deslizaton por la pendiente de nuestras columnas. Brillando las esferas perfectas de tu cuerpo que se ofrecía a mí arqueado, me dejaste entrar por un breve plazo de tiempo despertando dentro de ti una oleada de perfumes químicos, que barrió la superficie esponjosa limpiando tu karma de pelusas, ésas que se acumulan por una exposición continuada a la rutina gris. Sacudí las mías con una sonora vibración, había estado demasiado tiempo recibiendo cenizas del cielo por la silenciosa quietud del paso del tiempo. Y tras un breve instante de temor, de tensión, todo se relajó, se expandió la pureza de la carne seducida, reblandeciendo cada músculo, rejuveneciendo los rasgos de una cara que ahora podía contar que durante unos minutos había sido amada, planchada, seducida como la mejor. Tras esa explosión llegó la calma y pudieron volver a apreciarse joyas minúsculas como los caracolillos de tu pubis, tan aterradoramente atractivos. Y después poco importó que un viscoso río de saliva se mezclara, dulzón y amargo, con pelos y aromas de gel. La luz de la tarde en la habitación se había tornado dorada. Cien rayas se filtraban por una persiana incompleta. Los ojos veían menos, tardaban en acostumbrarse, pero veían mejor. Las campanillas del alma eran tocadas con cada roce. Había que seguir sintiendo con los miles de filamentos rugosos de la lengua, volar con alas de ángeles, qué mierda nos importaba el mundo en aquellos momentos si podíamos tocar las campanas en la penumbra. Líos de manos separando los pliegues para besar lo oculto y cantar el aleluyah. Me susurrabas al oído, sin pensar en nada ni en nadie, siempre así, presente sólo en roces fabricando amperios, apartando la luz azulada de la frialdad lejos de nosotros. Tan arrebatadoramente unidos y absortos en la faena hasta subir a lomos de esa otra cima que aceleraba el corazón nos dejamos caer en el ansia de la falta de respiración con un gemido de placer. Otra vez estábamos allí, dos seres abrazados, ya no uno. Entonces llegaron los cantos de los grillos, habíamos perdido la noción del tiempo, volvimos a escuchar la música de la radio y la voz de un locutor ubicándonos en tiempo y espacio…

21/2/10

Quisiéramos saber tocar nuestro piano


¿Cómo superar un bloqueo vital si no nos ponemos a movernos sin más? Suelen salir preguntas para intentar aclarar por qué llega uno a un punto en el que no hay manera de ponerse manos a la obra. El elevado nivel de exigencia puede que nos esté haciendo ver que tenemos heridas donde hay simples moratones. Si miramos queriendo encontrar daño probablemente veamos una fuga en la herida de nuestro costado o una pérdida de sangre en aquel otro punto, un poco más centrado quizá, donde localizamos el centro de las emociones. Si queremos dolor quizá lo encontremos en nuestro corazón o en aquel otro lugar donde reside el orgullo, herido por considerar que no se ha recibido lo que uno merece. Con objetividad, si ampliamos el mundo de heridas y las comparamos con otras pueden parecer poca cosa, aunque esto son baremos morales, consuelos pseudo religiosos, y al fin y al cabo residimos en nuestro hogar todos los días del año ¡Cielos, si nos ponemos a relativizar puede uno descubrir que, en realidad, nunca hemos recibido una puñalada certera a posta! Todo son quejas relativas, todo depende del nivel de exigencia ¿Pero quién alivia ahora nuestro bloqueo?¿Por dónde anda el suspiro que nos permite continuar, dónde la clave del misterio, qué hay que recordar para retomar la buena onda tranquila que nos refresca cuando menos la esperamos? Quisiéramos tener un botón que pulsar cuando los compromisos ahogan, cuando sentimos que no podemos dar la talla, cuando necesitamos estar en paz para amar al mundo o para amar a alguien exclusivamente. Tocar la tecla adecuada para emocionar, para hacer pensar, para reconducir odios y rencores. A lo mejor quisiéramos saber tocar nuestro piano, hacer música con nuestra personalidad, para bailar un lento cerradísimo con otro cuerpo o hacer mover el esqueleto de un grupo de amigos cuando les embarga la pesadumbre o el aburrimiento. Pero ¿Cómo queremos mover lo ánimos ajenos cuando no encontramos nuestro si bemol o nuestro do mayor? Quizás cerrando los ojos, escuchando la música que llega desde la caja torácica de otra persona, una voz melodiosa, un ritmo de palabras que te coloquen en la frescura optimista de un instante. Si erramos el rumbo anhelamos que nos pongan los pies en la tierra pero de buena manera porque detestamos aquellas notas ásperas que nos despiertan de golpe, quizá con la intención de provocar espasmos. No, nada que no sirva para salir de un bloqueo. Queremos esas notas que nos ponen a tono, do re mi fa sol, esas lindas voces que no nos engañan, pero que no nos engañan con dulzura. Y así la melodía no acabará porque se rompa una cuerda, porque andemos desafinados temporalmente, si no suena bien el piano cerraremos los ojos y escucharemos hasta que alguien nos de el correcto acorde...

