4/12/08
Asquerosos y pacíficos frikies
Terminé otro libro y se acabó la diversión de ‘Miedo y asco en Las Vegas’ de Hunther S. Thomson. Un libro fílmico o un film literario más bien pues esta pequeña obra fue escrita y pensada para el cine orquestada por la mano del director Terry Gilliam. Al margen de la apología de la droga que hace, que no es cosa sana para alabar, tendría que pensar muy bien qué me ha revelado además del rato ameno que me ha hecho pasar con las locuras de Duke y su abogado. ‘Como abogado tuyo te aconsejo que saques las mescalina del maletero del coche’, es la clase de asesoramiento legal apropiado para un freak de las drogas en el reino profesionalizado del placer y el juego, del hampa y del viaje a ninguna parte, que deriva en la búsqueda del ansiado Sueño Americano. Éste viaje se inicia cuando al personaje principal, que es periodista, le encargan un reportaje para una revista deportiva pero este trabajo, que es una obligación, una responsabilidad para su inquieta mente existencialista, pasa pronto a un segundo plano, pues lo importante es la búsqueda del sentido de la vida que surge en la arrebatada acción y depresión que le provocan las diferentes sustancias químicas que lleva como equipaje. Y lo mismo pasará con esta referencia porque no me está gustando que me ponga tan serio y tan formalmente profesional cuando ya hay gente que le pagan para eso. Este libro está hecho para disfrutarlo y echar alguna carcajada con las locuras de un par de maníacos al borde de la destrucción propia, dos pobres locos que navegan en la asquerosa normalidad de los que cumplen con el comportamiento adecuado del sistema. ¡Amigos, Norteamérica es una descarada máquina de gastar dinero, de consumirlo todo y las manos de los educados y corteses trabajadores son simplemente un medio! Poco importa que tras estas fachadas de pulcritud haya psicópatas envilecidos, mentes vegetativas que sufren en la tranquilidad mientras que la maquinaria funcione y el mercado continúe, show must go on. La misma enfermedad del vicio por el juego es un negocio y muchas tripas se tiene que doblegar para atender con una sonrisa al mismísimo demonio, a engendros drogados que apestan, todo debe ir bien, mientras que suelten billetes la cosa funciona. Y hay que mantener la tranquilidad y aguantar insultos y que te den por el culo diariamente, y luego claro nos extraña ver que de vez en cuando uno de esos angelitos reprimidos cojan una metralleta en el país de los vaqueros y la descarguen frustrados en la cola de un Mcdonall. O que, de pronto, cualquier empleado se cargue a su jefe, a sus odiados compañeros de trabajo que lo pisotean porque quieren llegar sobre su cabeza a la meta. Entre esas piezas del ‘engranaje perfecto’, que puede como todo estropearse y que se le fundan los fusibles, están los outsiders, esos personajes que caminan al margen de las convenciones, de las carreras, del progreso, del juego social e incluso de la legalidad. Están los frikies de las consolas de videojuegos para los que es mucho menos frustrante poder cargarse a sus enemigos en la realidad virtual alternativa en que viven, están los frikies de las armas que viven en la época pre secesionista, cuando EEUU estaba dividido en dos y se consideraban inferiores a los negros, a las mujeres y a los animales, y están los frikies de las drogas que buscan la luz, el nirvana, la explotación de la conciencia a través de sustancias transformadoras de ese ser social pacífico. La violencia del salvajismo primitivo del Hombre busca sus cauces para transpirar por los poros, para salir a la superficie, porque el Hombre sabe en su conciencia más profunda que no es una pieza del mecanismo, que sólo es un animal que sufre por su propia naturaleza, sin que tenga que caer en una trampa cazadora, sabe lo que es sufrir sin tener que recibir un disparo o una puñalada. Los hay que sólo buscan su autodestrucción en un grito desesperado de que se los tenga en cuenta, son tan aterradoramente pacíficos que dan miedo y asco en Las Vegas.
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