13/2/10

La dulce manzana explota en mi interior


La maravilla sinuosa de la corriente energética del estado de ánimo, arriba y abajo, sin orden, sin periodos de conocida duración, el frío se alterna con el calor, la furia con el dolor, el pasado con el futuro aciago. Otra vez el tifón de sillones volando, hojas de lectura y escritura, mi inconformidad absoluta lo eleva todo con una fuerza desgarradora desde el núcleo hasta la epidermis. Hubiera bastado mantener el baile del robot bajo el foco, hacer el numerito para el regocijo del público, consumiera lo que se consumiera del depósito del alma. Y tenía que recurrir a darle patadas a las piedras para levantar polvo, golpear las paredes de cal con el puño, gritar durante cuatro cuartillas, masturbarme compulsivamente, todo para silenciar ese sordo ruido de la indestructible soledad del Hombre, quién lo dijo una vez, quien lo dijera lo maldigo pues llevo ese san benito desde entonces. Pensaba cosas de este calado sentado en la piscina de aquel tugurio, que se caía de verde moho y lascas de piel que se desprendían pero que por lo menos un oasis tenía para meter los pies. Y pensaba así con una copa en la mano tratando de salir de aquel bloqueo con discusiones contra mi propio ego, masticaba con fuerza y dolor de muelas los hielos del cocktail hasta que el sabor amargo de la sangre me devolvió a la realidad, me había mordido un labio. Empezaba a verlo claro ¿En qué club podrían aceptar a un lobo estepario? La desconfianza que sentía de mi propia sombra me hizo girarme para estropear tu sorpresa, venías hacia mí con una cesta de frutas frescas. Te sentaste a mi lado y sin decir una palabra hiciste un gesto mágico y me devolviste a la dulzura de la vida metiéndome una manzana en la boca. El pasado es confuso, ya no existe, se va difuminando. El futuro no existe, no tengo capacidad de predicción. Sólo me queda el placer de tu sonrisa al ver cómo el sabor de la dulce manzana explota en mi interior...

6/2/10

Acción revolucionaria contra la expansión del universo


Seguíamos mirando de reojo al mundo, con sus contradicciones, sus irrealidades, acometiéndonos de frente, presentándonos un muro infranqueable, unas reglas del juego duras, huracanes frente a suspiros de emoción apagada porque no sentíamos interés alguno en revindicarnos públicamente. No a través de las vías corrientes, sólo se nos ocurría ser revolucionarios, soldados de liberación de las vergonzosas presiones del mundo. Y en aquel momento lo que nos traíamos entre manos era mezclar nuestras piezas del puzzle para averiguar si podíamos formar un todo. Cogía mis palabras e intentaba escribir con el alma para revelarte cosas que te auparan aunque me salían composiciones de ánimos serpenteantes. La hora adecuada para sentir una especie de simbiosis era el crepúsculo, justamente cuando lo que debía de ser un día de esclavitud laboral para pagar la renta empezaba a apagarse y se fundían nuestros deseos íntimos porque llegaba el momento del recogimiento, llegaba el momento de inventarse una oración y cantar a la vida justo antes de adentrarnos en el mundo de los sueños. Aunque no estábamos en el camino del progreso material, de acumular beneficios, sufríamos como todos de ansiedad pero en nuestro caso era porque no podíamos participar en el juego comunitario, ya lo que veíamos era delirante, una carrera, una competición. Para muchos no contábamos, éramos unos desfavorecidos porque no teníamos deudas, hipotecas, sed de gasolina, y nuestra fuerza sólo brillaba alrededor de una mesa camilla, frente a un café o una copa, cuando intentábamos prender la mecha del espíritu colectivo de la raza humana. Éramos unos parias pero cuando caía la noche nos acurrucábamos en las escaleras, bajo el foco dorado en el que orbitaban los mosquitos y nos sentíamos mutuamente recogidos, protegidos por el cariño que empezábamos a profesarnos. Y desde allí observábamos cómo la gente volvía del trabajo apresuradamente para meter una pizza en el horno y poner los doloridos pies sobre la mesa. Pensándolo bien habíamos tenido todo el día libre, sin presiones para que fuésemos cada vez más productivos, sin horarios restringidos podíamos estirar el tiempo para cantar, hacer poesías, pensar en el sentido de la vida, pensándolo bien éramos unos afortunados. No éramos desagradecidos y cuando nos sentábamos en los escalones de la entrada del edificio para ver el nacimiento de las constelaciones dábamos las gracias al sol, a la placidez y comodidad de un día más sin conflictos ni penas. En nuestro propio mundo sí, un mundo quizá más breve, más ilusionado que la realidad pero con un tanto por ciento más de autonomía y dentro de ese círculo acogedor nos protegíamos, atrapados en una alegre filosofía de inconsciencia. Estar así era nuestro sanatorio del alma, nos sentíamos con la fuerza suficiente brillando en un microuniverso…

30/1/10

Nada cambia pero el corazón me brinca los jueves


Te veo pasar fugazmente entre la multitud de aquella calle comercial donde todos buscan su tesoro del día, gente que no necesita nada más que algo nuevo que les garantice una breve emoción. La que sentía al verte era mejor que cualquier complemento, que cualquier prenda nueva, que cualquier joyita que alimentase mi vanidad. Aparecías los jueves por la esquina de la calle, el escenario que veo todos los días y que parece no cambiar. Microscópicamente lo hace pues cambian las sombras según la hora, las rutas de los conocidos son de ida o vuelta, las hojas caen, otro día el viento convierte en banderas inhiestas las sábanas que las vecinas cuelgan al sol. Puede cambiar mi ánimo que me hace ver cada detalle brillante y nuevo, aunque sea el mismo escenario, o gris y tedioso, pero esos días me miro más a ver que funciona fuera de su lugar y me doy cuenta de que no lo puedo controlar todo. De todos los cambios imperceptibles, las horas, los minutos, treinta, treinta y uno de enero... ninguno es tan apasionante como aquél que se produce cuando cruzas delante de mi escaparate. Mis gestos se ralentizan, se me va el color, me llevo las manos a la boca, lleno de asombro. Como en un película muda reacciono apasionadamente sin moverme apenas del sitio, moverme no puedo pero me da un vuelco el corazón. No te conozco ni se si tendré agallas de conocerte pero tu figura regia me doblega cuando aparece brincando en ese escenario de cartón. Y como en una opereta dramática dejo lo que me traigo entre manos y espío con una sonrisa invisible tu danza, la forma en que se mueven tus ropas, las tiranteces que descubren otras formas saludables. Pasas cada jueves y ya es como si hubiese hecho mía tu grácil imagen. Puedo distinguir los matices de tu ánimo por tu vestimenta, negra hoy, una explosión de colores mañana, porque se que eres así de cambiante. Tu cuello es un regalo, cada palma de tu piel que no cubre una prenda. Tus orejas no pueden escuchar mi deseo insaciable pero inútil porque no puedo dejar lo que tengo entre manos para descubrirme y dar un salto frente a ti como un payaso, aterrizando con una postura graciosa que te haga reír los días que te veo triste. Noto tus alegrías cuando abres los pasos y cruzas mi existencia inmóvil con tus primaveras, tus veranos, tus inviernos, entonces es como si todo el entorno se detuviera y tu imagen se ralentizase. Imagino que tuerces un poco la cara y sonríes viéndome y un tam tam, una sinfonía heroica que sube por mi estómago me desestabiliza por completo y todo lo que tengo entre manos se me cae, pero no... me alivia comprobar que mueves la cara porque una mota de polvo se mete en tu ojo y la notas más que mi mirada y mi deseo, aunque crea que atraviesa el cristal del escaparate cada jueves, lo cual es un alivio y así puedo seguir funcionando como un reloj y alimentar mi cómoda rutina...

23/1/10

Narraciones en espacios cerrados


La narración espontáneamente me colocó otra vez en un espacio cerrado, pero aquella habitación podía ya cambiar según capricho, ser un gran salón isabelino, de blancos y dorados relucientes, iluminado por grandísimas lámparas del mejor cristal. O ser una choza de adobe en la que solo caben dos cuerpos y los aperos de labranza, lo suficiente para orar y ver cómo brotan los tallos de semillas minúsculas, cómo llega el alimento, aquel maravilloso milagro potenciado por mis manos cuidadas de hombre escribiente. Un recinto que podría ser un bar añejo en el que el ambiente está formado de voces mezcladas y remolinos de humo en suspensión, y entre la niebla decenas de roces, riñas, acercamientos y algún beso robado que abra las puertas de un paraíso temporal. Un espacio cerrado podrá ser un campo abonado para el teatro, para la generación de ideas, los anhelos de caricias y los deseos más pasionales, todo alejado de la discreción social, que entre picores y olor a sudor andan probándose máscaras. Volví a un espacio cerrado para que brotaran historias sin artificios, soledades íntimas en las que ya se podía contar con la compañía, al menos, de una persona, pues sabía que le podía dar forma a la confianza mutua aunque sólo fuese recordándola. Ah y quedaba pendiente para el futuro sentirse mejor entre la multitud que cada vez veía con peores ojos. Entre aquellas ráfagas de superviviente esperanza preocupaba que admirara el silencio más que nunca. El silencio, la rotunda antítesis de las palabras, quería que me rodease para sentir la melodía del pensamiento continuo, que la voz íntima del ser fuese absoluta para conocer lo que se me escapaba, la clave de por qué había aprendido a amar la renuncia. ¡Fuera ruidos, fuera palabras sin sentido, las conversaciones estúpidas, fuera las dudas y las manipulaciones malsanas! Sonaba extraña la risa, era menos espontánea de lo deseado, era más serio que todo eso ¡Seriedad señoras y señores que se abre paso un espíritu inquieto, un explorador de las costumbres, la lupa degradante de las convenciones! Con lo que me habían gustado las ciudades, los límites extremos de la fauna humana en la búsqueda de la evolución, me extrañaba que deseara cada vez más los retiros aislados. Acepté vivir bien así, sin compromisos, narrando lo que podía en un espacio cerrado. Era posible sentirse rotundamente tierno aceptando la soledad aunque cientos de aspiraciones de éxito no hubiesen fraguado. ¡Basta de autocompasión, viviré la vida tal como la imagino cuando relleno estos papeles en blanco! Seguir explotando la carne sigue siendo una tentación, pero no, no es algo tan valioso como los roces en la piel que nos recuerdan que no somos sólo eso que se enmaraña entre pensamientos. Dejar de conducirse por el estómago y por los orgasmos y apostar fuerte por una entelequia, las materias espirituales, la senda del conocimiento del ser, la senda del encuentro primordial con uno mismo. Nadie valorará tales méritos ni podré exhibir trofeos en las estanterías, no podrán decir que escriba relatos para la galería, no me caerán encima chorros de crédito personal por ello, pero seguiré navegando en la asombrosa naturaleza cambiante de un espacio cerrado cuando ponga en marcha la imaginación para escribir un poquito...

16/1/10

Te dejaste la puerta de la jaula abierta


Saliste para arreglar el motor y aquello te tomó más tiempo que de costumbre. El problema es que me había dejado amordazado, como siempre que te vas. Sin tu compañía protectora era incapaz de moverme, no podía pedir ayuda porque cualquier grito sonaba débil y no había razón, quién querría haber huido del cautiverio de la pasión. Si huía el terreno estaba lleno de pozos solitarios que me volverían a atrapar y sabía que habría disfrutado de breves complacencias para después volver a sentirme como un pez fuera del agua. Nadie como tú me podría echar un guante, ningún alivio si me quitaran las mordazas de tu poderoso enganche, pues habías pintado mi vida aburrida con los colores difusos del paisaje. Lo que no sabías cuando quisiste llevarme contigo era que iba a encajar tan bien en esa maravillosa improvisación de la huída; no sabías que había llevado dentro desde hacía mucho tiempo aquella necesidad de protección y control que tan bien ejercías porque era un bala perdida, era un retrato de un naufragio, un débil eco que se apagaba en un precipicio. Pero, claro, dependíamos ambos del motor de un coche y sólo uno podía ir a buscarlo. Tu ausencia me devolvió aquel desasosiego de la libertad limitada a unos metros cuadrados. Sabiendo que dejaste la puerta abierta, no intenté escapar del compromiso porque ya estaba emponzoñado por tu veneno, acostumbrado a tu seriedad calculada que te cubría de nobleza como una armadura, disfrazando tu debilidad. Inmóvil ante la posibilidad de escapatoria temblé por esa solitaria posibilidad y, complacido, esperé tu vuelta, no había nada mejor en el mundo que el espejismo que sufrías de que te pertenecía. Y como un canario en su jaula seguí silbando un blues a pesar de que la puerta estaba abierta…

10/1/10

Flexible


El verdadero camino requiere sus paradas, quizás sean éstas las que provocan la metamorfosis. Mas valía creerlo así. No había que preocuparse por no moverse de momento pues algo estaba cambiando dentro de nosotros. Una fuerte nevada había sido la causante de que no pudiésemos movernos. Aún con la misma vista a través de la ventana, hora tras hora, las cosas cambiaban, aquello era el devenirrrrrr y como en un río nada era igual. Pequeñas diferencias imperceptibles, las hojas muertas que se movían en remolinos entre copos brillantísimos que caían como balas. Un diablo llamado invierno nos había alcanzado rodando y los mismos ojos que miraban, la misma persona en la que morían células constantemente comprendía que deshacer los traumas era la base para la renovación. Sólo tenía que volver a contemplar un pasado reciente de risas y movimiento. Pero sí, metidos en aquella habitación parecía que en ese devenir constante había cosas que no cambiaban, o que se repetían eternamente, como los tan denostados ciclos que formaban burbujas de aislamiento. En los sueños siempre veía una cometa y no sabía por qué, después entendí que ese hilo que me mantenía sujeto para que no me llevase la corriente estaba hecho de amor y el viento, que me azotaba fluctuante y juguetón, de sabiduría. El mundo estaba hecho de aventuras pero ninguna como aquella en la que dos caracteres fuertes se amoldaban para no molestarse porque no había escapatoria, no había sitios donde esconderse cuando había roces. Mi único alivio era que desde el torreón sacaba la cabeza por la ventana y estiraba el cuello como una gárgola y la nieve me devolvía un fulgor dorado deslumbrante y respiraba profundamente para sentir el dolor agradable de los cristalitos del aire puro y helado. No viendo nada podía imaginar las siete colinas sucesivamente más altas que me separaban del mar. Desde lo alto me había acostumbrado a verlo todo con cierta distancia, incluso a mí mismo, pero sólo tenía que estudiarme ante el espejo para ver como el blanco también invadía mis sienes. No era un príncipe, era un hombre más con los sueños infantiles moribundos, un hombre que había perdido la inocencia y podía ser también un ogro en vez de un príncipe enjaulado. Me agarré a las cortinas como si fueran barrotes de una celda, porque aunque aquello no tuviera cerrojos o candados ciertamente estaba atrapado. Bloqueado por un miedo tan insuperable como inexplicable. Por fortuna sólo tenía que cerrar los ojos y recordar para convertirme en un flan. Así que me comí mi orgullo y volví a su lado. Automáticamente ocurrió el milagro, perdoné y pedí perdón, humildemente, a pesar de haberme sentido víctima y una piedra de aire que había estado obstruyendo la boca de mi estómago se deshizo y sentí levedad. Mereció la pena porque minutos después estábamos besándonos entre risas…